Desde hace ya ochenta y seis años, en nuestro país se celebra un día como hoy, 30 de junio, el Día del Maestro/a. El 6 de junio del 1939, siendo secretario de Estado de Justicia, Educación Pública y Bellas Artes, el licenciado Virgilio Díaz Ordoñez mediante la resolución no. 6-39, así lo estableció.

La fecha del 30 junio se hizo en honor al natalicio del profesor Juan Emilio Bosch Gaviño, quien era ya considerado entonces uno de los escritores de mayor reconocimiento en América Latina. Es hoy un día propicio para reconocer, entonces, la importante labor de quienes tienen la responsabilidad de educar en las aulas.

Es mucho lo que se ha planteado en torno a la figura del maestro. Desde la evolución histórica de su rol docente, su importante función pedagógica en los procesos de desarrollo de los seres humanos, como también su papel de principalía en la actualidad, en una época de grandes transformaciones.

Nadie pone en duda su importancia como mediador, guía, facilitador y acompañante de los y las estudiantes en sus procesos de aprendizaje en el amplio sentido de la palabra; como en el desarrollo de sus capacidades cognitivas y emocionales, y, en sentido general, en el aprendizaje de múltiples inteligencias, como señala Gardner.

Como gestor de oportunidades para aprender planifica y desarrolla su acción educativa de conformidad con los lineamientos curriculares y tomando en consideración las características de sus estudiantes y sus contextos, promoviendo su participación en el desarrollo de las capacidades y habilidades que le son inherentes.

Es por ello por lo que la relación maestro/a – alumno/a se constituye en un aspecto crucial para alcanzar los propósitos educativos. Las características de esta relación definirán el clima del aula y, con ello, las posibilidades que impactarán en las emociones y comportamientos en los procesos de aprendizaje.

Un clima de aula positivo posibilita:

  • La generación de relaciones de respeto y cooperación, de motivación e interés por aprender, de valoración de la educación como estrategia indispensable para la vida, tarea insoslayable que el educador debe desarrollar para hacer efectiva su labor docente;
  • El fomento y desarrollo de relaciones saludables entre los actores del proceso enseñanza y aprendizaje, generando confianza y autoestima, como también involucramiento y participación, haciendo del acto educativo una acción colectiva que promueve el aprender a aprender;
  • La construcción de comunidad de aprendizaje, sentido de pertenencia y convivencia, de responsabilidad compartida por el desarrollo pleno y alcance de propósitos, haciendo que él o la estudiante se sienta acompañado, motivado e interesado en su desarrollo físico, cognitivo y moral;
  • El hacer del tiempo de aula un motivo de alegría y celebración, de placer y gozo, de diálogo y comunicación permanente, en fin, de florecimiento de las emociones y del pensamiento, y con ello, las capacidades y habilidades, así como las actitudes y comportamientos que nos vinculan en el acto de aprender.

Su celebración no es solo un día de regocijo, sino de reafirmación de la vocación y compromiso por lograr que todos los niños, niñas y jóvenes, como las personas adultas, aprendan a conocer, aprendan a aprender, aprendan a convivir juntos y con los demás y, aprendan a ser, como dice Delors en su libro La Educación encierra un tesoro.

Cada Día del Maestro debe constituirse en un compromiso real y efectivo de parte de las instituciones de educación superior de formar maestros de alta calidad, con las competencias y habilidades pertinentes y necesarias para enseñar; y del ministerio de educación, de darle el acompañamiento y la formación continua para su mejora.

Esta última institución tiene la responsabilidad legal de asegurar que el tiempo de aprendizaje significativo sea una realidad innegociable en todas las aulas y escuelas, y por ello el gobierno central, con la autoridad depositada en las urnas por la sociedad, la entrega al sector del 4% del PIB (producto interno bruto).

No son más discursos lo que esperamos los dominicanos a propósito del Día del Maestro, pues esas palabras ya sobran; son acciones concretas de convertir nuestras escuelas en la realidad de los sueños de nuestros niños, niñas y jóvenes, expresados recientemente en una hermosa actividad desarrollada por la Defensoría del Pueblo.

Hoy de nuevo, toda la atención del magisterio está depositada en su evaluación del desempeño y lo que ello trae como consecuencia. Otros miles de millones de pesos fluirán para la realización de esta actividad y la aplicación de los incentivos que presupone, sin que tengamos la certeza que las cosas serán diferentes a situaciones pasadas.

La evaluación del desempeño docente debería ser una acción continua de todo el sistema, en que la acción docente de todos los días se valore por los logros alcanzados por los estudiantes, rindiendo cuenta así el ministerio por las políticas diseñadas, implementas y acompañadas a través de los técnicos regionales y distritales.

Las ya conocidas “opiniones” de los actores de los procesos educativos en la acción evaluativa, son solo eso, opiniones, que expresan todas las presiones y negociaciones entre los actores del sistema, como era de esperarse, para alcanzar el máximo porcentaje de incentivos posibles.

Como ejemplo, un botón de rosa: en la evaluación del 2017 mientras en la observación de clase, la planificación y el ejercicio del rendimiento profesional cayeron en la categoría excelente el 11,4%, 6,2% y 13,2% respectivamente, en la evaluación del director y la autoevaluación fueron, contradictoriamente, el 75,3% y 65,9%.

Incluso, en la categoría de “mejorables” los resultados fueron excesivamente controversiales pues, mientras en las tres primeras herramientas antes mencionadas fueron engrosadas por el 32,7%, el 57,7% y el 30,7%, en las dos últimas, según el director y el propio maestro, solo el 2,4 y el 3,5 por ciento, respectivamente.

Más de mil directores, entonces, valoraron con 100 puntos a todos los maestros y maestras de sus escuelas. Como aspiración y deseo, los alabo, como posibilidad real e incontrovertible, los cuestiono. A todas luces, no es posible que tal realidad pueda llegar a ser cierta.

Celebremos esta vez el Día del Maestro, si esto fuera posible, reconociendo que si bien la función docente, sobre todo de maestro de aula, además de digna y que dignamente debe ser valorada por los propios docentes y la sociedad, la obligación y responsabilidad ética de garantizar una educación de calidad a nuestros estudiantes es doblemente mayor.

Finalmente, por razones de su origen, el Dia que celebramos hoy debería ser mayormente respetado por todos, pues con independencia de sus ideas políticas, se trata de rendir honor a un hombre de nuestra historia que es ejemplo de vida centrada en valores éticos fundamentales: fuerte convicciones morales y de servicio a los demás.

Julio Leonardo Valeirón Ureña

Psicólogo y educador

Psicólogo-educador y maestro de generaciones en psicología. Comprometido con el desarrollo de una educación de Calidad en el país y la Región.

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