“El viejo mundo está muriendo y el nuevo lucha por nacer.
Ahora es el tiempo de los monstruos”. Antonio Gramsci

La semana pasada murió el conocido sociólogo británico Michael Burawoy y la forma trágica y repentina de su muerte en un accidente nos tomó de sorpresa a sus colegas en Estados Unidos y en otras partes del mundo. Burawoy fue presidente tanto de la Asociación de Sociología de EEUU (ASA por sus siglas en inglés) como de la Asociación Internacional de Sociología (ISA). También fue profesor por casi cinco décadas en la reconocida Universidad de California en Berkeley, una de las sedes más prestigiosas y progresistas de esa universidad pública estadounidense. Y se hizo famoso por sus aportes estudiando el mundo del trabajo industrial, los movimientos sociales y las luchas de las y los trabajadores en diferentes partes del mundo al igual que por sus contribuciones a la metodología de la disciplina.

Sin embargo, tanto para mí como para otras personas que no le conocimos personalmente, lo que más asociamos con Burawoy es su insistencia en hacer la sociología más accesible para toda la población. Es lo que Burawoy llamaba la “sociología pública”, un título que me costó mucho entender cuando empecé mi doctorado en sociología en la Universidad de Brown. Ese mismo año Burawoy iniciaba su periodo como presidente de la Asociación de Sociología de EEUU promocionando esa idea como si fuera algo nuevo o revolucionario. Mis colegas y mis estudiantes siempre se sorprenden cuando les comento que en Latinoamérica y el Caribe se da por sentado que las y los sociólogos (y en general las ciencias sociales) compartimos nuestros conocimientos con el resto de la población. Por eso, la idea de la “sociología pública” no me parecía nada original y el tener que llamarla “pública” me parecía totalmente redundante.

Incluso en República Dominicana donde la sociología se enseña únicamente en la universidad estatal, su influencia en la agenda pública es fundamental. Tanto ustedes como yo podemos comprender mejor la realidad de nuestro país y del mundo con la ayuda de colegas que comparten sus análisis en los medios de manera regular como Rosario Espinal (quien es socióloga política, no politóloga como la presentan con frecuencia), César Pérez, Cándido Mercedes, Denise Paiewonsky y Juan Miguel Pérez para mencionar solo algunos ejemplos. Otros se han distinguido también vía sus contribuciones en el Estado como Wilfredo Lozano, Domingo Matías o Rubén Silié o en la academia como Virtudes de la Rosa, Leopoldo Artiles, Marina Ariza o Lourdes Meyreles. Y hay una generación nueva que ya ha hecho aportes innovadores como Amín Pérez (ganador de uno de los premios de ASA el año pasado) y Pedro Valdez Castro. Y en mi caso, yo no podría concebir mi trayectoria ni la forma en que analizo el mundo sin todo lo que aprendí de Magaly Pineda y Carlos Dore Cabral, mis dos mentores principales a inicios de mi carrera, también profesionales de la sociología.

Por venir de nuestro contexto dominicano y latinoamericano es que, les confieso, no me impresionaba para nada el susodicho Burawoy que varias de mis amistades del doctorado leían con admiración. No fue hasta tiempo después que entendí que sus aportes eran mucho más amplios y que su propuesta de la famosa “sociología pública” es extremadamente innovadora pero en el contexto de los Estados Unidos. Irónicamente, el hecho de que la academia tiene muchos más recursos en dicho país también ha sido uno de los factores que han alejado la disciplina del público en general; algo que raramente ocurre en nuestro medio y que incluso en EEUU no pasa con otras disciplinas como la ciencia política y la economía.

El mismo Burawoy planteaba en uno de sus textos más famosos que el predominio de lo que llamaba la “sociología profesional” (o sea, la versión de la disciplina en que las y los sociólogos solo hablan entre sí) es un fenómeno bastante peculiar de EEUU. En ese texto Burawoy no solo examina las diferencias en la forma en que se practica la sociología en diferentes países y regiones sino que además critica el predominio de las y los sociólogos de EEUU y Europa en los espacios internacionales de la disciplina, especialmente la Asociación Internacional de Sociología.

Burawoy reconocía a sus colegas en Latinoamérica por haber creado “una sociología comprometida” que se extendió a la sociedad civil durante la transición a la democracia después de las dictaduras de finales del siglo XX convirtiéndose en un “modelo de sociología pública”. Tuve el honor de confirmarlo en el congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) que tuvimos en Santo Domingo en noviembre pasado organizado por la UASD. No solo porque los debates eran sobre la realidad a nuestro alrededor (por ejemplo, el mejor panel que he visto analizando el triunfo de Trump fue en ALAS solo dos días después de las elecciones) sino también porque incluyeron diferentes grupos y movimientos como la sesión con la antropóloga feminista Rita Segato con integrantes del movimiento feminista dominicano.

Y es que, a pesar de todos los problemas que tiene la academia, el conocimiento que generan la sociología, las demás ciencias sociales y las humanidades es crucial para comprender y poder cambiar para bien el mundo en que vivimos. Bien utilizadas, pueden ayudar a mejorar el debate público, uno de los objetivos de la sociología pública a la Burawoy. Por eso inicio todas mis clases enseñándole a mis estudiantes lo que el sociólogo estadounidense C. Wright Mills llamaba “la imaginación sociológica”. O sea, la capacidad de entender lo que nos pasa a nivel personal conectándolo con lo que ocurre a nuestro alrededor. La imaginación sociológica es lo que puede ayudar, por ejemplo, a una persona que perdió su trabajo durante la pandemia a comprender que lo que le pasó no es un “problema personal” sino un “asunto público” que afectó a millones de personas más. No todos nuestros problemas tienen causas colectivas, pero cuando las tienen, analizarlas nos ayuda a crear soluciones también colectivas.

Bien utilizada, la sociología tiene el poder de ayudarnos a desafiar el autoritarismo y el fanatismo del que se alimenta. No es casualidad que la de sociología es una de las primeras escuelas que cierran los regímenes represivos como hicieron las dictaduras del siglo XX en Latinoamérica y como también han hecho líderes autoritarios más recientes como Bolsonaro en Brasil. Si las usamos bien y sin creernos superiores, quienes estamos en las ciencias sociales y las humanidades podemos ayudar a desmontar mitos y distorsiones para que la gente tome mejores decisiones especialmente en esta época de regreso del autoritarismo y de las noticias falsas o “fake news”. Este rol es aún más importante ahora que Trump acaba de iniciar su segundo mandato y la extrema derecha internacional se siente aún más envalentonada. (Por ejemplo, el líder autoritario de Hungría Viktor Orbán acaba de decir en la cumbre de partidos de la extrema derecha convocada por Vox en España que ya no están en los márgenes sino que son parte de la cultura dominante o el “mainstream”).

Por eso tampoco es casualidad que parte de la cruzada vengativa de Trump y de la extrema derecha en EEUU es en contra de la academia. Mucha de la gente que sigue a Trump ve a las universidades y especialmente a las y los profesores universitarios como enemigos porque creen que lo que hacemos es adoctrinar. Por el contrario, lo que hacemos es enseñar a nuestras y nuestros estudiantes a pensar de manera crítica, a leer y aprender sobre diferentes perspectivas incluyendo la historia y los grupos que están detrás de cada una y a no estar de acuerdo ni con nuestros puntos de vista ni con los de nadie sin primero informarse e investigar. Y según veo en los hermosos testimonios de sus colegas y estudiantes, Michael Burawoy era también un ejemplo como profesor por su curiosidad constante y su generosidad intelectual. (¡Incluso era famoso por aprenderse los nombres de todo el mundo hasta en sus clases más populares con más de 200 estudiantes!).

Como brillantemente nos advirtió Antonio Gramsci, el político y pensador italiano que seguimos el ido a destiempo Burawoy, muchas otras personas y yo, las épocas de incertidumbre como ésta son los tiempos de los monstruos. La sociología comprometida y en diálogo con la gente puede ser una de las domadoras de estos nuevos dragones.