“Las redes sociales generan una invasión de imbéciles” (Umberto Eco)

Bien entrada la década de los noventa, cuando aún el libro impreso y la lectura de libros de papel tenían prestigio y no tenían competencia, y eran vistos como tesoros del saber e instrumento de conocimiento y aprendizaje, delirábamos por leer una obra maestra, una novedad editorial o un libro raro o inhallable. Quien lo poseía se sentía con poder y un individuo importante. Los que nos iniciamos en el mundo libresco y en la bibliofilia, solíamos salir a buscar libros usados o viejos, y a recorrer las últimas librerías, que aún quedaban vivas en la ciudad capital. Teníamos la ilusión de tener una enorme biblioteca personal como las tenían algunos escritores e intelectuales consagrados y buena parte de nuestros profesores. Queríamos ser poetas, ensayistas o cuentistas –no así novelistas, pues sabíamos que es un género de madurez—y por eso muchos fuimos al taller literario César Vallejo, de la UASD, y a los cafés de la ciudad colonial a oír conversaciones literarias y filosóficas de los  consagrados en el oficio, y también a oír recitales poéticos. Nuestras vidas transcurrían entre la UASD, Gascue y la Ciudad Colonial, buscando el saber, la formación, y un espacio para alimentar el espíritu letrado. Y en ese trajín, nos intercambiábamos libros, hablamos del último que estábamos leyendo, nos leíamos el último poema (o borrador) que habíamos escrito, o fotocopiábamos alguna joya literaria, como si fuera un juguete.

Jóvenes poetas integrantes del Taller César Vallejo, de la UASD.

Fue una época en que suspirábamos y nos desvelábamos por conseguir y devorar Los cantos de Maldoror, Aurelia, Los cantos completos de Pound o la poesía completa de Rilke, pues eran inhallables. (Recuerdo, por ejemplo, al poeta José Alejandro Peña cuando le pidió a Lupo Hernández Rueda que le trajera de España Los cantos de Maldoror). Es decir, buscábamos tesoros literarios como si fuéramos iniciados de una filosofía oriental o de una religión secreta.

Digo esto como preámbulo, a raíz de una serie de opiniones que suscitó mi ensayo titulado La poesía, los poetas y las redes sociales (ver acento. com: 31/10/2025): la mayoría a mi favor, muy pocas en mi contra y otras, con ciertas precisiones, y que recibí por mi celular, las cuales agradezco. Defiendo la invención de las redes sociales, pero como plataforma de difusión de frases, poemas y artículos. En ese sentido, han democratizado la lectura y los autores, pero sólo de obras parciales y fragmentarias. Solo sirven para difundir nombres de autores, títulos, aforismos, videos y entrevistas a escritores y filósofos. Sin embargo, no creo que estimulen la lectura de obras completas, sino que se quedan en la superficialidad, y no en la profundidad del texto. Si indujeran a sus consumidores a leer los libros y las obras completas de sus autores, las defendería. Pero presiento que no. Creo que el auténtico lector lee libros y obras completas, y que los adictos a las redes sociales son seducidos por las imágenes y los sonidos, antes que por las imágenes verbales y las ideas. Su uso racional, ético, útil y responsable por parte de los escritores, es mínimo, en relación a los millones de usuarios que las usan para denostar, descalificar, satirizar o demonizar a los demás, o al otro.

Antonio Lockward, Abel Fernández Mejía, el pintor Fernando Peña Defilló, Jeannette Miller, Grey Coiscou, Aída Cartagena, Mateo Morrison y Tony Raful.De espaldas, Manuel Del Cabral.

En las letras dominicanas se ha tomado como referente la idea de que un poeta no debe tener cultura ni lectura ni formación. Y ese paradigma lo representa Juan Sánchez Lamouth, un poeta de enorme talento, y cuyos poemas originales tenían faltas ortográficas y aun errores gramaticales. La obra poética de Lamouth, por consiguiente, se salva por las ediciones y las correcciones. El otro paradigma es Manuel del Cabral, quien no tenía título universitario, sin embargo, poseía lecturas y una formidable sabiduría, que se la dieron las lecturas de textos orientales, metafísicos y filosóficos. No olvidemos que no sólo escribió poesía, con un extraordinario talento imaginativo, sino que escribió novelas, cuentos, teatro y ensayos. Sin cultura ni lectura es imposible incursionar con tanta inventiva, versatilidad y creatividad, como lo hizo el autor de Los huéspedes secretos. Sin embargo, olvidamos que también fueron buenos poetas de gran cultura y formación (incluso académica), Manuel Rueda, Antonio Fernández Spencer, Aída Cartagena Portalatín, Freddy Gatón Arce, Pedro Mir, Tomás Hernández Franco o Marcio Veloz Maggiolo (quien empezó como poeta). Además, son modelos locales, no universales. En cambio, cito sólo algunos paradigmas occidentales de la poesía, que fueron extraordinarios poetas, académicos, intelectuales y ensayistas como: T.S. Eliot, Ezra Pound, Octavio Paz, Fernando Pessoa, Antonio Machado, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Borges, Mallarme, Baudelaire, Valery, Poe, Rubén Darío, Pedro Salinas, Juan Ramón Jiménez, y un largo etcétera. En su mayoría, son poetas de la “poesía pura”, poetas-pensadores o poetas-ensayistas. No se necesita ser PhD para ser poeta. Ciertamente, pero Eliot, y muchos más fueron PhD y grandes poetas. Es decir, que los poetas sin formación ni cultura ni lectura, también han sido una exigua minoría. “La poesía tiene muchos callejones sin salidas”, nos decía el profesor Fernando Vargas, en el taller César Vallejo, a principios de los años noventa. Creo que tenía razón. Como la poesía se escribe, normalmente, en verso, y no en prosa, muchos poetas, que se inician en la poesía y se quedan en ella, no aprenden a dominar las leyes de la sintaxis y la prosodia, al no cultivar la narrativa ni el ensayo. Y, por esa razón, un puñado no aprende a escribir en prosa. Muchas deficiencias de su poesía no se aprecian ni se nota en los versos. Este juicio acaso es válido para Lamouth, y otros no tan iletrados, pero que, al nunca cultivar la prosa, no podemos identificarlos. En cambio, los poetas, con estudios y cultura letrada, han sido mayoría. Algunos dirán Rimbaud. Y digo que no, pues Rimbaud fue un gran lector desde la niñez y la adolescencia y era políglota, y Rubén Darío, tampoco: se leyó la “biblioteca completa” de un cura, en León. Ambos fueron precoces. En mi caso particular, prefiero a los poetas cultos, eruditos, intelectuales, que a la vez que son grandes poetas son (o fueron) enormes ensayistas, críticos, pensadores o intelectuales.

Manuel Matos Moquete.

No me referí en mi ensayo a que la poesía de las redes es mejor o peor, sino a que, al leerse con la rapidez, la premura y la ansiedad con que leemos y consumimos los productos en las redes sociales, no permite la meditación, la metabolización ni la lectura serena que exige y demanda la formación del poeta, al leer a los canónicos textos de los grandes poetas. Pero, parece que no me di a entender o que no me leyeron bien; o que leyeron la opinión en Facebook de Manuel Matos Moquete sobre mi ensayo, mas no la mía. También aludí a que en las redes es imposible leer obras completas o libros, ya que lo que circula son poemas sueltos, frases y fragmentos, que es  lo que permite dicha plataforma. También porque algunos libros tienen derecho de autor. Critico al que se forma una cultura poética, leyendo exclusivamente obras poéticas fragmentarias en las redes, no al que publica sus poemas en las mismas. Lo dije para aquellos que se limitan a consumir, como lecturas formativas y para adquirir una conciencia del oficio, solo lecturas de poemas y no las obras completas de los poetas. En mi época formativa teníamos la convicción de que, para ser poeta, o iniciarse en el oficio, debíamos estudiar y conocer la historia, la tradición y la teoría de la poesía y del poema. En cambio, ahora observo, con tristeza y desilusión,  que se inician sin esa conciencia moral de la poesía y del oficio poético, al limitarse no a visitar librerías ni bibliotecas, sino a leer lo que se sube a las redes o está en internet.

Octavio Paz.

No me referí –en mi ensayo– a que el soporte digital sea inferior al soporte físico, sino a que muchos nuevos poetas, de la era de internet, se limitan  (insisto) a leer los textos de las redes sociales sin acceder a las lecturas de obras totales de los poetas. No creo que haya que leer a todos los poetas clásicos, antiguos y modernos del mundo para ser poeta, pero sí a un puñado de ellos. O, al menos, a los canónicos.  No concibo un poeta moderno o actual sin lecturas y sin conocimiento de la tradición poética universal, hispánica y de su país. Ni sin conciencia de oficio y del lenguaje poético (y esto también es válido para los narradores, dramaturgos y ensayistas). La etapa de los poetas salvajes, bárbaros e iletrados murió. Un poeta debe nutrirse de la tradición, de una estirpe o de un linaje, de la “otra voz”, como dijo Octavio Paz. O debe combinar las voces poéticas de la tradición con su propia voz, que siempre será una búsqueda. Es decir: vivencia y contemplación, experiencia e inocencia, como diría William Blake. Existen esas voces que alimentan y encandilan la imaginación, más allá del talento individual. Esa combinación es la clave perfecta del gran poeta. Tradición y ruptura, memoria y creación son las llaves del genio creador. Insisto en que un poeta no tiene que leerlo todo, pero sí conocer a los maestros del género. Me sorprendió una joven poeta –autora de dos libros extraordinarios y premiados–, al decirme que le prestara la poesía de Alejandra Pizarnik y de Xavier Villaurrutia porque no los conocía. Así como ella he visto a muchas y muchos poetas jóvenes, y eso se debe a lo que afirmo más arriba. Incluso, sé de varios que ni siquiera conocen la tradición poética dominicana.

Mis juicios los hice no desde mi condición de poeta o ensayista, sino a partir de una reflexión personal de la relación entre la poesía y las redes sociales. Lo que hice fue provocar un debate y poner ideas en circulación, sin pretensión de verdad, ni tras la búsqueda de razón. En cuestiones estéticas o filosóficas no hay una única razón o verdad, y por tanto, no amerita un largo debate o disquisiciones, que siempre serán estériles, pues a nadie persuaden. No basta con la réplica de una serie de artículos como respuestas. Cada quien tiene sus convicciones, visiones y miradas, en función de su sensibilidad y concepciones estéticas o filosóficas. O con respecto a la tecnología: a la tecnofobia o tecnofilia. Lo que irrita es que, quienes casi siempre se sienten lastimados y heridos  en su susceptibilidad, son los que lanzan denuestos y descalificaciones en las mismas redes. Siempre son los no poetas, los ágrafos, los inéditos, los diletantes de siempre, que practican el terrorismo de las redes, el resentimiento y la envidia. Pero sin espacio en la prensa seria tradicional, y que opinan empíricamente, solo por moda, para sentirse importantes, sin obras publicadas, y por tanto, sin autoridad ni méritos para descalificar a los que sí tienen obras y trayectoria. Existe una estirpe de “opinadores” alegres, que alimentan sus contra-discursos y contra-argumentos, a partir de que el otro tuvo la gallardía, el valor y el coraje de decir primero una idea, como lo hice. (Vi en Facebook, donde nunca opino, a un enemigo gratuito que, por razones personales, hasta duda de mi diploma y descalifica mi punto de vista). Creo que, algunas de las réplicas a mi ensayo (que no artículo), parten del análisis de Matos Moquete, no de mi ensayo de marras. No opino por complejo de autoridad académica ni porque emborrone páginas con mis poemas. Si bien las redes sociales han democratizado la escritura, no menos cierto es que han democratizado, más aún, las opiniones de los diletantes.

Afirmé que las redes sociales le han dado voz y espacio a todo el que nunca había leído, escrito o pensado escribir y publicar. Es la democratización de la lectura y la escritura. Ciertamente. Pero creo que se festinaron. Se volvieron un carnaval y un receptáculo de canalización de los sentimientos, un vehículo de expresión de la intimidad. Y un medio para crear una cultura de odio, venganza y resentimiento, y un caldo de cultivo para los fake news, los deep news y las mentiras, en esta era de la posverdad. Representan una democratización de la información, pero también –hay que decirlo–  son las peores enemigas de la democracia, al atentar contra los cimientos y los pilares de este régimen político, cuando se usan para “campañas sucias” contra un candidato, o cuando alteran y tergiversan los resultados electorales, violando la voluntad popular del voto. Es decir, las redes sociales son un destape para todo aquel que no era poeta o escritor, y ahora lo sea o se crea serlo, lo cual no es negativo. Y con la IA será un pandemónium, un caos, que derivará en un ecosistema carnavalesco para brotar las energías interiores y canalizar las pasiones. Las redes, por ende, han provocado una borrachera y un fanatismo que, frente a todo el que las cuestiona, esa misma legión de fanáticos, la emprende contra sus críticos, con bots, calumnias, mentiras e infamias, algunas escudadas tras el anonimato.

Junot Díaz.

Sin embargo, no odio las redes, ya que a través de ellas divulgamos y difundimos nuestros artículos, informaciones, invitaciones y ensayos. Critico a los adictos que ya rechazan los libros (se burlan de los que leemos en papel), y que solo leen libros digitales, o los que están gratuitamente en la red. Pero en la red solo están los que se suben de manera ilegal, sin pagar derecho de autor, echando a la ruina a los autores y editores. No están las novedades locales, es decir, los autores dominicanos  sino  algunos clásicos. Por eso me niego a leer los libros que me envían por whatsapp, pues tengo que abrirlos y se me llena la memoria: se pone pesado el celular y no puedo leer un libro de más de 50 páginas en línea, porque se me revientan los ojos. Además, espero que lleguen al país o cuando viajo para comprarlos; con los miles de libros que tengo en mi biblioteca, por leer o releer, otra vida no me alcanzaría. Me sucede cada vez que un escritor gana el Premio Nobel que, enseguida, me envían sus libros a mi celular. Yo ni los abro por respeto al escritor y porque aborrezco leerlos en digital. Si el libro es nuevo y aparece, ¿para qué leerlo en línea o piratearlo? Esa sentencia se las digo a mis alumnos cuando me preguntan si pueden fotocopiar el libro asignado. Les digo que el libro aparece, y además, que podrán tenerlo en su biblioteca después del curso. Como soy hijo de una época análoga y de culto al libro impreso, para qué tengo que cambiar para ponerme a la moda. Les toca a mis hijos y les tocará a mis nietos. No niego, empero, la posibilidad y el alcance de las redes sociales para difundir mensajes, textos, videos y audios, pese a sus defectos y demonios (mi hijo menor, Amadeus, aquí me persuadió, con razón). Pero la ética de los que hacen uso racional y responsable de las redes sociales es de una minoría. (Noté que casi todos los escritores que vinieron al festival Mar de Palabras, como Juan Gabriel Vásquez o Junot Díaz, confesaron que no usan redes sociales para poder escribir en paz).

No es diferente la poesía que se publica o se sube a las redes a la que se escribe en papel. Eso lo sé ni lo discuto. El medio no importa. (En este aspecto coincido con Matos Moquete). Sí es diferente si se escribe directamente en las plataformas, como hacen algunos poetas. Lo digo porque se escribe son prisa y sin reflexión. Tampoco es igual subir poemas de un libro y de un gran poeta para el consumo de los cibernautas. Digo que es distinto leer poemas sueltos en una plataforma infinita como Instagram o Facebook: leer en papel poesía sí te pones –o impones– como lector a leer más despacio, a subrayar versos y metabolizar lo leído. ¿Realmente, quien escribe en la plataforma digital, escribe? ¿Quien lee en dicha plataforma digital, realmente, lee? ¿Pensamos con la misma profundidad, agudeza y potencia, cuando leemos virtualmente?

Reitero, no es que sea diferente la poesía que se escribe en las redes a la que se escribe en medios impresos. No me referí a la escritura de poesía sino a la lectura de poesía. Ciertamente, como afirma mi amigo y escritor, Manuel Matos Moquete, en Facebook: “La poesía que se publica en las redes no es distinta de otra poesía, oral o impresa”, porque “todas son manifestaciones de la cultura, las competencias y la creatividad del ser humano”. Desde luego, que cualquier tipo de escritura y cualquier medio de expresión, usados para vehicular las ideas, el pensamiento y los sentimientos, forman parte de la cultura. Ese no era mi punto. Es otro el aspecto de la cuestión. Y otro el meollo, para los que se fueron por la tangente.

Basilio Belliard

Poeta, crítico

Poeta, ensayista y crítico literario. Doctor en filosofía por la Universidad del País Vasco. Es miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua y Premio Nacional de Poesía, 2002. Tiene más de una docena de libros publicados y más de 20 años como profesor de la UASD. En 2015 fue profesor invitado por la Universidad de Orleans, Francia, donde le fue publicada en edición bilingüe la antología poética Revés insulaires. Fue director-fundador de la revista País Cultural, director del Libro y la Lectura y de Gestión Literaria del Ministerio de Cultura, y director del Centro Cultural de las Telecomunicaciones.

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