Esa misma pregunta la escuché de mi antiguo profesor Ricardo Michel, a raíz de la invasión de Israel al Líbano en 1982, en una historia que se repite cada poco tiempo.

Cuando un país o pueblo comienza a atribuirse a sí mismo calificativos como “el destino manifiesto”, “necesidad de un espacio vital”, “la tierra prometida” o “el pueblo elegido”, entonces el resto de la humanidad se encuentra en serios peligros, porque esas frases anuncian guerras, masacres, destrucción de civilizaciones, genocidios y expropiaciones de las tierras ancestrales de otros. Todo en cumplimiento de un supuesto designio divino.

Frases como esas sirvieron a los colonizadores en Norteamérica y sus descendientes para aniquilar la población autóctona americana, expandir su territorio, invadir países, derrocar gobiernos y declarar guerras a diestra y siniestra. Sirvieron a la Alemania nazi para destruir casi toda Europa y han servido a Israel para cometer genocidios y bombardear todo el que le rodea en Medio Oriente.

Al menos Hitler encontró un Ejército soviético que detuvo sus masacres, no sin antes dejar millones de muertes, pero al parecer a Israel nadie le puede detener.  El mundo se pregunta hasta dónde podrá llegar tras apropiarse de la patria de los palestinos y partes de Egipto, Líbano, Siria y Jordania.

Ahora ataca a Irán, comenzando con un ataque sorpresa con drones operados desde dentro del propio país que le permitió asesinar a todos los altos mandos militares y científicos, en una acción que parece un calco de la que semanas antes había llevado a cabo Ucrania contra aviones y aeropuertos rusos.

La efectividad de los ataques es muestra tanto de la capacidad de los servicios de seguridad israelíes y sus aliados como de la ineptitud de los dirigentes iraníes, no solo por dejarse infiltrar, sino por encontrar a los generales “asando batatas”, asesinados mientras veían televisión o dormían, a pesar de que se trató del ataque más anunciado con antelación, hasta el punto de que, un par de días previos, Estados Unidos había mandado a retirar su personal diplomático de sus alrededores.

Y, si Irán era el rival presumiblemente más poderoso, en un mundo ya sin reglas, en que no parece haber freno a la fuerza que no sean las propias armas, no luce que sea capaz de parar el Estado sionista en su empeño de apoderase de todo Medio Oriente, aunque lo esté castigando con sus misiles.

E Irán está básicamente solo, pues a pesar de las bravatas de Pakistán y Corea del Norte, los amigos de Irán con verdadero poder son Rusia y China, pero el primero no tiene capacidad para intervenir ahora por la presión que tiene en Ucrania, mientras China está básicamente interesado en los negocios y no luce dispuesta a asumir un papel en la seguridad de un país lejano.

Si bien ambos tienen razones de peso para impedir que Israel y las potencias occidentales arrasen Irán, más allá de proporcionarle ayuda tecnológica y vigilancia, por lo pronto parecen deleitarse viendo cómo, entre las políticas e insultos de Trump y los crímenes de Israel, la economía y la imagen mundial del último imperio occidental se fríe en su propia salsa.

Si en Estados Unidos o Alemania decir “Palestina Libre” se ha convertido en delito que puede implicar apresamiento y deportación, si oponerse a un genocidio es antisemitismo, aun cuando las víctimas sean también pueblos semitas, y los europeos son tan cómplices del genocidio como los estadounidenses, al estarle dando al régimen sionista armamentos para perpetrarlo, además de respaldo diplomático, entonces la posibilidad de detener esta barbarie no aparece a la vista.

Ahora bien, la pasividad es peligrosa, pues se corre el riesgo de que, en algún momento, si Israel ve que le resulta difícil vencer rápidamente a Irán, como presumiblemente sucederá, recurra a armamento nuclear, y esto termine involucrando alguna otra potencia nuclear y una reacción en cadena que nos impacte a todos.

Anuncios ha habido y esperamos que no ocurra; sin embargo, sea como sea que esto termine, el odio y el rencor van a seguirse reproduciendo de generación en generación, provocando más inestabilidad y guerras. Pero no solo guerras entre estados, pues cuando se trate de pueblos tan débiles como Palestina, Yemen y el propio Líbano, que no puedan tener ejércitos capaces de enmendar tanta injusticia enfrentando de frente a enemigos tan poderosos, los hijos y los nietos que sobrevivan de los muertos o mutilados de hoy no van a tener más opción que ser los terroristas de mañana.

Isidoro Santana

Economista

Ex Ministro de Economía, Planificación y Desarrollo, agosto 2016-2019. Economista. Investigador y consultor económico en políticas macroeconómicas. Numerosos estudios sobre pobreza, distribución del ingreso y políticas de educación, salud y seguridad social. Miembro de la Academia de Ciencias de la República Dominicana. Miembro fundador y ex Coordinador General del movimiento cívico Participación Ciudadana y ex representante ante la organización Transparencia Internacional.

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