La provincia Pedernales llega este 1 de abril a su aniversario 67, junto a sus municipios, el cabecera del mismo nombre y Oviedo, sin plena conciencia aún de su presente y devenir respecto del impacto en la vida de su gente del destino turístico en construcción, el cual -según las autoridades- por partir de cero, evitará los errores de origen de los polos del norte y del este.

La envergadura del proyecto, el cambio de modelo de  subsistencia económica basado en la minería (explotación de yacimientos de bauxita desde 1959 hasta entrado el 2000) a una economía de servicio cimentada en el turismo implican desafíos muy serios que, por culpas repartidas entre el Gobierno y el liderazgo local, debieron ser desde el primer día objeto de debate y evaluación sistemática para prevenir desviaciones lamentables.

Pero nos hemos distraído en los cúmulos de espumas de las emociones provocadas por los cruceros atracados en la terminal Port Cabo Rojo (no me imagino ese nombre inglés en España, y menos sin mencionar a Pedernales) y los tres de 11 hoteles en fase avanzada, que serán administrados por cadenas internacionales, en el mismo Cabo Rojo.

Nunca debimos perder de vista el objetivo mayor propuesto por las autoridades de lograr el primer destino de turismo sostenible y desarrollo integral de la región Enriquillo (Independencia, Baoruco, Barahona y Pedernales) que nos han prometido.

Mucho menos, desatender el horizonte del bienestar general y la felicidad para la comunidad.

Salvo que haya voluntad, políticas públicas reales y sostenida presión social local, ni la minería ni el turismo ni cualquier otra actividad económica implican necesariamente desarrollo cultural, entorno tranquilo, vivienda digna, salud, educación de calidad, energía eléctrica óptima, calles, aceras y contenes en buen estado, agua potable, recolección, disposición y tratamiento de los desechos sólidos y aguas residuales (relleno sanitario, alcantarillado y planta de tratamiento), lugares para entretenimiento y dinero para disfrutarlos.

Solo hay que mirar la realidad de los pueblos adonde el turismo llegó hace mucho tiempo y se desarrolló sobre la marcha, sin planes maestros (Puerto Plata, Boca Chica y Andrés, Bayahibe, La Romana, La Altagracia).

Los mismos desarrolladores de aquellos polos, al menos, han admitido que los lodos pudieron prevenirse con la planificación.

¿Por qué no aprender, entonces, de esa experiencia que rebrota ahora en un conflicto con el enclave Friusa, vecindario de Bávaro, distrito turístico Verón-Punta Cana, a dos horas y media de la capital? Un grupo de nacionalistas irá a ese sitio este domingo 30 de marzo (Día de la Batalla de Santiago) para reclamar deshaitianización o control por parte de las autoridades.

El empobrecido Hoyo de Friusa, en la periferia de las internacionalmente conocidas ciudades turísticas de Bávaro y Punta Cana, está habitado desde hace cuatro décadas por familias haitianas que llegarían del Central Romana a trabajar en la construcción de los proyectos hoteleros. Estiman en 50% la población de extranjeros, algunos dicen que 90%. El  nombre se atribuye la adaptación dominicana de la constructora Fiedrich &Ulsa (Friusa), de capital germano-español.

Ya el Pedernales del extremo sudoeste de la frontera tiene sus pequeños Friusa, especialmente, uno, al lado oeste de cementerio. Pero “nadie” lo sabe.

Los han sembrado por el “intercambio comercial” con Haití y por las construcciones de hoteles y demás obras turísticas en Cabo Rojo, 23 kilómetros al sureste del municipio. Esas especies de guetos nacen, crecen y reproducen con la violencia a rastras producto de la desatención oficial a las necesidades básicas.

Pedernales ya sufre el impacto de los fenómenos de la gentrificación y turistificación, que –a la larga- salvo corrección de entuertos, terminará en turismofobia.

Todo es turismo, la carestía en todo avanza y ya el pueblo, al menos la parte urbana, se vuelve inalcanzable para familias originales, la segregación directa e indirecta está en curso. Las probabilidades de formación de suburbios aumentan. Ya hemos perdido la seguridad y el respeto que nos hicieron grandes.

La atención local a esos temas ha sido nula. Ni pensar en enfoques mediáticos sobre el fondo desde afuera. Mejor es maravillarnos con los discursos sobre el “desarrollo” y cada crucero que llega.

Maravillarse por la novedad no es malo, pero si es con los pies sobre la tierra. Los desafíos son de mayor calado que la bruma de las emociones, y obviarlas saldría muy caro a la provincia.

Muy bien que, como continuidad de Estado, la ejecución del proyecto haya comenzado en el segundo año de la primera gestión del presidente Luis Abinader (2020-2024), orientada por un plan maestro que había sido diseñado (modificado) por el gobierno de su antecesor en Palacio, Danilo Medina. Nos sentimos corresponsables de primera línea de tal iniciativa.

La puesta en marcha ha ocurrido tras dos décadas de disputas judiciales iniciadas en 1997 durante el primer cuatrienio de Leonel Fernández (1996-2000) en reclamo de la recuperación de los 362 millones de metros cuadrados de tierras estatales con vocación turística (parcelas 215-A y 215-B) hurtadas en 1992 por funcionarios y testaferros durante la gestión de gobierno de Joaquín Balaguer. Luego de 53 sentencias, en 2018, el Estado logró ganancia de causa.

En la coyuntura actual de Pedernales, el problema no es un funcionario. Verlo así sería como confundir el árbol con el bosque y corroborar, quizá sin querer, con la amenaza que crece discreta cada día.

El problema real es un modelo ya cuestionado, antítesis de turismo sostenible y lejos del objetivo del sueño colectivo de alcanzar el bienestar general de la sociedad pedernalense. El turismo masivo a la vieja usanza no aplica para Pedernales, pese a que excita a muchos opinantes desde la superficialidad.

Tony Pérez

Periodista

Periodista y locutor, catedrático de comunicación. Fue director y locutor de Radio Mil Informando y de Noticiario Popular.

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