Con este artículo iniciamos una serie de reflexiones sobre un tema de alta relevancia para el pensamiento económico contemporáneo, cuyo tratamiento se vuelve cada vez más necesario en los ámbitos académicos, intelectuales y de política pública.
Para estos fines, partimos de la amplitud del concepto y de sus distintos componentes, entendiendo que su valor analítico radica precisamente en su carácter integrador.
La economía holística puede definirse como un enfoque analítico y de política pública que entiende la economía como un sistema complejo integrado por tres subsistemas interdependientes:
- El económico-productivo, esto es producción, empleo, productividad, finanzas e innovación.
- El social-institucional, que abarca gobernanza, Estado de derecho, cohesión social, distribución, capital humano y, entre otros, la confianza.
- El ecológico-biofísico está conformado por energía, recursos, biodiversidad, clima, resiliencia y los riesgos ambientales.
La economía holística es un enfoque que entiende la economía como un sistema interdependiente con dimensiones ecológicas, sociales, culturales y biofísicas, y en lugar de evaluar “éxito” solo por el nivel o crecimiento del PIB, propone evaluar resultados múltiples: bienestar, equidad, sostenibilidad (intergeneracional), calidad institucional y riesgos sistémicos. Esta visión está plenamente alineada con el diagnóstico de la Comisión Stiglitz–Sen–Fitoussi, creada precisamente para identificar “los límites del PIB” como indicador de desempeño y progreso, y para proponer un marco de medición más relevante para la política pública.
Surge como respuesta a las limitaciones del paradigma económico dominante, que: a) separa economía de política y ética, b) privilegia el equilibrio sobre la dinámica, c) ignora el poder y la captura institucional, d) subestima los riesgos sistémicos y, entre otros, e) reduce el desarrollo al crecimiento del PIB.
Las crisis recientes lo evidencian: crisis financiera global, pandemia, crisis climática, expansión del crimen financiero y, entre otros, fragilidad democrática.
La economía holística no se inscribe de manera exclusiva en la tradición de la lucha de clases como principio explicativo único. Si bien reconoce el conflicto distributivo y las asimetrías de poder como elementos centrales del funcionamiento económico, los integra dentro de un marco analítico más amplio que incorpora instituciones, sistemas financieros, dinámicas tecnológicas, límites ecológicos y riesgos sistémicos. En este sentido, el conflicto social es tratado como una dimensión relevante, pero no como la única fuerza que estructura el sistema económico.
La economía holística se sostiene en un criterio metodológico que incluye analizar:
1. Interdependencias, p. ej., inflación con los salarios reales, la cohesión social, la conflictividad y la gobernabilidad.
2. Retroalimentaciones que incluyen estudiar las decisiones de corto plazo que pueden deteriorar activos de largo plazo (capital humano/natural) y “volver” a menor productividad o mayor vulnerabilidad.
3. Externalidades, como son los casos de costos/beneficios no reflejados en precios, incluyendo contaminación, crimen financiero, erosión institucional.
4. Trade-offs, en que se considera que no todo “más crecimiento” es “mejor” si se logra sacrificando sostenibilidad, equidad o integridad institucional.
5. Resiliencia y riesgo sistémico, ya que el desempeño incluye la capacidad de absorber shocks de carácter financiero, climático, geopolítico, tecnológico y cualquier otro.
Este giro metodológico se conecta directamente con la agenda “Beyond GDP” impulsada desde el ecosistema de alto nivel de la Organisation for Economic Co-operation and Development (OCDE), la cual parte de una premisa fundamental: los indicadores no son neutrales, sino que modelan incentivos, prioridades políticas y narrativas públicas. En otras palabras, lo que medimos condiciona lo que valoramos, y lo que valoramos condiciona lo que hacemos.
Desde esta perspectiva, el PIB no es solo una estadística descriptiva, sino un dispositivo normativo implícito. Al ocupar el centro del análisis económico y del discurso político, el PIB induce a gobiernos, empresas y sociedades a priorizar aquellas actividades que incrementan el flujo de producción monetizada, aun cuando estas puedan deteriorar el bienestar social, profundizar desigualdades o erosionar activos fundamentales como el capital humano, institucional o natural.
La agenda Beyond GDP sostiene que cuando el desempeño económico se evalúa exclusivamente en términos de crecimiento del PIB, se generan al menos cuatro distorsiones sistemáticas:
- Sesgo hacia el corto plazo, privilegiando expansión inmediata sobre sostenibilidad intertemporal.
- Invisibilización de la distribución, al no capturar desigualdad, precarización laboral ni pobreza relativa.
- Subvaloración de externalidades negativas, especialmente ambientales e institucionales.
- Negligencia del riesgo sistémico, al no reflejar fragilidades financieras, sociales o ecológicas acumuladas.
La OCDE documenta que estas distorsiones no son accidentales, sino consecuencia directa de una arquitectura de medición incompleta, que termina guiando decisiones públicas de manera subóptima (OECD, 2018).
Evidencia institucional: del diagnóstico a la política pública
Un aporte central del enfoque Beyond GDP es demostrar que la medición influye de manera concreta en el ciclo de políticas públicas. Según la OCDE, los indicadores determinan:
- el diagnóstico inicial de los problemas económicos y sociales,
- la priorización presupuestaria,
- el diseño de políticas,
- los criterios de evaluación y rendición de cuentas.
Cuando el éxito se mide solo por crecimiento, las políticas tienden a concentrarse en estímulos de demanda, inversión o competitividad, incluso si ello ocurre a costa de deterioro ambiental, informalidad, captura regulatoria o debilitamiento institucional. En cambio, cuando se incorporan indicadores de bienestar, las decisiones se reorientan hacia salud, educación, calidad del empleo, cohesión social y sostenibilidad.
La OCDE muestra que varios países han comenzado a integrar tableros de bienestar en distintas fases del proceso decisorio, lo cual constituye evidencia empírica de que el enfoque holístico ya está operando en la práctica, no solo en el plano conceptual (OECD, 2018).
Desde un punto de vista más profundo, este giro metodológico se apoya en una idea clave de la economía institucional: los indicadores funcionan como reglas informales del juego. Al definir qué se considera “éxito” o “fracaso”, los sistemas de medición:
- Orientan el comportamiento de los decisores públicos.
- Influyen en la asignación de recursos.
- moldean expectativas sociales,
- legitiman determinadas estrategias de desarrollo.
La Comisión Stiglitz–Sen–Fitoussi subraya que una medición inadecuada puede conducir a “políticas equivocadas bien intencionadas”, al confundir crecimiento con progreso y eficiencia con bienestar. En este sentido, la agenda Beyond GDP no propone abandonar el PIB, sino desplazarlo de su rol hegemónico e integrarlo dentro de un sistema más amplio de indicadores.
Desde la economía holística, este giro implica un cambio epistemológico central:
- El objeto de análisis deja de ser el flujo anual de producción.
- Y pasa a ser el desempeño integral del sistema económico-social-ecológico.
Así, medir bienestar, equidad, sostenibilidad y riesgo no es un complemento “social” de la economía, sino una condición necesaria para comprender la viabilidad del desarrollo a largo plazo. En este marco, la economía deja de ser un sistema autónomo y se reconoce explícitamente como subsistema de la sociedad y de la biosfera.
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