Como muchos judíos de mi generación, el Holocausto me afectó directamente y, antes de él, la larga tradición de antisemitismo y los pogromos que se produjeron en Europa del Este de donde provenían mis padres. A pesar de un fuerte sentido de pertenencia no me siento parte de un pueblo "elegido" o superior, sino de un pueblo que ha interiorizado el sufrimiento durante siglos.
Precisamente por el peso de este sufrimiento siempre he sentido la obligación moral de oponerme a toda forma de opresión o injusticia. Esto no quiere decir que, en 1967, después de la Guerra de los Seis Días, durante unas vacaciones en Israel, no participara de la euforia general de la población.
En esta época los jóvenes soldados, a pesar del orgullo de la victoria, cuestionaban su derecho a conquistar la tierra de otro pueblo. Se planteaban entonces preguntas sobre la conveniencia de la colonización, porque la Biblia enseña que las víctimas de persecución no deben en ninguna circunstancia convertirse a su vez en perseguidores: "No oprimirás ni afligirás al extranjero, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto" (Éxodo 22:21).
Tras la Guerra de Yom Kipur, los israelíes pasaron gradualmente de víctimas a opresores. Hoy, una segunda y una tercera generación de colonos en los territorios ocupados hablan en nombre de la Biblia porque, según ellos, no pueden ser desarraigados de su nueva patria ni de las tierras recuperadas.
David Grossman, considerado como uno de los escritores más relevantes de la literatura israelí contemporánea y pionero de la paz, cuyo hijo Uri fue asesinado en el sur del Líbano pocos días después de pedir un alto el fuego y la apertura de negociaciones, ha escrito un libro conmovedor. La mujer huye describe con una fuerza incomparable las repercusiones del estado de guerra permanente en la situación psicológica de los israelíes: sus ansiedades, sus dudas, pero también su vitalidad, compromiso y amor en todas sus formas. Para el autor, la ocupación de territorios de más de cincuenta años constituye un problema existencial que produce un efecto tóxico en los órganos de la sociedad israelí, como quedó demostrado después del atentado del 7 de octubre. Sus palabras fueron premonitorias: “Escribo para que termine esta “situación” en la que todos sobrevivimos de una catástrofe a otra. Para que todos, israelíes y palestinos, tengamos el coraje de salir de esta trampa que nos impide vivir”. Más que cualquier otro pueblo, los judíos, por su historia, deberían estar comprometidos con la defensa de los Derechos Humanos, adoptados en 1948 precisamente en respuesta a las atrocidades cometidas por los nazis y los fascistas. Más allá de las cuestiones de identidad, los judíos que apoyan la causa palestina están motivados por una profunda empatía hacia todo el sufrimiento humano. Este sentimiento puede verse reforzado por la conciencia de que algunas de las dificultades palestinas están vinculadas a decisiones politicas tomadas por un gobierno israelí de extrema derecha.
Me niego a caer en la confusión simplista de antisemita/propalestino/antisionista, que genera confusión intelectual y política, a la vez que tiene consecuencias perjudiciales para el debate público y las relaciones sociales. Vincular estos conceptos equivale a sugerir que toda crítica a la política israelí está motivada por el odio a los judíos, lo cual no solo es falso, sino también injusto para quienes critican a Israel por motivos políticos o morales. Es crucial distinguir entre antisionismo y antisemitismo. Confundir estas nociones perjudica la lucha contra el antisemitismo, obstaculiza el debate político y profundiza las divisiones sociales. Ser judío es una identidad religiosa, cultural y étnica. Apoyar los derechos palestinos es una postura política y humanitaria. Uno puede estar profundamente apegado a su identidad judía y al mismo tiempo oponerse a las políticas de un determinado gobierno israelí que desvirtua el sionismo original. Muchos judíos que no apoyan las políticas del gobierno israelí están motivados por valores profundamente arraigados en la tradición judía: justicia social (tzedek), reparación del mundo (tikkun olam) hacer de él un lugar más justo, equitativo y pacífico, hospitalidad al extraño (ger) y rechazo a la opresión y por eso defienden los derechos humanos.
Compartir esta nota