Introito

En el panorama editorial dominicano sorprende y se agradece la aparición de un ensayo como el Padre Nuestro (2025) de José Báez Guerrero. Sorprende, porque el autor, más conocido como agudo periodista y polemista de fuste, se adentra, con ese opúsculo de 118 páginas, en un terreno íntimo y de naturaleza bíblica, teológica. La obra busca repensar la oración más originaria y repetida del cristianismo desde una clave existencial, confesional y literaria.

  • La apuesta es audaz: acercarse a la oración por excelencia de Jesús de Nazareth, “el hijo de Dios”, “el hijo del carpintero”, no como fórmula repetida en la liturgia o encadenada en un rosario, sino como espacio de lucha interior, de duda, de fragilidad y, a veces, de tenue –aunque confiada– esperanza.

Sobre el autor

El autor –periodista agudo de larga data, polemista incisivo y respetuoso de personas y detalles, y ensayista con una larga trayectoria intelectual de publicaciones en diversos géneros— dedica su libro como un acto de gratitud y de fe, al tiempo que confiesa al lector sus dudas, pesares, limitaciones y búsqueda. No pretende librarnos unas cuartillas motivacionales, tampoco un tratado de teología espiritual, de exégesis bíblica exhaustiva y, mucho menos, un tratado dogmático. En verdad, reflejando quizás su sentir ecléctico, Báez Guerrero opta por un poco de todo eso envuelto en un tono meditativo y autobiográfico. No de autoayuda.

He ahí, dicho sea de paso, por qué su centenar de páginas rememoran, en diversas claves, las Confesiones de San Agustín de Hipona. Así mismo, en cierta medida, cuantas veces invita a recorrer con él un itinerario de preguntas, asombros y certezas frágiles que encuentran, en su confesión ante su conciencia y el lector, una guía luminosa.

El fondo de la cuestión

En sus palabras introductorias, pronunciadas en la Universidad Católica Santo Domingo, el autor nos revela el trasfondo humano de su escritura. Su vida familiar, su pertenencia a comunidades de fe, la tensión entre el conocimiento científico y la humildad espiritual y, lo dejo para último, por ser lo primero, la admisión de sus propias faltas.

Esa confesión inicial orienta la lectura del ensayo, que comienza a desarrollarse hasta el punto final, no como un estudio erudito, sino como un testimonio sincero de fe in fieri. Fluye la confesión de un ser humano falible, vulnerable, aunque auténtico. Si bien es cierto que escribe desde esa fragilidad que reconoce, la oración del Padre Nuestro se convierte, así, en un espejo de sus contradicciones y en una brújula de convicción y aliento.

A so pena de equivocarme de cuajo, la fuerza de este ensayo reside en su capacidad para articular experiencia personal y tradición cristiana. Báez Guerrero muestra que la oración no es un texto congelado, sino una palabra viva que interpela a cada creyente en sus dudas y en sus certezas. El contraste entre los avances de la ciencia y la pequeñez humana ante la creación, tal como él lo expone, revela un pensamiento humilde y al mismo tiempo agudo: lejos de ver incompatibilidad entre razón y fe, entiende que ambas dimensiones se enriquecen en el reconocimiento de los límites del conocimiento humano.

Su enfoque, por tanto, dialoga con un mundo contemporáneo marcado por la desconfianza hacia lo religioso, pero ávido de sentido y de trascendencia. Por eso nuestro autor escribe desde lo íntimo, con un lenguaje más literario que científico, y con el propósito de acompañar a creyentes con dudas.

La lectura —no escribo el rezo del Padre Nuestro— al ritmo de la pluma del autor dominicano, se vuelve más significativa y fecunda cuando —guardando las distancias– se la compara con algunas de las obras cumbres dedicadas a esta oración en la tradición cristiana.

Un ejemplo reciente es el estudio de William M. Wright IV:  The Lord’s Prayer: Matthew 6 and Luke 11 for the Life of the Church (2023), que ofrece un análisis histórico-crítico y pastoral de los textos evangélicos. La obra de Wright se distingue por su rigor académico, su exégesis detallada y su aplicación eclesial. Algo semejante ocurre con la obra de Nicholas Ayo:  The Lord’s Prayer: A Survey Theological and Literary, que compendia siglos de interpretaciones patrísticas y modernas; allí el lector encuentra una erudición sistemática que dialoga con figuras como Orígenes, Santo Tomás de Aquino o Teresa de Ávila.

En ese mundo, Báez Guerrero aporta la voz de un hombre contemporáneo que, sin renunciar a la tradición dogmática, escribe, desde sus inquietudes y vulnerabilidades, su testimonio personal de una oración fundamental a la fe cristiana. Un testimonio cercano a las meditaciones —no cartesianas, por supuesto, sino— confesionales. Y lo escribe, con claridad y ritmo, sin tecnicismos innecesarios ni devocionismo cursi y ramplón. La prosa es íntima, casi epistolar. Y, aunque no faltan los pasajes que adolecen de repeticiones, el texto sobreabunda en intuiciones y valor antropológico.

El valor de una oración

Padre Nuestro se sitúa en un lugar peculiar: no compite con los estudios exegéticos, sino que los complementa desde otro registro. Su mérito principal radica en mostrar cómo una oración milenaria puede interpelar hoy a un creyente que vive en medio de dudas, tentaciones y aprendizajes.

Lo que para grandes teólogos y hombres de espíritu cristiano aparece como análisis académico o doctrinal, en Báez Guerrero se convierte en experiencia vital y narrativa personal. Allí radica su originalidad y también sus límites: quienes busquen sistematicidad académica no la encontrarán, pero quienes demanden cercanía espiritual y humanidad reconocible hallarán un testimonio conmovedor.

La obra, en suma, representa una contribución significativa a la literatura religiosa o simplemente espiritual, en general.

Su estilo accesible, honesto y humilde la hace especialmente apta para quienes se sienten inseguros en la fe, así como para lectores que desean descubrir en la oración cristiana no solo un dogma repetido, sino una palabra que se hace carne en la vida concreta.

En definitiva, el autor no pretende dialogar de manera sistemática con los Padres de la Iglesia ni con la doctrina oficial, sino ofrecer intuiciones: qué significa decir “hágase tu voluntad” en tiempos de incertidumbre, cómo experimentar el perdón en medio de fragilidades reiteradas o de qué modo vivir la esperanza de un reino “en la tierra como en el cielo”.

Ese enfoque tiene fortalezas y límites. Fortalezas, porque abre un espacio pastoral: muchos lectores creyentes con dudas se verán reflejados en esas intuiciones. Límites, porque el libro deja escapar la ocasión de un diálogo más robusto con la tradición teológica: San Agustín, Tomás de Aquino, Teresa de Ávila, Karl Rahner, Hans von Balthasar y tantos otros que, por ejemplo, son apenas sombras implícitas, nunca interlocutores explícitos de este breve ensayo.

En cualquier hipótesis, el resultado es un texto que ilumina, pero que no siempre fundamenta lo que afirma.

José Báez Guerrero nos invita cordialmente a leerlo. Quizás a rezar, por él y con él, la oración de Jesús. Tal y como admitió el pasado 2 de julio, al pronunciar unas palabras en la puesta en circulación de su ensayo:

Este nuevo libro es una confesión de mi incesante ruego a Dios para que aumente mi fe. Vivo lleno de dudas. Quizás dudar es el castigo de la curiosidad, pero también la piedra angular de la ciencia. Por mi edad, aparte de sentirme bendecido por mis hijos y nietos, estoy cada día más curioso de qué me espera cuando me despoje de esta frágil y gozada envoltura del alma. Soy un pecador terrible y reincidente, débil y defectuoso, avergonzado de muchas metidas de pata, ‘de pensamiento, palabra, obra y omisión’. Quizás por eso me conviene creer en Dios y que Dios crea en mí”.

Pero que quede esto bien claro, fuera de cualquier asomo de dudas. Siempre será más fácil creer en Dios si ponemos la oración del Padre Nuestro en su justa dimensión. El Padre es nuestro, no mío, ni tuyo, ni de él, ni de vosotros y menos de ellos. Además, está en el cielo, independiente de otros lugares y dimensiones. Y, por supuesto, siempre será tanto más fácil que Él crea en cada uno y todos nosotros, cuantas veces demostremos, tanto que somos sus hijos, como que estamos conscientes de que el pan que requerimos cada día también es nuestro, y no patrimonio exclusivo de uno o de algunos engreídos.

Por algo debe haber sido que, de conformidad con la tradición cristiana, quien enseñó a rezar al Padre y a rogar por el pan cada día seguramente ordenó de tal manera el fondo de las cosas que las remitió a esa primera persona del plural: nosotros. Porque hay que amar al prójimo no por la categoría en la que caiga ni por el adjetivo que lo califique, sino más allá de cualquier etiqueta. Al fin y al cabo, el Padre y el pan que dan vida son comunes, y solo se viven en comunidad.

Asumo que es en ese contexto donde meditar —y no solo hojear— tan valiosas páginas, escritas en y desde nuestro terruño, nos ayuda a todos a aproximarnos a nuestro verdadero fin.

Fernando Ferran

Educador

Profesor Investigador Programa de Estudios del Desarrollo Dominicano, PUCMM

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