Revisitando la literatura y revoloteando con la historiografía, yo habito senderos diversos, para tratar de mirar las reflexiones personales sobre el cuerpo y esas cuestiones que me atormentan sobre la teatralidad de la cultura y su operatividad jerarquizada para crear la marginalidad de muchos. Yo voy mirando el pulso de la decadencia de esos cuerpos sociales escindidos y mutilados con su particular tratamiento de construir la apariencia, sin tomar en cuenta los ciclos vitales en el lienzo de la historia.
El cuerpo es esa expresión política que expresa pertenencia, sentimientos, dolor, enfrentamiento y resistencia a los cambios, o lo que se atreve a dar un salto, para construir identidades políticas en libertad, en el que el cuerpo escuche el llamado, no sólo del hambre física, sino también de aquellas cosas que plantean la discusión de cómo es el cuerpo de las mujeres, a lo largo de la historia y de cómo hay señores y señoras que se han empeñado en decirnos qué debemos hacer con nuestro cuerpo y por ende por nuestra salud reproductiva y sexual.
El cuerpo de las mujeres ha sido juzgado solo en el marco de su biología, dejando de lado los aspectos culturales que son las bases de complejas relaciones de desigualdad entre hombres y mujeres en el devenir de la vida social. Lo masculino es ese cuerpo opulento que tiene escritura y poder, porque cuenta con historia que se relata como significantes culturales. En cambio, el cuerpo femenino está atravesado por unos suculentos relatos que se ejercitan, a través de la ropa, adornos y accesorios para darnos pertenencia a un grupo de clase.
Por eso decía Freud que las personas que padecen trastornos emocionales el ego trata de dominar al cuerpo, a tal punto que establece que sus valores son superiores a los del cuerpo
Si bien en toda arqueología del cuerpo es imposible disociar lo biológico del cuerpo. Es clarísimo que esa corporeidad que nos sostiene es la base con la que experimentamos la vida. Tan bien es cierto que no hay nada en esta tierra de leche y miel que no nos pueda desvincular de lo que hacemos, ya que es el fruto de una experiencia cultural y, por tanto, la matriz de nuestra humanidad.
Por tales razones es imposible colgar las traperas bajo el sol, sin reflexionar que todo acto de nuestro cuerpo cultural, social y biológico se expresa en un ejercicio continuo de comunicación.
En este juego comunicacional el sujeto sufre, porque tenemos que percibirnos, y a saber se mueven otros signos de cómo nos percibimos y de cómo otros nos miran, a través de este cuerpo que manifiesta dolor, amor, alegría, impaciencia y representaciones que crean horizontes de historicidad o de exclusión.
De ahí que entremos en ese distintivo personal e íntimo de pertenecer a un cuerpo y mirar la dimensión constitutiva de mi yo individual, y de los otros egos colectivos que se multiplican en “muchos yoes” que estimulan las pupilas para ser, lo que ellos, los del exterior, desean.
En general, de lo que se trata es formular un principio cultural que establezca la idea de cómo el sujeto construye su identidad, la cual regularmente está asociada con los imaginarios de la cultura dominante.
A esta pantomima del “yo” persona y “yoes” se produce un fenómeno fantasmal que en materia del cuerpo está escindido, aunque posea un solo “yo” unificado. En pocas palabras y con más claridad, estamos frente a la presencia de una topología inconsciente entre la que el sujeto está dividido entre un yo y otros, entre dos contenidos polisémicos (cuerpo y cultura) o entre lo que Lacan llamó, entre una división muy particular, “entre algo y nada”.
En este ángulo del espectáculo, el rasgo identificativo del cuerpo como materialidad y la nada, o vacío, está modelado en un marco enajenado por la ambigüedad de una identificación simbólica, la cual está marcada por el lenguaje y por ende por la cultura, y sobre un imaginario donde se autentifica mi “yo” real, el cual no es más que una máscara exterior. Bajo tales dilemas asociados con mi máscara simbólica, la cual quiere presentarse como más verdadera que aquella que se oculta. Para Jacques Lacan, lo verdadero es lo que no se muestra.
Somos sujetos barrados que pasamos de un vacío a otro. Por tales mimos, proporcionamos una ilustración simulada que toda arqueología ha de indagar para sacar a flote aquellos registros arqueológicos para poder descifrar qué es la fachada, juego de titiriteros o lo que estamos supuestos a saber sobre el cuerpo y la identidad.
En este juego de abalorio trato de buscar la contrapuerta para distinguir si estamos frente a un cuerpo que se mira como extraño e irreal y ajeno al tiempo. Esta particularidad muestra que estamos arropados con un episodio psicótico, por tales razones , los muchachos del psiquiátrico te aclaman entre los esquizofrénicos ( yo esquizofrénico), pero si sabe que tiene un cuerpo y está orientado en el espacio y tiempo, pero tú “yo” se siente desconectado del mundo y de las demás personas y tu sentido consciente de identidad, no tiene relación con lo que se siente por tu propia persona, estamos frente a un esquizoide.
El cuerpo en su estado fantasmático. Por ese estado barrado que atraviesa todo sujeto se enfrenta a un saber sobre su cuerpo, por ejemplo, el ego neurótico domina el cuerpo con sus múltiples controles, ya sean dietas o ejercicios, mientras el ego esquizoide lo niega.
El cuerpo femenino está atravesado por unos suculentos relatos que se ejercitan, a través de la ropa, adornos y accesorios para darnos pertenencia a un grupo de clase.
En cambio , el ego esquizofrénico se disocia de él y le es ajeno. Por eso decía Freud que las personas que padecen trastornos emocionales el ego trata de dominar al cuerpo, a tal punto que establece que sus valores son superiores a los del cuerpo, con lo cual, lo que hace es dividir lo corpóreo con las pulsiones interiores formando un cao o conflicto abierto, el cual puede ser leve o severo según el caso.
Por tan bellas metáforas nos dice el psicoanálisis: “lo patológico proporciona la clave de lo normal”. El cuerpo es esa melodía que el oyente espera oír, pero en realidad no suena. A razón de que está atrapado en una materialidad y en una causalidad mental que al mismo tiempo se separan y al mismo tiempo se entremezclan.
En general, voy a usar un lenguaje pueblerino para explicar, porque estas nalgas paleolíticas no obedecen a mi voluntad consciente, más bien son el producto de una trenza inconsciente que se reproduce de forma no voluntaria y que no solo obedece a la herencia afrodescendiente. Ya que se materializa movida por mis pensamientos, sentires, deseos inconscientes que forman parte del deseo del otro y una larga historia cultural. No hay forma de evitar esa castración simbólica que separa la sucesión de las causas que vienen de la consciencia, ni de aquellas que vienen del inconsciente. No hay forma de frenar ese juego de causas corporales que se inscriben en nuestros cuerpos, porque ellas mismas son un hipertexto barrado por el lenguaje de nuestras propias fantasías.
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