Desde un costado de la (des)memoria es la más reciente publicación del escritor Gustavo Olivo. Contiene once cuentos, uno de ellos titulado “El Maestro”.

En la cuentística dominicana parece no abundar el tema de los profesores como personajes principales. El clásico maestro de escuela pública suele tener un perfil poco interesante por sus hábitos rutinarios y su bajo perfil social.

Leoncio Solís, protagonista del cuento “El Maestro”, aparentemente encarna esta caracterización tradicional del maestro de escuela, jocosamente caricaturizado por César Nicolás Penson en La escuela de antaño: “ente raro”, “pobre diablo”, “carente de dignidad moral”, “atado al trabajo por la necesidad”. “bicho raro”, “seco” y de “figura difuminada por el hambre clásica”.

El profesor Leoncio, sexagenario o tal vez septuagenario, se había iniciado en la práctica docente en el trujillato y probablemente enseñara conforme al estilo autoritario de la época. En enero de 1975 cumpliría 45 años en la docencia, razón por la cual ya “este viejo profesor que casi arrastra los pies” planea jubilarse, pero se arrepiente.

Y es con esta decisión de descartar su jubilación que comienza la tensión de la historia. El profesor Leoncio pide su traslado al campo, donde, según sus palabras: “Será como retornar a esa vida que dejé atrás en mi niñez, desde que mi familia se mudó a la capital. Tal vez el reencuentro con la campiña me despierte al poeta bucólico que quedó rezagado entre las aulas y la lucha por la sobrevivencia en los años de dictadura”.[1]

Un panorama comprensible en la vida del docente, para quien, a menudo, el cumplimiento de una larga y rutinaria jornada que en la mayoría de los casos incluía “las dos tandas”, sumado al trabajo burocrático de llenado de registro, entregas y revisiones de planificaciones, reuniones con directivos, padres, estudiantes, supervisores y asistencias a numerosos talleres a lo largo del año escolar, no dejaba espacio alguno para la producción artística.

Pero nada es lo que parece y la primera pista de lo que luego sería una gran revelación la ofrece el autor desde que el maestro Solís se entrevista con el director regional Emilio Sánchez: “Se me olvidaba comentarle que tenga cuidado al salir. La zona está bajo estricta vigilancia. El gobierno recibe fuertes presiones desde el exterior, debido a los casos de secuestros de diplomáticos y asaltos a bancos que hacen los grupos más radicales de la oposición para tener dinero”.[2]

Se efectúa su traslado como director de la escuela Luz y Vida en Villa Sinda, Montecristi, lugar donde el autor siente la necesidad de acotar que: “En la primera mitad del decenio de los setenta, Villa Sinda era una comunidad que apenas tenía actividad económica más allá de la agricultura de minifundios, alguna ganadería, rústicos apiarios y el comercio minorista.”[3]

El maestro Solís se aclimata rápido y entabla amistad con el párroco Isaías Oller, quien, poseedor de una personalidad amistosa y servicial, era muy bien valorado por los parroquianos, sobre todo por los jóvenes de la comunidad y de pueblos aledaños, con quienes conversaba sobre temas locales e internacionales, reuniéndose con frecuencia con los dirigentes comunitarios que abogaban por la inclusión en el programa de reparto de tierras, actuación que lo había puesto bajo la mirilla del sargento Pérez.

Un sacerdote y un viejo maestro de escuela, dos figuras de autoridad de quienes se espera que trabajen por mantener el statu quo. Pero no será así. La segunda pista la ofrece el autor cuando describe el equipaje y la actitud del maestro durante el viaje: “Un maletín abultado, parecido a los de uso médico, pero inusualmente grande, lo puso sobre sus piernas. Cuando Ramón, el chofer, le dijo que podía colocarlo en el sillón trasero, don Leoncio se aferró al maletín como un niño que no cede a nadie su juguete preferido.  Ramón pensó que era un capricho del viejo, y no insistió.”[4]

Inmediatamente, emprende la remodelación de la humilde escuelita y de la casa que le fueron asignadas. Reparte cuadernos y libros de forma gratuita, todo, según le comentó al regional Carlos Núñez, con sus propios recursos provenientes de ahorros y una pequeña herencia. Y logra hacer la transformación que tantos ministros de educación prometen, pero que pocos pueden cumplir: mejorar la educación de la pequeña comunidad. Los padres están felices, los estudiantes aprueban satisfactoriamente y hasta el sargento Pérez, hombre dado a la bebida y de dudosa reputación, se suma como colaborador.

No obstante, les llama la atención que el maestro constantemente reciba visita de personas provenientes de la capital en una atmósfera cargada de misterio y hermetismo hasta que: “una maestra, que no pudo aguantar la curiosidad, logró acercarse hasta la casita… por lo que escuchó se convenció de que el director, en secreto, era el líder de alguna organización…”[5]

A partir de ese momento, el desenlace llega rápido: el coronel Ruiz da órdenes al sargento Pérez de mantener vigilados al maestro Solís y al sacerdote Oller. Ante la falta de proactividad del sargento y después de un mes sin novedad, fueron sitiados por policías y militares. El sacerdote resultó herido, pero, increíblemente, el viejo maestro de escuela logró escapar con la aparente ayuda del sargento Pérez.

Se encontró en su casa un maletín lleno de dinero. Se le consideró: “conspirador contra el gobierno”. Cabecilla de una organización que secuestraba y robaba. La verdadera razón de la colaboración y lealtad del sargento Pérez queda en la duda. ¿Lo habrá hecho por dinero? Yo creo que no.

La aparente vida sencilla de un viejo maestro de escuela, próximo a la jubilación, viudo y con pocas fuerzas, se convierte en una historia de acción que, bajo la diestra pluma del escritor Gustavo Olivo, se transforma en una narración cautivante que nos recuerda aquel célebre refrán: “Debajo de cualquier yagua vieja sale tremendo alacrán”.

[1] Olivo Peña, Gustavo, Desde un costado de la (des)memoria, Río de oro editores, Santo Domingo, 2025, p. 63.

[2] Ídem, p. 64.

[3] Ídem, p. 65.

[4] Ídem, p. 65.

[5] Ídem, p. 69.

Duleidys Rodríguez Castro

Educadora y Filósofa

Duleidys Rodríguez Castro es filósofa egresada del Instituto Filosófico Pedro Francisco Bonó. Posee una maestría en Filosofía en el Mundo Global por la Universidad del País Vasco. Es coleccionista especializada en historia de la educación dominicana. Desde hace 17 años se desempeña como profesora de Literatura.

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