No importa cuán apolítico sea un individuo; siempre que vea su capacidad adquisitiva reducirse, a veces drásticamente, como resultado de un aumento de los tipos impositivos en bienes y servicios que frecuenta, estará consternado y disgustado. En ocasiones, estas impopulares subidas de impuestos se justifican bajo el argumento de que serán retribuidas a la población de manera más significativa.

Un ejemplo de esto es una ampliación de la base impositiva (el alcance de bienes gravados por impuestos) acompañada de un aumento de los tipos de impuestos. Imaginemos un caso en el que esta medida incrementa el costo de vida de un individuo promedio de clase media en 25,000 pesos anuales. Sin embargo, si las recaudaciones obtenidas por este aumento se utilizan para mejorar el transporte público masivo, remozar centros de atención primaria y reforzar la seguridad en sectores vulnerables, reduciendo así la criminalidad, el individuo podría valorar estas mejoras en su calidad de vida en 35,000 pesos anuales. Esto significaría que, en términos netos, el ajuste fiscal le generó una mejor calidad de vida y un ahorro en costos, especialmente transaccionales.

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José Hernández, autor de este artículo

No obstante, aunque una política fiscal de este tipo puede mejorar la calidad de vida de los individuos, es crucial considerar el impacto psicológico que tiene en los ciudadanos al percibir, en primera instancia, un aumento en los precios de los productos que consumen regularmente. Un incremento en el costo de la canasta básica afecta negativamente la restricción presupuestaria individual. Si, por ejemplo, un ciudadano de clase media recibe el salario promedio nacional de 35,400 pesos mensuales y tiene una canasta de consumo mensual de 33,500 pesos, llegando justo a fin de mes, un aumento del 15% en los precios significaría que ahora necesitaría 38,525 pesos al mes para adquirir los mismos bienes y servicios. Esto lo colocaría en déficit mes tras mes.

Esta situación a nivel macroeconómico impacta en la actividad económica, inflación y también en la confianza que tienen los inversores extranjeros para realizar operaciones en el país. Por lo tanto, cada vez que se aumentan los impuestos, el gobierno está mandando una señal a todos los agentes económicos con los que interactúa. Un manejo eficiente de las expectativas es crucial, sobre todo mostrar como estos aumentos se traducirán en bienestar para la economía.

Sin embargo, contrario a lo que la mayoría piensa, aumentar las recaudaciones no siempre se logra subiendo impuestos; muchas veces también se puede conseguir bajándolos. Durante el inicio del gobierno de Gerald Ford, la economía estadounidense estaba estancada, con actividad económica recesiva e inflación descontrolada. Esto llevó a funcionarios a consultar al economista Arthur Laffer en busca de alternativas. En contra de la opinión predominante, Laffer argumentó que subir los impuestos para reducir el déficit y controlar la inflación sería contraproducente, y en una servilleta, ilustró cómo, a partir de cierto punto, un aumento adicional en los tipos impositivos reduciría las recaudaciones fiscales.

Este concepto, que se conoce como la Curva de Laffer, describe la relación entre los ingresos fiscales y las tasas impositivas. Implementada durante el gobierno de Ronald Reagan, la teoría permitió realizar un recorte significativo de impuestos que culminó en una de las reformas tributarias más importantes en la historia de Estados Unidos.

Determinar si un impuesto se encuentra del lado óptimo o ineficiente de la curva puede ser complicado y requiere un análisis de impacto de las tasas impositivas marginales sobre la eficiencia recaudatoria y el crecimiento económico de largo plazo.

En la historia fiscal de la República Dominicana, observamos un comportamiento similar al descrito por la teoría de Laffer en la reforma tributaria de 1992. Ese año, la tasa del Impuesto Sobre la Renta (ISR) para las empresas se redujo de un 46% al 30%, y al tercer año bajó al 25%. Simultáneamente, la tasa máxima para personas físicas, que era del 70%, se redujo al mismo nivel que la corporativa. Gracias a estos ajustes, las recaudaciones del ISR aumentaron un 20.7% en tan solo un año.

Ya en la actualidad, economistas dominicanos como Jaime Aristy Escuder han comentado que en nuestro entorno fiscal actual siguen existiendo impuestos que se ubican en el lado derecho de la Curva de Laffer. Este economista, menciona como ejemplo del aumento a la tasa del impuesto selectivo a las bebidas alcohólicas de la reforma fiscal de 2012, que a pesar de ser un bien con baja sensibilidad de la demanda ante los cambios en los precios (inelástico), provocó altas distorsiones en el mercado que se tradujeron en una caída en las recaudaciones actuales.

Este comportamiento de los impuestos nos hace recordar el carácter de ciencia social de la economía, que muchas veces preferimos cuantificar en vez de cualificar. La Curva de Laffer resulta esencial para que los hacedores de políticas públicas sean conscientes de que la construcción del país deseado no tiene que ser siempre compatible con medidas que golpeen a la sociedad en su conjunto y menoscaben las oportunidades de crecimiento a la que aspira cada individuo, algo que no es reflejado en un indicador macroeconómico.

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