Para entender la realidad y desentrañar sus múltiples sentidos, propiedades y relaciones, se hace necesario, ante todo, interpretarla y reinterpretarla una y otra vez. Esa y no otra, habría de ser, sin más, la mejor manera de ofrecer una visión amplia, precisa y clara de todo cuanto acontece en el seno de la vida social.
Consciente de eso, el periodista, desde su inteligente punto de mira, interpreta; analiza y describe datos de la realidad de su contexto epocal. Lo hace, al menos, sin prejuicio alguno.
Para los filósofos de la antigüedad griega, el filosofar nace de lo desconocido por la razón. Es así, porque solamente de lo que sé muy poco o nada, me asombraría y despertaría en mí la curiosidad insaciable de aprehender claramente lo que se presentaría de manera borrosa a la memoria.
El filósofo Heráclito, habría dicho alguna vez o que la realidad fluye y cambia constantemente. De ahí que todo cuanto discurre en su interioridad resultaría asombroso y estimulante para la curiosidad.
El periodista, no sería extraño admitirlo, investiga; duda; cuestiona y reflexiona los hechos con amplitud y profundidad filosófica para forjar un concepto clarificado de los mismos.
El periodista, como se ha de suponer , no es poseso de la verdad. Sin ella, se sabría perdido. De ahí que la busque afanosamente y procure, al mismo tiempo, una visión veraz del acontecer cotidiano.
Se diría, sin pecar de injusto, que la verdad es ser ahí, siembre en movimiento y oculto en el ser y no ser de la cosas. A sabiendas de ello, el periodista, bien preparado, sagaz y acucioso, no bien conforme con el palpitar de lo que ves y sopesa, estudia el fondo y trasfondo de los hechos.
Eso, sin lugar a dudas, lo convertiría, de por sí, en intérprete confiable de la realidad que vive y respira.
Parménides, gran metafísico del período presocrático de la filosofía, no contraviene, en lo más mínimo, la razón, porque, rechazó, sin miramiento alguno, el conocimiento fundamentado en la opinión, el cual, según su parecer, es falso, en tanto no rebasa el marco de la estricta creencia.
La razón, como tal, no solo busca la verdad, sino que la descubre en cualquier lugar. Siempre guiado por la razón, Sócrates considera la verdad como máxima expresión del bien moral. Por tanto, quien la conociese lo alcanzaría.
Platón la entiende como bien, virtud y felicidad. Aristóteles, en cambio, la concibe como la concordancia entre objeto y pensamiento.
La verdad, según Friedrich Nietzsche, no existe, en tanto cuanto es pura ilusión. De su lado, Michel Foucault, la valida como construcción conceptual y social, que, no obstante su falsedad, no dejaría de ser útil al poder.
De manera diferente al filósofo francés, los marxistas coinciden en decir que la verdad “es una realidad objetiva que existe con independencia de la conciencia”.
En efecto, sería muy atinado dejar claro que esos pareceres sobre lo que es en “sí” y para “si” la verdad, cuentan con defensores y rabiosos detractores.
Cabría recordar, no sin razón, que José Ortega y Gasset; Hannah Arendt; Albert Camus y Kate Webb ( gran corresponsal de guerra), supieron cuestionar, dudar y filosofar los hechos de su contexto epocal.
El ya desaparecido filósofo positivista, Mario Bunge, escribiría con palabras seductoras y convincentes:
“Quien se compromete a buscar y difundir la verdad asume un compromiso filosófico. Y recordemos que Aristóteles, Spinoza, Kant, Russell y otros filósofos instaron a decir la verdad. Y recordemos también que, en cambio, Platón defendió el uso de la ‘noble mentira’; que Nietzsche exclamó’¡ Hágase la vida y perezca la verdad’; que los utilitaristas y los pragmatistas pretendieron reducir la verdad a la utilidad; y que los llamados posmodernos afirman que todas la creencias son interesadas y locales, en particular tribales”
Probablemente con más fuerza discursiva que la anterior, Bunge afirmaría:
“(…) el periodista, como el buen científico, hace buena filosofía sin proponérselo. No la explica ni predica, pero la vive. Y sirve al público en la medida en que la vive”.
El periodista, sin importar su especialidad, vive, piensa, practica y repiensa la filosofía implicada en la necesidad epistémica de informar, orientar y educar en abierta correspondencia con los preceptos fundamentales de la ética y la moral.
Condicionado por la vocación de servir y exteriorizar la verdad, mira y remira la cotidianidad sin otro propósito que no fuese el de reflexionarla, si se quiere, con descarnado rigor filosófico.
El periodista Jamás habría de encerrarse en su mismidad. Al contrario: saldría de sí y lograría percibir, a luz de la sabiduría filosófica, los secretos más resbaladizos de lo inmanente, lo trascendente y el demiurgo creador.
Tal vez por eso, siempre procuraría ir más allá de lo confuso, lo oscuro y aparente. Ello, de más en más, le impondría la necesidad ineludible de filosofar los hechos y comprenderlos en sus más ínfimas particularidades. Justamente por eso, no lo visualizaría ciegamente, sino con inteligencia, criticidad y prudencia.
El periodista, sin que nadie dijese lo contrario, es , ciertamente, verdadero filósofo de su contexto epocal, siempre comprometido, sobre todo, con la ética, la moral y la verdad de los hechos , tanto nacionales como internacionales.
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