“Los políticos comprometidos con este sistema, o a quienes el politólogo Juan José Liz llama “demócratas leales”, siempre deben cumplir tres premisas fundamentales. En primer lugar, respetar el resultado de unas elecciones libres y justas, ganen o pierdan. Ello significa aceptar la derrota de manera consistente y sin vacilar. En segundo, los demócratas deben rechazar sin ambigüedades la violencia (o la amenaza de la misma), como medio para lograr fines políticos”. (Steven Levitsky y Daniel Ziblatt: La Dictadura de la Minoría).
Nos encontramos frente a una erosión de la democracia y una irrupción autoritaria o antidemocrática. Erosión es el encuentro del deterioro de lo que tenemos y de no visualizar en conjunto, desde la esfera y perspectiva colectiva, lo que podemos realizar en la búsqueda de un objetivo común. La erosión es, en sí misma, la extensión del desgaste por el tiempo y de lo que hemos logrado. Es un tedio que deriva en depresión por las recurrentes voces de los actores, entre un discurso y una acción, amplificado en la diferencia como un arco con dos esquinas muy diferenciadas.
El desgaste hacia la democracia es el sempiterno espacio y agresiva corrosión de las instituciones y de la institucionalidad. De la inmensa tautología que no logra dibujar el futuro con certeza y se granula en un pretérito que no es dable reiterar, ni por el contexto ni la historia. Es, para la democracia, la degradación y la merma de logros tangibles que se quieren anular
La eclosión del autoritarismo en el cuerpo de la democracia en sí mismo, es la destrucción. El capitalismo, piedra angular del mercado, puede sobrevivir sin democracia, empero, no implica más desarrollo humano, más inclusión, más ser libres, más libertad. Puede anclarse en un desarrollo material, en una singularidad, sin embargo, los hilos vitales de la naturaleza intrínseca del ser humano se desdibujan en la lozanía de la tristeza al alcance de su rostro. No tienen que expresarse, su sola sonrisa lo delata.
La erosión de la democracia se expresa en más banalidad, en más crisis del pensamiento, crisis de las ideas, en los desconocimientos de los otros, en la creación de un enemigo que no existe. En la creación de la posverdad, en un relato de conexión de emociones, merced a la psicografía, para motivar y atraer y conseguir los objetivos, más allá de la objetividad de la realidad real.
Es una escoriación hacia la democracia que se fragua en el concierto de una autocratización, que por el peso de no mirar que tipo de sistema lo encierre, siempre que le resuelva sus problemas, cada día acusa más dimensión. En El Salvador es muy alto la disposición a cualquier régimen. En nuestro país se encuentra en 32.8%, aunque la percepción a la democracia se incrementó en el 2024 en un 55% según Latinobarómetro, obteniendo 8 puntos más que en el 2019. De igual manera, The Economy, en su Índice de la democracia, sostiene que República Dominicana avanzó 9 puntos. Estamos en el 51/167, anteriormente nos encontrábamos en el 62. Esos indicadores son:
- Participación electoral.
- Funcionamiento del gobierno.
- Participación política.
- Cultura política.
- Libertades civiles.
Hay en el mundo un retroceso de la democracia. Una mirada por la historia nos recrea que siempre que nos encontramos frente a un cambio de época y una época de cambio, aparecen grandes eclipses disruptivos que desafían la encrucijada planetaria y asumen los retos con valentía. Al tiempo de la enorme incertidumbre que trae consigo la perplejidad del cambio epocal, de la modernidad a la posmodernidad, se erige como un cambio iconoclástico, el declive incontrastable e inconmensurable del imperio norteamericano y las emergencias de polos de alcance imperial de otras naciones y latitudes.
La respuesta de parte del imperio “herido” ha sido buscar “culpables” de su disminución de competitividad, de su grado de innovación, del desarrollo de su talento humano, del descenso de su educación con respecto a países de Europa y Asia, de las competencias en ciencias, matemáticas, tecnología y del número de patentes que hoy sobresalen en China, en relación con Estados Unidos. El análisis FODA de la actual elite gobernante, que se inauguró el 21 de enero del presente año, ha sido errado.
De un país líder en el liberalismo económico, creador de la OMC, a querer cristalizarse con el paradigma del proteccionismo, con guerras comerciales a través de los aranceles, en un juego suma cero. Si esto se mantiene, los resultados serán una recesión económica, cuasi mundial y en Estados Unidos, además, una estanflación sin parangón. En el plano político, frente a un líder populista de derecha, la derivación es más ola autoritaria, más crisis con el poder institucional establecido, en el juego de poder, con los otros actores (judicial y congresual).
Cuando el tiempo y la crisis se encuentren, el diluvio del tsunami demencial se agolpa, sobre todo, en un sujeto que a “ojos de buen cubero”, engasa cuatro trastornos de personalidad. Solo el encuentro del Cisne Negro: la paz de Rusia y Ucrania lo salva de todos los yerros en que ha incurrido a lo largo de dos meses, que parecen 8 años. Como dicen Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro La Dictadura, “También existe un tercer gesto, más sutil, que se exige de los demócratas leales, romper siempre con las fuerzas antidemocráticas. Los asesinos de la democracia siempre tienen cómplices: gente inmersos en la política, que aparentemente acatan las reglas del sistema, pero que a la vez abusan de ellas sin hacer ruido. Estos son los que Linz denomina “demócratas semileales””.
El autoritarismo, al desplegar sus alas, recrudece la autocracia, entramado, en principio el desconocimiento de las instituciones, su grado de legitimidad, su pertinencia, luego, la libertad y los valores de la democracia y con ello, la disminución del bienestar, calidad, nivel y desarrollo de las personas. La autocracia asume y a veces escala en los primeros peldaños, desconociendo lo que social, económica y culturalmente pasa a ser “una inducción de la naturaleza social”. Un factor construido de ascenso, de mayores estadios en las jerarquías: institucional, social y de valores.
El aprendizaje en la democracia no puede ser menos democracia, sino democratizar aún más la democracia. En este mundo en que vivimos la imaginación se expande y Albert Einstein se erige, en las búsquedas de fórmulas distintas para el encuentro de resultados diferentes. En el desplazamiento de las elites, en el nuevo constructo del tecnofeudalismo (tecnócratas tecnológicos), sin visión ni desarrollo político. Creen que gerenciar es sinónimo de gobernar.
En esa tesitura han perdido en las teorías del juego que desarrollara John Von Newman. Las teorías del juego, como una parte de las matemáticas y de la economía, nos ayudan a tomar con más certeza decisiones estratégicas, tomando en cuenta los actores involucrados y los alcances de sus reacciones. De los 4 tipos de las teorías de juego: Equilibrio de Nash, Juegos Cooperativos, Simultáneas y Secuenciales y Juegos diferenciales, la que están llevando a cabo actualmente es la de Juegos diferenciales, lo más cercano al juego suma cero. Como nos diría Gloria Lomana en su obra Juegos de Poder: “El periodismo es pasión por indagar, por conocer, por contar, por ser un intermediario entre lo que uno ve y los ciudadanos ignoran. Es contrapoder. Es ejemplaridad. Es ética. Un espejo que refracte lo visto y oído, limpio, trasparente. Responsable de contar la verdad de las cosas”.
En esta encrucijada de la democracia, en tanto erosión, sus enemigos juegan a la mentira como verdad, a la desinformación, reconociendo que la información es importante tanto en la guerra como en la paz, en la política como en las finanzas. Por eso, al no importarle, utilizan la información, degradada como mecanismo de poder, no de conocer la verdad. Nos lo refuerza Manuel Arias Maldonado en su libro Posverdad y democracia, cuando expresa “Tanto los líderes autoritarios como los partidos extremistas aprovechan esa novedad para ganarse el favor de un público desorientado. De ahí que haya hecho fortuna la idea de que vivimos en el tiempo inédito de la posverdad: Aquel en que dejamos de creer que la verdad exista o pueda llegar a encontrársela… la posverdad sería, por decirlo con el filósofo Juan Antonio Nicolás, el lugar al que llegan las comunidades humanas “al final de un proceso histórico de impugnación de los pilares fundamentales de la modernidad ilustrada”.
Ello trae consigo, como parte de una poli crisis en todos los ámbitos y manifestaciones de la vida humana, una crisis de liderazgo a escala planetaria. Una donde el presente acusa inestabilidad, incertidumbre, volatilidad y miedo. Una crisis de la racionalidad y donde esta es yuxtapuesta a lo afectivo, a lo emocional. Allí, donde la verdad es mutada en un arcoíris, donde la mentira alcanza grado de supremacía.
La crisis de liderazgo logra, parecería, perpetuar el vacío de la perplejidad. La humanidad, hoy, es mucho mejor que ayer. Los seres humanos se anidan e incuban en su desarrollo real, en medio de la estabilidad que sinergizan la esperanza. El liderazgo de la desconfianza, del pasado, del que sustituye el cuerpo de la institucionalidad, de los que avasallan y trastocan la ética en el ejercicio público, no puede erigirse en eterno.
Los que no tienen sentido de la historia no logran glorificarse en el tiempo. Transcurre la temporalidad, empero, no atemperar, porque sus signos fueron para el presente que ya es pasado, vivieron en el eco de sus egos florecientes con espinas, de una singularidad y especificidad sin improntas verdaderas del futuro.
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