Nací en una dictadura, me crié en una dictadura y me eduqué en una dictadura. Durante mis primeros años aprendí que no siempre hay que estar tras las rejas para sentirse presa: basta con que te priven de tus libertades para que el miedo se instale en tu alma. Ese miedo lo conocí en la niñez, en un país donde una placa en casa decía: “En esta casa Trujillo es el Jefe”, y donde mis padres me advertían: “Jackie, mi hija, no hables … ¡cuídate! No permitas que te hablen de política”.
El 30 de mayo de 1961, cuando cayó el tirano, sentí que recuperaba el aire. Perdí el miedo y desde entonces he defendido con firmeza el valor supremo de la libertad. Esa experiencia marcó mi vida, mi vocación y mi compromiso con la educación: porque educar no es solo enseñar contenidos, es formar ciudadanos libres, críticos, capaces de soñar y construir un país mejor.
Hoy, más de seis décadas después, me descubro reflexionando con inquietud: ¿qué sucede si esas libertades que tanto hemos disfrutado vuelven a estar en riesgo? No es miedo a perder privilegios; es miedo a que las nuevas generaciones —nuestros niños y jóvenes— crezcan sin esperanza, como si el país no tuviera timón y cada familia buscara salvarse como pueda.
Las cifras hablan por sí mismas: más del 60% de nuestros jóvenes entre 25 y 45 años expresa su deseo de emigrar. No se van porque falten playas hermosas o valles fértiles, se van porque sienten que aquí no encuentran las oportunidades para una vida digna. Y, sin embargo, la verdadera riqueza de esta tierra no son sus paisajes ni sus inversiones, ni los turistas que tanto valoramos cuando vienen, cuando no se quieren ir, pero se van y quieren pronto regresar: el tesoro dominicano son sus ciudadanos, son nuestros niños y jóvenes, que sus familias, la sociedad y hasta los mismos muchachos claman por una educación de calidad y esperanza de futuro.
El SISMAP Educación (trabajo de análisis, evaluación y propuestas de mejora a mi cargo en el MAP como consultora/asesora entrenada para ello y que terminado el Informe del Segundo Trimestre del año entrego en esta semana), si es que muestra con semáforos el desempeño del sistema, nos recuerda con crudeza que si hay problemas en rojo y el semáforo los señala y aparecen concentrados en el aula, mis amigos, hay problemas y tenemos que prestarle todavía más atención.
Vamos a ver qué he encontrado y todos lo conocerán porque el SISMAP Educación no es más que la oportunidad de ver en la página del Ministerio el desempeño del sistema, y lo que las escuelas informan en relación a 42 Indicadores de calidad, a través de los cuales “medimos y evaluamos”. Allí es donde se decide a cuál destino nos conduce la educación preuniversitaria como país que forma en la escuela en el presente, los ciudadanos del futuro. Si abandonamos el barco porque “la educación no sirve”, lo condenamos a hundirse. Y si se hunde, nos ahogamos todos.
Por eso insisto: no es hora de tirar la toalla. Es hora de fortalecer la escuela, de respaldar a los directores y a los maestros, de devolverle al aula los insumos, la dignidad y la confianza que necesita. Cada niño que permanece en la escuela, que no la abandona, es una victoria que debemos celebrar como nación.
El futuro no está lejano: ya está en nuestras aulas. Los niños y adolescentes no son solo el porvenir, son el presente que definirá si tendremos o no un futuro digno. Necesitamos líderes que comprendan que gobernar no es ganar un botín, sino servir con ética, cumplir lo prometido y sembrar confianza en la ciudadanía.
He vivido lo suficiente para saber que un país sin educación de calidad es como un barco sin timón: terminará estrellado contra los farallones. Pero también he visto cómo la democracia, con todas sus imperfecciones, puede abrir horizontes de esperanza cuando se fundamenta en la libertad y en la justicia social.
Hoy, con humildad y con la experiencia de una vida dedicada a la docencia y a la política pública, afirmo que la educación es el tránsito a nuestro destino. Es la única vía para pasar del miedo a la esperanza, y para que cada dominicano, sin importar su origen, pueda vivir mejor en su propia tierra.
Y si se cansan de gritar que la “educación no sirve”, y que en ella “no servimos ninguno”, señores comunicadores, háganse cómplices de crear un mejor destino porque saben que mientras haya maestros, buenos o no tan buenos, pero mejorables, nos pueden ayudar a construir esa patria por cuyos beneficios no materiales, ustedes y muchos como yo luchamos.
Pídanle al presidente de la República, de nuevo, que vuelva a dar el mandato con todo el autoritarismo que muchas veces sus acólitos exhiben, que acabe de una vez por todas de buscar la manera de que sus adeptos respeten lo que el 5 de diciembre del año 2022 (¿o sería el 2023?) dijo desde palacio acompañado del ministro de Educación de entonces cuando anunciaba las calificaciones de las pruebas PISA, “No solo la educación es la prioridad nacional” sino que muy acertadamente dijo, no podía ser de otra forma porque el presidente de todos los dominicanos es educado e inteligente, proclamó y yo lo ví y lo oí como si cayera el maná del cielo: “HAY QUE DESPOLITIZAR LA EDUCACIÓN, HAY QUE DESPOLITIZAR TODO EL SISTEMA EDUCATIVO!”. Preocúpense solo por la educación preuniversitaria y la educación superior, defiéndanlas a esos dos niveles, porque la formación técnico profesional resiste y rechaza cualquier embestida porque tiene sus dolientes en una Junta de Directores Tripartita, ejemplo de institucionalidad. Y en este momento, un director de calidad.
Si usted, señor presidente de todos los dominicanos, se atrevió a decirlo, a proclamarlo como si fuera un grito al cielo clamando por una mejor escuela, dígalo de nuevo, con mayor energía, a ver si los que no lo oyeron, hoy lo oirían y quizás le respetarían como usted solo merece.
Educar es enseñar a vivir mejor. No tengan dudas…
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