Cuando fui por primera vez a Chile alguien me preguntó qué era lo que más me había gustado o impresionado, enseguida contesté que los árboles pelados, sin hojas, además de la gran cordillera nevada.
Para alguien acostumbrado a ver siempre los árboles verdes, llenos de hojas, flores o frutos aquí en el Caribe, no deja de ser una atracción el ver solo los troncos y ramas sin los mismos. Allá, acostumbrados a ver el paso de las estaciones del año con sus características, les era difícil el entender mi admiración por los pelados.
Cada vez que voy por alguna carretera e incluso aquí en la ciudad me extasío mirando a mi alrededor y si me topo con uno de esa forma, es decir, pelado, le hago ver a mi nieto o mi hijo mayor sobre la belleza de ellos. Ya mi nieto está pendiente y me los hace notar.
A mi sobrina Darina que vive en Nueva York también le encantan esos árboles, no sé si porque me ha escuchado alabarlos tanto o porque se parece tanto a mí en cuanto a gustos, pero cuando va caminando los retrata, me envía las fotos y me dice lo bellos que son.
Otra de las cosas que me gusta observar son los edificios, pero la parte alta, no los que quedan a nivel de mis ojos. Se puede admirar la belleza, la altura, los detalles, etc. que hacen que uno se deleite y pueda disfrutarlos en todo su esplendor. Mi sobrina Darina también se ha puesto a observarlos allá en la Gran Manzana y su esposo le ha preguntado que por qué siempre se va fijando en ellos, entonces le hace ver su belleza.
En mi hermoso jardín tengo sembrados muchos crotos, pero a diferencia de los que veo en otros jardines o en los viveros, no están frondosos, sin embargo, así es como me gustan. Palitos largos coronados por una pucha de hojas.
El ver los árboles tan pelados en un país donde se observan claramente las estaciones del año es una maravilla porque se puede apreciar cuando en el primer día de primavera, luego de un crudo invierno, salen los brotes de hojas y de un día para otro están llenos de verdor.
Es posible que eso sea lo que hace mi fervor por el otoño e invierno, porque se puede ver la grandeza de Dios en su obra en la naturaleza al convertir lo que prácticamente había muerto, por vida.
Observar es un placer y disfrutar de la naturaleza, más.
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