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Joserramón Melendes (Río Piedras, Puerto Rico, 1952)

El indiciario que al comienzo y al final de este libro tumultuoso, violento e irreverente nos previene, nos pone en alerta sobre un mapa “de la buena lectura”, resulta ser una invitación a pensar en distintos órdenes de la geocultura o las geopoéticas que le han servido de base a la literatura, desde la poesía, el pensamiento y la narrativa. Solo que el autor de este libro que es muchos autores a la vez, no quiere negar el turbión trágico de su concepción del mundo y de la vida. (Véase, Contraquelarre. Inedisiones QueAse, Río Piedras, Puerto Rico, 2008).

El libro desafía y a la vez facilita otro lenguaje, otra voz idiolectal y a la vez crítica: el conocimiento y la geografía de nubes turbulentas en gestos y temas que se hacen visibles en miradas, también turbulentas; vuelos, raíces o tempestades donde podemos asimilar los signos de la tradición y el lenguaje. El fechado, la cronología equívoca y el hecho de que el autor cambia la signatura, el orden llamado real del evento, para crear otras posibilidades de mundos, esquemas de lectura, propician la trabazón, el tropo incidente en el espacio de la interpretación. Los bordes y pautas de un sentido histórico y poético en cuyo trazado el ojo apunta a los ejes que soportan, muestran, sacuden el cuerpo y cortan, fragmentan la página donde sus ejes de transmisión necesitan sin embargo ir de la mano, alcanzar ese golpe unificador en tiempo y espacio del lenguaje; porque para JRM el lenguaje hace, puede, permite, califica, hace visible, en-rumba, facilita el mundo caribeño y sus imágenes primordiales.

Al decidirse por la teatralidad de la escritura, el autor autoriza las huellas, los reflejos de la huella, su territorio, su marco destacado y estudiado por Karl R. Popper, Thomas S. Kuhn y Paul K. Feyerabend, contra todo método y a favor de una historia “dadaísta” o cubista de la ciencia, en la búsqueda también de un descubrimiento falsable, científico, objetivo.

Y no es que la auctoritas pida testimonio, testigos o fuerzas dependientes, pues el hilo que transmite o lleva a cabo la verdad de una intención, motiva, instiga, conduce al descubrimiento-encubrimiento de la palabra dicha, vista, entredicha, diferenciada e influyente. Se trata, pues, de constituyentes observables en el textus receptus y en la línea conjuntiva de un tono apocalíptico del cuerpo interpretado por la boca que abre, cierra y vive del presente. ¿Culto a la mordida? El culto a la bestia entra en acción. El aquelarre pro-pone la acción mítica y violenta mediante la danza del cuerpo, el eros, el ritmo del lenguaje.

 Solo que JRM convoca a las brujas, a sus pacientes, en un psicoanálisis de la quema de brujas, de personajes, testigos alucinados por el tiempo de la muerte. Los nombres pueden funcionar allí, donde se exige el acta, el manuscrito, su historia y el lugar de autorización. El indiciario aquí ayuda a tomar nota de los puntos que sobresalen en la superficie del mapa: script, copy, set, writer, reader(s), coda. Quiere decir esto que todo puede ser utilizado a favor de un tegumento verbal, speculum, escritura tutelar y sobre todo hongo, flecha, yunque, dirección desconocida, cara ensimismada, relato que podemos escuchar, así como se escucha un largo memorial de letra y canto; sitios desde los cuales agítase toda escritura y todo prefacio o postfacio sobre la misma.

El poeta, sin embargo:

“…no tendrá suerte. Es mui franco y terco; y orgulloso por eso. Cómo no. Salbaje. Como yo me sentí solo en aqueyos ríos con mis primos, carneando, oriyando un tapis, atrabesado de graniso bajo el poncho.- ¡Estas tierras de nadie: de las fuersas primarias!” (Op. cit. p. 17)

Mucho ha soñado Artaud no leyendo a Derrida ni a Lyotard. De ahí este secreto dicho, escrito, manejado con cierta estrategia de voz y sentido:

“Pero en esos secretos, bibo. Si algo de lo que siento puede llamarse bida, son ellos. Ni nesesito recordarlos. Un poema subiste como una piedra después qe se a cuajado. Algunos los poseo solo, pues ni siquiera jerminaron en lenguaje.” (p. 19)

En este caso, escribir es más que “escribir”. Leer es más que leer. Estas verdades que ya a la altura del proceso resultan verdades de Perogrullo, prometen una pregunta tocada por una hermenéutica entendida como campo (meta) comprensivo. De ahí la testarudez husserliana y la arqueología logográfica de Heidegger, a propósito de toda perspectiva fenoménica, intuitiva y lógica del decir, de las ideas, en fin de la sensación de lo interpretado:

“Esto es todo un milagro: estas aguas, qe pueda pensar esto, yo, tú qe lo lees legtor imberosímil e inebitable…” (Ibíd. loc. cit.)

La poética visible y sensible en Contraqelarre vive también en Secretum (1993). Todo lo cual tiende a fortalecer la lectura de estos diarios, libros, visiones y apuntes en Contraqelarre. Tal como ya hemos puesto en evidencia, esta lectura de lecturas, este libro de libros, este horizonte plural de miradas encarceladas trastorna un proceso: el de la locura y la razón del lenguaje, según lo explica Michel Foucault (Ver, Historia de la locura en la edad clásica, Vol. 1, 1986).

¿Cómo es que Descartes en su Tratado del mundo y de la luz no deja de pensar en el color, la roca, el meteoro, el aerolito y el fuego? La reflexión que amarra los puntos clave de las Meditaciones cartesianas de Husserl, conlleva a una pasión vincular con las cualidades del cosmos descifrado y sus elementos indescifrados. De momento hemos pensado que modo y pensamiento, previa imprensión y acto, son las bases de aquellas Ideas sobre una fenomenología pura, que Husserl, el judío, el profesor y pensador de las Investigaciones lógicas preparó y asumió en dos volúmenes como programa, línea y búsqueda profunda de la intuición filosófica más plena.

En efecto, el poeta Joserramón Melendes piensa, medita, luego de entrar en su lectura:

(…) “por una bes me traspasó la consiensia de qe algien sabía lo que yo gritaba, en mi propio idioma sin tradusirlo a ninguno. Sé qe ai otros, no estamos solos. Pero somos bien pocos. Los más siempre nesesitan la bofetada”. (pp. 19-20)

Aquello de meditar, aquello de pensar que la poesía sirve para cambiar el mundo, la vida, el despertar de un sujeto ligado a un grupo humano social, es pura sugestión; búsqueda que no interrumpe realidades. La verdad es que el poeta se autoproyecta y define como un campo magnético al estilo surrealista, pero no al surrealista de salón y revista, sino al onirograma (sueñograma) que se derrite en los arcanos angélicos y diabólicos de la existencia.

Sabemos que Goethe, Novalis Schiller, Hölderlin y Heine vinculaban la lengua a un espacio-tiempo, a una dirección humana suspendida y marcada por la punta de un río utópico. Diferente a Bloy, Nerval, Hugo y Hugo de San Victor, la revelación poética de los tardomodernos se oculta en forma, en fragmentos de tierra y vida que no se expresan en espejos auráticos; fuerzas que se agitan en auras consurgentes o insurgentes.

Los nudos asumidos por Joserramón Melendes no son tan “seductores”, ni conducen a relojes y cronógrafos de moda utilizados por la elite imperial, notoria por sus puntos de referencia y patrocinio. Además, el poeta, escritor y artista puertorriqueño, “Ché” Melendes, no está al frente de ningún proyecto que no sea el de escribir su mundo, su experiencia como irónico y rebelde.

En este caso, Contraqelarre es un libro documento y testimonio; a través de laberintos, espaciamientos, lecturas poéticas y disruptivas, el texto traga, parece comer o deglutir formas que ya desde La casa de la forma (1986) pensaba desarrollar como elemento discente y patente. La localización de espacios verbales, visuales, aristocráticos, reservados, administrados por una urbe loca, dispuesta a derribar la débil cosa-luz, el leve cambio de opiniones metafóricas, aspira también a poetizar el nombre y la voz. Pero lo que quiere significar el poema es su caída en pleno ritmo de raíz y “cosa oscura”; tiempo de alumbramiento que podemos percibir en una lectura de Fray Luis de Granada, Menéndez Valdés, Gil Polo, Santa Teresa y San Juan, interpretados por los sueños y ritmos de la modernidad. Estos, al igual que Góngora, Quevedo, Boscán y Garcilaso, no se resisten a la lectura de un Contraqelarre como el llevado a la escena de la escritura por Joserramón Melendes; poeta nocturno, aurático y áureo en sus estados de fiebre, revelación y fuego poético. Se trata, en su caso, de no perder la densidad del Barroco en su doble pronunciamiento: el de la forma-sentido y el de sus capas de claridad y obscuridad.

Medir y hacer arder el texto en sus bordes sintácticos y semánticos, aspira en el caso de Contraqelarre a desafiar los hierros, las manchas, los hilos de la incandescencia y sobre todo de ese laboratorio de luz y obscuridad que exalta la historia, esto es, la Historia compuesta por tantas plenitudes y vacíos según convenga al que la escribe. De ahí la crítica al sentido, al sinsentido de tanta turbamulta poética y tratado espeso en torno a lo que es y no es o debe ser la poesía.

Pero “Ché” Melendes, me refiero a Joserramón, no calla, no se permite silencio innecesario. Y ya que nos referimos a su voz, a su lengua-habla-hablar y al desafío de su deconstrucción, debemos recordar que para él Dios no es solo nombre, sino recuerdo, nombramiento y nombrar “la cosa” muchas veces escondida, en un texto que no habrá de cerrarse o morir del todo.

Y no es cosa de técnica. Si estudiamos con atención los versos provenientes de la testaruda tradición oral y escrita en griego, veremos cómo Esquilo, Pindaro, Eurípides, Menandro y otros, hicieron del poema un encuentro escénico, vocal, corporal y musical, siendo así que mélos, manía y estupor habían sido los campos de una performance que se estableció cerca del 525 a.C. de la era cosmocéntrica del primer clasicismo griego y que habría de influir más tarde en la romanidad occidental.

Vemos en Contraquelarre (junta, reunión nocturna de brujas y brujos con el demonio) la cardinal de esta escritura, algo que produce por contacto e intercontacto otras escrituras, otras semejanzas y sus opuestos, el carácter cada vez más directo de la materialidad corpoverbal. Y es que el autor piensa, pre-siente y advierte sus criaturas en la “fenomenidad” del acto poético. La idea que conjuga estructuras verticales y horizontales siguiendo los niveles analógicos y modulares de la narración, tienden a subvertir y particularizar un movimiento de reversiones e intencionalidades propias del escritor, en este caso productor de textos en summa y en summum, dado que los propiciadores de la modernidad desde Darío, Barba Jacob, Guillermo Valencia y Carlos Sabat Ercasty y Neruda entre otras, movilizaron estro y cetro para re-escribir lo que la tradición latinoamericana recogía como producto y fermento intelectual.

Leibniz, Newton, Rousseau, D’Akembert, Diderot y Voltaire, han constituido trazados filosóficos y narrativos desde trazados que asumieron búsquedas y ejes de redacción al interior mismo de la escritura que lograron posicionamiento y significación en el orden textual de JRM. Este procedimiento permite pluralizar sus experiencias poéticas y artísticas. De ahí que también Melendes atrae o trae a esta escena pintores, escultores, dibujantes, arquitectos, performeros que son especiales y especialistas en crear una numerología abstracta, teologal, esotérica y estético-simbólica.

El indiciario que al final no reposa, los héroes, fragmentos, entidades, huesos y tarots, copas que no se alejan del escenario ni los conjuntos iconográficos con valor de seguimiento, verdad y orientación tropológica, no quiere, no puede, no olvida que la historia intelectual de América y el mundo se encuentran en crisis desde hace siglos. El llamado sentido de la historia produce el decorado, la dramaturgia escrita y espectacular de la filosofía llamada moderna y contemporánea. Este Contraquelarre del poeta JRM es el pórtico de una escritura abierta, comunicativa e irreverente.

Odalís G. Pérez

Escritor

Miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua

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