En medio de la coyuntura más delicada de nuestra historia reciente, la República Dominicana demostró que es capaz de sentarse a dialogar, de ponerse de acuerdo y de proyectar hacia dentro y hacia fuera la imagen de un país que sabe enfrentar los desafíos con madurez y responsabilidad.

El diálogo sobre la crisis haitiana y sus implicaciones para la República Dominicana, convocado por el presidente de la República y respaldado por los tres expresidentes, concluyó con un documento de consensos que reúne 151 propuestas, organizadas en 26 líneas de acción dentro de seis ámbitos estratégicos: migración, comercio bilateral, desarrollo de comunidades fronterizas, seguridad nacional, relaciones internacionales y asuntos laborales.

El destino de nuestra nación no se construye desde la imposición ni desde la confrontación, sino desde la concertación. Y el diálogo nacional sobre Haití lo confirma con hechos.

El solo hecho de que este ejercicio ocurriera ya es histórico. El que sus conclusiones fueran entregadas personalmente al presidente y a los expresidentes, y recibidas con expresiones de respaldo, envía un mensaje aún más fuerte: frente a la magnitud de los retos, es posible construir un país capaz de superar diferencias y hablar con una sola voz.

Un proceso de concertación inédito

Tuve el privilegio de participar como coordinador de la representación del sector social en las distintas mesas y, además, como miembro del comité de coordinación general. Pude palpar de cerca el empeño, la buena fe y la seriedad con que todas las partes —sector empresarial, laboral y social, junto con los delegados de los líderes políticos— se entregaron al proceso.

Lo que más me impresionó fue la diversidad. En las mesas había altos dirigentes, pero también técnicos y profesionales con conocimiento directo de los temas en discusión. En el caso del sector social, las organizaciones hicieron una asamblea para seleccionar perfiles técnicos que fueran idóneos para cada ámbito temático. Esa elección democrática y plural permitió que quienes se sentaron a dialogar lo hicieran con base en experiencia concreta, no solo en posiciones políticas.

La participación fue exigente: cuatro tardes completas cada semana, durante un mes entero. Y, en el caso del sector social, con un componente de sacrificio adicional: la mayoría de los delegados lo hicieron de manera voluntaria, sustrayendo tiempo de sus obligaciones laborales y familiares para representar a la ciudadanía organizada en un espacio de alta responsabilidad. Ese esfuerzo silencioso es una muestra palpable de participación ciudadana activa.

El solo hecho de que este ejercicio ocurriera ya es histórico. El que sus conclusiones fueran entregadas personalmente al presidente y a los expresidentes, y recibidas con expresiones de respaldo, envía un mensaje aún más fuerte

El proceso también abrió canales de participación más amplios: a través de medios virtuales y presenciales se convocó a que ciudadanos y organizaciones presentaran sus propuestas concretas. Se recibieron cientos de aportes que fueron sistematizados y llevados directamente a las mesas temáticas, enriqueciendo las discusiones y reforzando la legitimidad del ejercicio.

El valor de la unidad en la diversidad

El tema haitiano despierta pasiones intensas. Ha sido históricamente un terreno fértil para el nacionalismo radical, la polarización y los discursos de miedo. Sin embargo, el diálogo mostró que cuando los sectores se escuchan con respeto y se proponen construir juntos, se pueden alcanzar acuerdos incluso en los asuntos más sensibles.

Que un presidente y tres expresidentes —con sus diferencias políticas conocidas— hayan coincidido en convocar y acompañar este proceso es un gesto de madurez institucional. Que los sectores económico, laboral y social se sentaran en igualdad de condiciones alrededor de las mesas es un gesto de madurez democrática. Y que se lograra producir un documento final con 151 propuestas concretas es una muestra de madurez técnica y ciudadana.

Si logramos consensuar sobre un tema tan delicado como la crisis haitiana —que afecta nuestra seguridad, nuestra economía, nuestros servicios públicos y nuestro tejido social—, entonces enviamos un mensaje de confianza a nuestros socios internacionales

Los consensos no fueron fáciles. Hubo debates intensos, disensos inevitables y posiciones encontradas. Pero el resultado muestra que la concertación no significa uniformidad, sino la capacidad de armonizar propósitos comunes más allá de las diferencias.

Lo que proyectamos hacia afuera

El ejercicio del diálogo no solo tiene implicaciones internas. También proyecta hacia la comunidad internacional una imagen poderosa: la República Dominicana es un país que puede ponerse de acuerdo.

Si logramos consensuar sobre un tema tan delicado como la crisis haitiana —que afecta nuestra seguridad, nuestra economía, nuestros servicios públicos y nuestro tejido social—, entonces enviamos un mensaje de confianza a nuestros socios internacionales: somos una nación que sabe enfrentar sus retos con orden, con democracia y con propuestas responsables.

El CES se consolidó en este ejercicio como un espacio legítimo de concertación que va más allá de coyunturas específicas.

En un mundo donde la polarización política muchas veces paraliza a los países, el diálogo dominicano se convierte en una referencia. Pocas naciones pueden mostrar que, frente a una amenaza compleja en su entorno inmediato, sus líderes políticos, empresariales, laborales y sociales fueron capaces de articularse en tan poco tiempo y de producir una hoja de ruta concreta para el futuro.

El rol del CES y su equipo

No se puede dejar de reconocer el papel del Consejo Económico y Social (CES) en todo este proceso. Su equipo logístico, administrativo y de comunicaciones asumió el reto de organizar más de una decena de mesas simultáneas, con decenas de delegados y expertos, en tiempo récord. Sin esa estructura de apoyo, hubiese sido imposible realizar un proceso tan complejo, en un mes, y concluir con un documento final que hoy sirve de guía.

Ese éxito también habla de la importancia de contar con instituciones capaces de convocar, facilitar y articular procesos de diálogo nacional. El CES se consolidó en este ejercicio como un espacio legítimo de concertación que va más allá de coyunturas específicas.

Un compromiso colectivo

El documento final no es un punto de llegada, sino de partida. Los acuerdos trazan una hoja de ruta que exige liderazgo político, articulación interinstitucional y recursos adecuados, pero también vigilancia activa de la ciudadanía y de los sectores que los hicieron posibles.

La implementación no será fácil. Algunas medidas requieren cambios legislativos, otras demandan inversión sostenida, y muchas dependen de la coordinación entre instituciones que históricamente han trabajado de forma aislada. Pero los consensos alcanzados ofrecen una base sólida para que cada administración futura —más allá de su signo político— asuma el compromiso de dar continuidad a una política de Estado frente a la crisis haitiana.

En lo personal, quedo con la grata experiencia de haber sido testigo y parte de este proceso. De haber sentido de cerca el empeño de los representantes sociales que, de manera voluntaria, sacrificaron su tiempo por el bien común. De haber visto a técnicos, sindicalistas, empresarios y delegados políticos escucharse mutuamente y construir propuestas. De haber entregado personalmente el documento final al presidente y a los expresidentes, y haber recibido de ellos un respaldo sincero al esfuerzo colectivo.

Ciudadanía activa y madurez social

La mayor enseñanza que me deja este proceso es que la participación ciudadana activa es posible incluso en los temas más técnicos y complejos. Cuando se abren espacios, la sociedad responde con responsabilidad y compromiso. Y cuando se reconoce el valor de esa participación, se fortalece la confianza en la democracia y en la capacidad de los dominicanos de construir juntos.

La implementación no será fácil. Algunas medidas requieren cambios legislativos, otras demandan inversión sostenida, y muchas dependen de la coordinación entre instituciones que históricamente han trabajado de forma aislada.

El diálogo sobre la crisis haitiana es, en esencia, una muestra de madurez social y política. En vez de quedarnos atrapados en discursos excluyentes o en posiciones extremas, elegimos el camino del consenso. Y ese camino, aunque más difícil, es el único que garantiza sostenibilidad.

Conclusión: un precedente histórico

Este proceso debe ser visto como un precedente histórico. No porque resuelva de inmediato todos los problemas derivados de la crisis haitiana —nadie espera que un documento de consensos lo haga—, sino porque demuestra que la República Dominicana es capaz de unirse para enfrentarlos.

El destino de nuestra nación no se construye desde la imposición ni desde la confrontación, sino desde la concertación. Y el diálogo nacional sobre Haití lo confirma con hechos.

Que este espíritu no se apague. Que cada acuerdo se convierta en política pública. Que cada propuesta se traduzca en mejoras reales para nuestra gente. Y que la ciudadanía, en toda su diversidad, se sienta llamada a ser parte activa de este esfuerzo colectivo.

Si la República Dominicana fue capaz de unirse para un tema tan complejo como Haití, entonces nada nos impide soñar con ponernos de acuerdo también en educación, salud, seguridad, medio ambiente o desarrollo económico. El diálogo nos ha mostrado que, más allá de las diferencias, podemos construir juntos un país más fuerte, más justo y más digno.

Pablo Viñas Guzmán

Educador, gestor cívico

Pablo Viñas Guzmán es director ejecutivo de AFS Intercultura en República Dominicana, gestor cívico y educador. Desde esa posición lidera programas de intercambio educativo, formación de jóvenes líderes, cooperación intersectorial y participación ciudadana. Es líder de GivingTuesday en República Dominicana y forma parte de su red global, además de presidir la Junta Directiva de Alianza ONG y participar activamente en otros espacios de articulación del sector social. Ha sido consultor y conferenciante en diplomacia pública, educación global, voluntariado internacional y fortalecimiento institucional en América Latina, Europa y Asia. Ha diseñado y ejecutado programas con el apoyo de agencias de cooperación y organismos internacionales, y ha colaborado con iniciativas de la Unión Europea, WINGS y otras plataformas en la consolidación de ecosistemas filantrópicos en el Caribe. Cuenta con formación en Derecho, Negocios Internacionales, Liderazgo Cívico y Diplomacia, y es egresado del Programa Executivo en Estrategia de Impacto Social e Innovación de la Universidad de Pensilvania.

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