Tres organismos internacionales buscan que los sistemas educativos protejan la salud mental de los estudiantes. Un informe conjunto de la UNESCO, UNICEF y la OMS revela que la salud mental influye en los resultados académicos. Esta noticia hace que el Señor Ricardo Parada haya publicado sobre el tema de la salud mental de nuestros muchachos, de todos los muchachos en este universo, y abra los ojos a las sociedades en todos los paises, aun aquellos que tienen un alto índice de “feliz vida”, y evidencian que no hay tanta felicidad cuando la prensa de sus paises o la internacional, escrita o en pantalla, da a conocer la verdad o parte de ella.
No puedo dejar de recordar una reunión a la que fui invitada sin que realmente mereciera ser invitada, de una Comisión que estaba tratando el tema de modificar la Ley del 2006 de Salud Mental, que promulgó el Dr. Leonel Fernández, cuando estuvo en su segundo período de gobierno. Y cada vez que veo en la prensa y devoro de manera obsesiva las noticias que hablan de la salud mental de nuestros muchachos, me pregunto qué pensarían los padres, sí, los padres, de lo que pasa a lo interior de sus hijos. Si se publicara el reporte anual de la cultura de paz y de los embarazos de adolescentes, reportados por columnas de cada manifestación que evidencia lo que les estoy dando a entender, entonces la prensa haría una campaña coordinada en todos los medios unidos para salvar del horror que viven muchísimos de nuestros muchachos que serán los ciudadanos, gobernados y gobernantes de un futuro en el que yo no estaré.
Y lo digo con propiedad, porque cuando me gradué de Pedagogía en el 1969 de una universidad que todavía abrigo con fuerzas en mi corazón, y ya llevaba 10 años de profesora y de ejecutiva en la universidad estatal los primeros 6 años y el resto luchando desde el sector privado, caída la dictadura y después de una guerra civil o revolución, como quieran llamarla, de la que yo no escapé. Inclusive, di a luz a mi segunda hija en la zona revolucionara. No salí huyendo cuando nos ofrecieron llevarnos en un barco grande norteamericano que vino a sacar su gente. A mi no me saca nadie de dominicana.
Digo esto al margen, porque lo que quiero acentuar es que, aunque en el currículo de la Escuela de Educación de la UNPHU, en su primer grupo de formados para la Educación, especializados en Pedagogía, tuvimos varios niveles de asignaturas en el área de la Psicología, pero no recuerdo aun con tan buena memoria, que se hablara o que habláramos de que nuestros muchachos estaban enfermos en la salud mental del entonces. He tenido miles y miles de estudiantes porque nunca dejé el aula aun siendo siempre ejecutiva, y no recuerdo ningún estudiante que luciera afectado en su salud mental. Por eso me extrañó tanto la reunión a la que me invitaron en la que me sentí como un parcho mal pegado en ese momento.
Oyendo lo que los médicos, los psiquiatras, los psicólogos, los legisladores, los directores de Najayo y de la Victoria, lo que el representante del Defensor del Pueblo, un joven del Colegio Médico, y otro que no sabía yo a quién representaba, me ha traído a la memoria uno de los hitos profesionales más conmovedor en mi larga vida laboral de maestra. Sí, todos hablaban de lo mismo. Todos apelaban a tratamientos, a reclusiones, a castigos, a remedios…. A ninguno se le ocurrió pensar en la prevención. Y como no se le ocurrió pensar en la prevención, que es la mejor medicina para la salud mental, no pensaron que la vacuna que los inocula para siempre (inocular: contaminar a alguien con el mal ejemplo, la falsa doctrina; que introduce en un organismo una sustancia que contiene los gérmenes de una enfermedad: definición de la Real Academia de la Lengua), de manera tóxica, y que su consecuencia o efectos biológicos y mentales, se reproducen como una epidemia… y para sanarse, el tratamiento es gratis cuando se administra el remedio en la familia y se le da seguimiento y control en la escuela.
Cometieron el error de preguntarme qué yo creía cuando cerraban la reunión. Y les dije que yo no era ni médico ni carcelera y que, aunque me identificaba con la defensa del pueblo, yo solo soy una maestra y así lo hice saber. Ante la insistencia del que dirigía con acierto la sesión, insistieron e insistieron en saber qué me parecía toda aquella parafernalia de remedios administrados después de la muerte de la persona porque mueren en la salud mental, les dije que estaban equivocados todos, y lo dije respetuosamente, pero con la verdad en mi mente de maestra.
Aunque nunca he enseñado en la escuela preuniversitaria, sí la he trabajado y sé cómo funciona para lograr que los niños aprendan. Y es difícil aprender como pretendemos en una sociedad que sabe que nuestros niños a los 10 años, según los organismos internacionales, o al terminar el nivel de primaria que es el 6to grado, un porcentaje de entre el 64 y el 70%, que no saben leer. Pueden repetir palabras, pero no saben su significado, no entienden, no pueden ser críticos y no pueden aprender. Porque para aprender hay que inexorablemente saber leer, aun los que carecen de visión aprenden a leer Braille. Entonces, les dije en un lenguaje muy respetuoso y jugándome la faja, que en la escuela se podía prevenir si se “vacunaba” para no contagiarse de una enfermedad mental.
Esa explicación tan simple de una maestra que es lo que verdaderamente soy, me obligó a complacer a los distinguidos señores que realmente mostraban mucha preocupación por la salud mental de los feminicidas, de los que consumen estupefacientes, de los narcotraficantes, de los violadores, de las niñas que se embarazan en busca de una caricia que les sacie el apetito de cariño que padecen, en los corruptos que usan las oportunidades que les da el clientelismo político para hacerse de lo suyo y vivir la vida loca, a los asaltantes y a los policías que usan el disfraz que nos pone en peligro a todos…. Interminable, todos apuntan a ser homicidas de una u otra forma. Nos pueden clasificar casi como se clasifican a los vecinos, aunque en un grado menor de la conducta que manifiestan y que nos produce más que miedo… ¡terror!
Me vi obligada a complacer lo que con tanto respeto me pidieron que les elaborara y era poner en blanco y negro haciendo una “investigación”, una “búsqueda” de fuentes identificadas como veraces, que certificaran que lo que les dije tan ingenuamente pudiera estar respaldado por la ciencia. Y lo hice y lo entregué en unas 16 o 17 páginas que pasé más de 24 horas sin pararme de la computadora, para cerciorarme de que podía complacer, de satisfacer la confianza que me habían demostrado, de que yo podía documentar el fundamento psicoemocional que nos encontramos en la formación de docentes en la universidad del hoy, que no lo encuentras en todas. Por eso se queman la mayoría de los que se inscriben en los concursos para iniciar la carrera docente, la mejor pagada y la de mejores condiciones en nuestro país y en prácticamente todos los paises del mundo.
Pero, señores amigos que me leen, en la escuela, el niño generalmente entre los 5 y los 10 años muestra “un signo” que se manifiesta en una conducta extraña o rara en la actitud del niño en el aula, y esto le da al docente una pista para buscar qué anda mal en ese niño. Y encontrando la señal, el docente de inmediato llamando a la Orientadora, ésta a la Psicóloga (todas las escuelas dominicanas las tienen), y este conjunto de profesionales supuestamente capaces y efectivas desde un aula, deciden informar al director y entonces, concluyen y tienen que concluir unánimemente, que hay que llamar a la familia. ¡Sí! ¡A la familia! Con urgencia… tienen que informarle que el niño puede estar “contagiado” con la epidemia ambiental que nos trae la prensa todos los días.
Y si no hay familia, ¿…me preguntan? Bueno … entonces llamen el tío, el vecino, la abuela, el padrastro o quien tenga viviendo a ese niño o niña a su lado. ¡En la habitación donde duerme con varios niños en la misma cama o en el piso, sin saber quiénes son o peor aún, sin saber quién es él! Y si nadie acude al llamado, entonces el centro educativo debe disponer de servicios de salud que lleguen hasta el Ministerio de Salud o al Servicio Nacional de Salud, no sé cuál porque ese no es mi campo, o a la institución gubernamental que atiende a los sin dinero pero con mucha dignidad, para salvar no solo a ese niño previniendo el contagio que afectará su salud mental, sino salvarnos a todos de vivir en una sociedad enferma, contaminada, que no conoce los remedios gratis que le permiten al niño el gozar de una sanidad en cuerpo y alma… y su efecto? El bienestar y la felicidad a la que todos debemos tener derecho a vivir. ¡Hablo del amor! Ese es el químico original.
¡Hablo del Amor! Del amor que el docente en el aula le brinda al niño que llega con la cara triste, o con lágrimas en los ojos, o con los ojos hinchados de aparente mucha lloradera previa a la llegada a la escuela porque vió como el hombre le daba a su madre una golpeada y él no podía hacer nada porque no conocía al hombre para implorarle que dejara de golpear a su mamá. Y en esa cadena que he descrito de profesionales que atienden la formación de nuestros niños desde que ingresan a la escuela y se les da especial atención mirando siempre en el fondo de sus pupilas a ver si vemos una nube o que se acerca un huracán, les aseguro que se encuentra el poder refugiarlo en los brazos amorosos de docentes que lo cobijan e impiden no solo que no se moje ni se empape, sino que no vea la lluvia… sino solo la belleza del esplendor de la luz que brilla en los ojos de los que gozan de salud mental. He ahí la formación docente que exigimos… por la que estamos luchando. Y no es la responsabilidad del Ministerio de Educación el hacer posible esta buena formación para que por lo menos un cerca de 25% de los 70,000 que se inscriben en los concursos, pasen. No, el Ministerio de Educación es solo responsable de definir el perfil del docente que necesita contratar a nombre del Estado y asegurarse que en el plan de estudios que le ofrezcan en esa universidad donde se ha de formar, esté con todos los contenidos que el de la Dirección de Currículo aprobado el mismo por el Consejo Nacional de Educación, se le ofrezca lo que debe aprender para enseñar. Ahí termina la responsabilidad del Ministerio de Educación en el dilema que vivimos de cómo formar mejores docentes para mejorar los aprendizajes de los que serán la sociedad del mañana. Échenle la candela a la universidad….
Hoy, hago un llamado a quienes tienen en sus manos la posibilidad de cambiar realidades: a la prensa, para que visibilice sin amarillismo la herida emocional de nuestros niños; a las universidades, para que formen docentes capaces de mirar más allá del cuaderno; a los padres, para que escuchen sin prejuicios; y al Estado, para que entienda que la prevención es más barata y más digna que la reclusión.
Salvemos a nuestros niños antes de que se rompan. Porque si no lo hacemos, no habrá sociedad que resistirá la tormenta que ya empieza a caer.
Yo, que he vivido tantas aulas y tantos niños, solo pido una cosa: que volvamos a mirar a los ojos de los estudiantes. Que escuchemos lo que no dicen con palabras.
Que recordemos que la salud mental se cultiva con afecto, se protege con educación y se asegura con prevención.
Hagámoslo ahora. No porque sea urgente —que lo es—, sino porque es justo. Y porque no hay vacuna más poderosa que el amor que un maestro puede dar.
La prensa debe narrar más que crímenes: debe denunciar silencios. Las universidades deben formar no solo docentes, sino centinelas de la infancia. Y el Estado, en vez de llorar sus muertos, debe evitar que los niños mueran en vida.
Si no actuamos ahora, seremos cómplices de una epidemia que estamos viviendo que sí podemos evitar. Y no habrá excusas ni estadísticas que limpien esa culpa. Si me tengo que confesar, soy la primera en decir ¡Mea Culpa!
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