“Quieren quitarme el río y también la playa / Quieren al barrio mío y que abuelita se vaya / No, no suelte' la bandera ni olvide' el lelolai / Que no quiero que hagan contigo lo que le pasó a Hawái”.

Dejando un poco atrás el perreo y la promiscuidad, Bad Bunny emerge ahora como símbolo de resistencia política y folklore caribeño. Este giro no solo es estético, sino conceptual. Bad Bunny relanzando a Puerto Rico, Bad Bunny en el Super Bowl, Bad Bunny en Saturday Night Live, Bad Bunny como Quico el del Chavo… En fin, Bad Bunny, el nuevo líder espiritual latinoamericano.

Un reposicionamiento que nos lleva a preguntar: ¿estrategia de mercado, madurez artística o purga espiritual del individuo

Estrategia de mercado

El argumento comercial puede que sea el más sólido. Agotado el boom del trap y el reggaetón, los consumidores exigen variedad y nuevas emociones. Bad Bunny ha basado su carrera en la fusión, mezclando desde el mambo dominicano hasta los norteños mexicanos, siempre innovando.

En esta ocasión, el Conejo Malo le dedicó su último álbum a su isla: a la salsa, la nostalgia de la recesión económica, de los que se han ido, de lo que ha sido destruido por fenómenos naturales y sociales. El artista boricua se levanta ahora detrás de su himno:  “Debí tirar más fotos de cuando te tuve”. Se trata de una nostalgia clara que conecta… porque, como dice Alejandro Dolina, “El buen arte es más hijo de lo que falta que de lo que sobra. El tango 'Soy feliz con mi señora esposa' debe ser una porquería”.

Bad Bunny se transforma en símbolo de resistencia cultural, llevando el folklore caribeño al centro del espectáculo global

Su reciente designación como artista del medio tiempo del Super Bowl 2025, el sacro evento deportivo estadounidense, le da plataforma global a su mensaje político. Actualmente, el artista protesta contra las medidas migratorias de la administración Trump y dijo que no se presentaría en EE.UU. hasta que estas cambien.

Este nuevo posicionamiento como símbolo de resistencia es, también, una marca increíblemente vendible. La elección para el Super Bowl de un artista abiertamente crítico con políticas estadounidenses no es ingenua: es la consagración del "rebelde con causa" en el altar de los spots comerciales. ¿Es esto evolución o la genialidad de un empresario con intuición y olfato?

Bad Bunny, quien demostró saber jugar al espectáculo durante su muy publicitada relación con una de las Kardashian (amorío percibido por muchos como un stunt publicitario), bien podría estar aplicando ese mismo libreto en su actual reinvención como ícono de conciencia social.

El artista que explora

Por otro lado, está el argumento artístico. Ahora que tiene la libertad de decir lo que quiere, que ha alcanzado un nivel de fama y dinero que le permite acceder a los mejores equipos y técnicos, el artista madura. Su evolución parecería ser orgánica. Sigue cantando su cancionero antiguo, no lo reniega, aunque haya cambios en su look y nuevo material.

Es decir, no renuncia del todo a las letras que lo hicieron famoso, manteniendo un equilibrio entre el perreo, el consumo de drogas, la sexualidad explícita y ahora una nueva conciencia social en crecimiento. Ampliación de la pista de baile junto con una progresiva disminución de la vulgaridad.

Todo parecería estar permitido en su amoralidad, para un artista que una vez declaró: “Los jóvenes también quieren cualquier cosa que les divierta, como canciones de sexo, drogas o violencia”.

Y nosotros quizás no entendamos, porque como él canta, la realidad es que nosotros no sabremos “lo que es estar en altamar con dosciento’ cuero’, ni lo que es ‘tirar 500 mil en el putero’” y por eso nuestra opinión a él “le importa cero”.

La penitencia

La tercera hipótesis, que es de mi agrado, es la de la penitencia. Aunque el término penitencia no sea exacto, pues Bad Bunny no muestra una culpa por la cual se esté autocastigando o esté tratando de eliminar su pasado, traigo la idea de “penitencia” más bien para referirme al cambio de comportamiento que realiza para fines de “recomprar su alma”.

Varios artistas boricuas han seguido un camino similar: tras años de glorificar el exceso, buscaron recomprar su alma, usualmente a través de la devoción religiosa. Héctor el Father, Farruko y Daddy Yankee pueden dar testimonio; no se sienten a gusto a pesar de los bienes materiales alcanzados, parecen devorados por la conciencia. Algo más parecería ser necesario para satisfacerlos.

Bad Bunny no ha tomado ese camino explícitamente, pero su giro hacia la conciencia social parece una "recompra de su alma". En su caso, se trataría más bien de una expiación: un intento de reparar el daño causado y utilizar ahora su plataforma presente para una causa que considera más elevada (Puerto Rico, la migración, la cultura).

Los beneficios para Puerto Rico son evidentes. Su residencia titulada “No me quiero ir de aquí” fue un evento de afirmación cultural isleña. Con un impacto económico de $713 millones y 400.000 boletos vendidos, Bad Bunny demostró que su arte puede ser motor de reconstrucción de la misma tierra que canta en sus letras, y posiciona a Puerto Rico más allá del sexo y las drogas.

Pero cabe la pregunta: ¿qué peso tendría la irresponsabilidad histórica de sus inicios y que no reniega?  La misma popularidad que hoy usa para enaltecer a Puerto Rico se construyó sobre la glorificación de la vulgaridad y el exceso que, sin duda, dejó una huella en el imaginario colectivo.  ¿Puede un giro hacia la conciencia social lavar el daño cultural de haber sido parte de dinámicas tan crudas para millones de jóvenes?

Su evolución artística plantea un dilema entre la conciencia social y el marketing emocional de masas

¿Por qué Bad Bunny ahora siente que su música puede tener un impacto positivo en la vida social de Puerto Rico, en el ánimo de su gente, en la reconstrucción de su isla, en la influencia política migratoria…? ¿Acaso ignoraba que siempre la tuvo?

¿Está el hombre-conejo tratando de conciliar una lucha interna entre el instinto y el espíritu? ¿Se ha encontrado el “malo” con su conciencia después de vender durante años un hedonismo sin consecuencias? ¿Es posible esta ‘expiación’ mientras canta aún a fumar blunts y a orgías en escena? ¿Se trata de un diálogo del artista que madura con el opuesto que habita en sí? ¿O estamos ante un recurso de marketing más de un mundo donde toda experiencia humana, hasta la expiación, ha sido reducida a una relación social entre mercancías?

Cualquiera que sea la hipótesis preferida, su viaje, más que contradictorio, parece un reflejo fiel de estos tiempos.  Y su evolución, cínica o genuina, resulta preferible a quedarse estancado en el instinto, en lo primario, en los miasmas.

Tony Raful (hijo)

Abogado

Abogado con maestría en Derecho de la Regulación Económica (PUCMM) y Política Económica Internacional (Universidad de Kent).

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