El pasado fin de semana tuvo lugar en Ciudad de México y otras localidades de ese país, una protesta que reunió a miles de manifestantes. En el caso de la capital, la multitud se congregó en el Zócalo, o Plaza de la Constitución, espacio por rodeado por la Catedral y el Palacio Nacional. Es decir, el centro del poder político, económico y religioso de ese país. Uno de los detonantes de la protesta fue el asesinato del alcalde de Uruapan, quien había denunciado públicamente al crimen organizado.
Esta acción de masas incluyó reivindicaciones contra la corrupción, la impunidad y la inseguridad. Fue reprimida brutalmente por la policía y arrojó un saldo de más de cien policías heridos, decenas de manifestantes lesionados y apresados, varias barricadas derribadas cerca del Palacio Nacional. La marcha fue convocada inicialmente por jóvenes de la llamada Generación Z.
Los especialistas definen como Generación Z —también llamada Gen Z o nativos digitales— a quienes nacieron entre 1997 y 2012, es decir, personas con edades entre 13 y 28, o de 15 a 30 años, aproximadamente. Llegaron al mundo con internet, teléfonos inteligentes y redes sociales, herramientas que les permiten conectarse y expresarse. Desde temprano convivieron con la idea de que lo pasarían peor que sus padres, en un presente difícil y con un futuro incierto; con profundas desigualdades socioeconómicas, y en medio del juego de partidos políticos que no comprenden sus problemas ni creen que los resuelvan. En consecuencia, se preocupan por la seguridad, el trabajo, la vivienda, la educación, el cambio climático, y la salud mental. Muchos sufren alta ansiedad y depresión. También reclaman mayor participación política.
Estos jóvenes tienen niveles culturales, necesidades materiales y aspiraciones diferentes; según sus contextos geográficos —latinoamericanos, estadounidenses, europeos o asiáticos—, pero comparten afinidades biológicas y emocionales e intereses generacionales. Y coinciden en la percepción de una democracia, la justicia social y los derechos humanos.
Lo ocurrido en México es el caso más reciente. Aunque hubo un intento de réplica en estos días que fracasó, pero lo cierto es que este no ha sido el único caso de protesta de la Generación Z. De inmediato paso a enunciarle otros casos.
En Madagascar en 2024, cortes prolongados de electricidad y agua desencadenaron manifestaciones estudiantiles que derrocaron al gobierno constitucional.
En Nepal, también el año pasado, la prohibición de redes sociales desataron protestas juveniles contra el autoritarismo, nepotismo y corrupción, logrando la caída de un gobierno autoritario.
Y en Perú, el pasado mes de septiembre, manifestaciones contra la corrupción y las políticas, que generaron la muerte, a manos de la policía, de un joven cantante rapero, que ha sido levantado como símbolo de la resistencia, provocaron un cambio de gobierno y una gran crisis política, que sigue hasta estos días.
República Dominicana, donde el 30% de sus 11 millones de habitantes, hoy son jóvenes (entre 15 y 30 años) -es decir, cerca de 3.5 millones de personas- exhibe con orgullo su estabilidad política y su crecimiento económico, así como un clima de paz que, sin embargo, costó el sacrificio de la generación de jóvenes liderada por Minerva Mirabal y Manolo Tavárez Justo; cuyas edades promediaban 25 años. Ellos, desde las cárceles, montañas, calles, al igual que la actual Generación Z, contribuyeron a fortalecer la libertad y la democracia.
Por lo que es oportuno que nuestras élites gobernantes impulsen reformas que garanticen soluciones permanentes, fortalezcan la confianza en las instituciones democráticas y reduzcan el desencanto de estos jóvenes con respecto a sus gobernantes.
Gloria eterna y gratitud infinita a las heroínas Hermanas Mirabal, asesinadas brutalmente el 25 de noviembre de l960, cuyo sacrificio aceleró la caída de la horrenda tiranía de Trujillo.
*Este artículo puede ser escuchado en audio en Spotify en el podcast Diario de una pandemia por William Galván
Compartir esta nota