El Índice Global de Innovación 2025 (GII), elaborado por la OMPI, coloca a la República Dominicana en la posición 97 de 139 países. A primera vista, podría parecer un lugar modesto, pero leído en perspectiva, abre una ventana para reflexionar sobre las oportunidades que el país tiene para dar un salto cualitativo en materia de innovación.
En América Latina, el liderazgo lo mantienen Chile (51), Brasil (52) y México (58), mientras que economías como Uruguay (68), Colombia (71) y Costa Rica (72) también muestran avances importantes. República Dominicana, en cambio, permanece estable, con resultados que no deslucen, pero que tampoco la sitúan en el grupo de países que están capitalizando con mayor éxito la innovación como motor de desarrollo.
El informe revela fortalezas estratégicas que vale la pena destacar: un buen desempeño en atracción de inversión extranjera directa y un dividendo demográfico joven, ambos factores que ofrecen un terreno fértil para dinamizar la innovación. La pregunta clave es cómo traducir estas ventajas en mayor producción de conocimiento, tecnología y soluciones aplicadas.
Si algo enseña el GII es que la innovación no se limita a laboratorios de alta tecnología
Aquí surge uno de los grandes desafíos nacionales, la débil articulación entre universidades y empresas. Mientras que en países como Brasil o Chile las instituciones académicas se han convertido en socios estratégicos de la industria para generar patentes, investigación aplicada e innovación tecnológica, en la República Dominicana esta relación todavía es incipiente. Persisten barreras de confianza, falta de incentivos claros y estructuras de financiamiento que no siempre facilitan la investigación colaborativa.
Esto explica en parte por qué el país ocupa posiciones rezagadas en indicadores como producción de conocimiento y tecnología (113) y creación de conocimiento (137). Se invierte en educación y existen esfuerzos de formación, pero todavía no se logra que ese capital humano se traduzca en desarrollos innovadores con impacto económico y social. En otras palabras, tenemos las semillas, pero no siempre el terreno preparado para que germinen.
El informe revela fortalezas estratégicas que vale la pena destacar
La solución no pasa únicamente por aumentar recursos financieros, aunque estos son indispensables. Se trata también de cambiar la cultura de colaboración, de fomentar que la investigación universitaria tenga aplicaciones prácticas y que las empresas vean en la academia un aliado, no un actor distante. Programas de vinculación tecnológica, fondos concursables de innovación, incubadoras mixtas y clústeres de investigación aplicada son mecanismos probados en otros países de la región que podrían adaptarse al contexto dominicano.
Si algo enseña el GII es que la innovación no se limita a laboratorios de alta tecnología: también implica la capacidad de generar soluciones locales, sostenibles y escalables, a partir del talento disponible. En ese sentido, nuestro país tiene un enorme potencial, especialmente en sectores como turismo, energías renovables, agroindustria y servicios digitales, donde la investigación aplicada puede generar ventajas competitivas claras.
El reto está planteado: cerrar la brecha entre insumos y resultados. Contamos con juventud, apertura económica e inversión extranjera, pero necesitamos transformar esos activos en un ecosistema innovador más dinámico. El GII 2025 no debería leerse como un ranking frío, sino como una hoja de ruta que nos recuerda que la innovación no es un lujo, sino la condición para asegurar el futuro competitivo y sostenible del país.
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