Entre los gitanos no se pueden leer las cartas; menos entre bomberos pisar las mangueras y, peor aún, entre santos y demonios, pretender confesar o expiar los pecados, porque de eso se trata el trabajo.

Santiago y el Cibao están en su mejor momento. En auge, apogeo y clímax. Es la coyuntura justa cuando se impone estudiar, enfocar y multiplicar muy bien las esencias creativas que nos harán perdurar como marca sociedad. La historia muestra cómo estos territorios son centro de ideas. De creaciones e innovaciones que aportan valor o, mejor aún, crean algo nuevo.

Recaer en simplezas y banalizaciones sobre lo que somos. Proponer desatinos llevará a cantinflismos apócrifos. Cuando las Águilas pierden del Licey, 10 a 0, reprocho al equipo, pero sigo como aguilucho vigilante del éxito que hemos construido entre todos.

En un foro reciente de movilidad ante decenas de organismos internacionales, se han presentado trivialidades y cosillas. Se ha intentado demostrar lo obvio. Como, por ejemplo, sobre ¿cuál es el aporte de la arquitectura a la movilidad? Eso es una absoluta perogrullada, tautología o simpleza de mal gusto que no aporta nada a las más de 12 acciones de movilidad que se impulsan en Santiago.

La medicina es para actuar sobre la salud. La ingeniería para construir estructuras. El periodismo para reportar, analizar y criticar los hechos acontecidos y, obviamente, la arquitectura es la ciencia del diseño y protección del espacio.

Sigamos. También Baní y Peravia sorprenden por su capacidad de acumular pensadores. Es una esencia valiosa. Pensamiento y cohesión. Es el famoso capital social filosofado por Robert Putnam para Italia y Bernard Kliksberg para América Latina.

Pensar diferente no es un lujo intelectual, sino una necesidad para transformar realidades estancadas.

Cuando íbamos a decidir la denominación del premio que otorgaría Santiago a sus mejores ciudadanos, de pensamiento y acción, consensuamos «Pedro Francisco Bonó». Expresado como premio Bono Estratega Sénior (BES).

Bonó se convirtió en el cañón intelectual de la restauración de la independencia. Sus aportes sobre las clases trabajadoras y el tabaco, como práctica originaria de los mejores valores de la democracia, iniciaron la consolidación de Santiago y el Cibao como escuelas de pensamiento progresista.

Bonó fue continuado por una masa crítica de intelectuales y artistas, que hoy son referencia de nuestro destino estratégico. Fue eternizado en poetas, artistas, intelectuales y planificadores. Desde Juan Bosch en literatura y política, Juan Antonio Alix en poesía popular, Yoryi Morel en artes visuales, Cuqui Batista en arquitectura, Wilfredo García y Domingo Batista en fotografía, entre muchos otros.

También dejaron su marca intelectual, ese grupo de entonces jóvenes que estudiaron en Europa y Estados Unidos y llegaron al Cibao a proponer los más creativos proyectos.

Nos referimos a Luis Crouch, Alejandro Grullón, Jimmy Pastoriza y Eduardo León Jimenes, fundadores de la Asociación para el Desarrollo. Más recientemente, Frank Moya Pons, Monseñor Agripino Núñez Collado, Rafael Emilio Yunén, Danilo de los Santos y decenas de intelectuales más.

Se sabe que los centros de pensamiento creativo o «think tanks», como Santiago, son la suma de actores del conocimiento y agentes de transformación del desarrollo humano.

Aunque no existe consenso sobre lo que es un think tank modelo. Formas, tareas y funciones institucionales de estas unidades son diversas, como la calidad de sus propuestas y el impacto sobre su sociedad. Buscar una “definición correcta” aparece como una gestión trivial. En el centro están la innovación (aportar valor) y la creatividad (generar ideas nuevas).

Los enfoques creativos e innovadores deben ir más allá de la materia de las obras físicas, para encontrarse con espíritu, esencia, sinergia y cohesión. Esas formas de pensamiento y herramienta preclaras que anteceden a toda ola de ejecutorias exitosas replicables.

Una de las frases acreditadas al maestro Roberto Capote Mir fue "A planificar, se aprende planificando". Era un llamado de atención a sus más noveles alumnos y funcionarios ministeriales, para prevenir el esquematismo, el exceso de artificios, el rebuscamiento metodológico y la parsimonia en la acción.

Es como si Capote Mir repitiera la famosa frase de José Martí: "Hacer es la mejor forma de hablar", o todavía más trascendente, la de Jesús de Nazaret: "Por sus frutos los conoceréis". En síntesis, fue como si nos retara: si quieren saber de planificación, además de estudiar el método, planifiquen en los hechos, pues la práctica es la madre de la verdad.

El conocimiento de la realidad o el cuadro higiénico-sanitario del territorio es en sí mismo una medición general de lo que acontece. Fundamentados en los resultados del sistema de información que se había desarrollado de forma mecánica, pues todavía los ordenadores no se habían masificado, nos disponíamos a conocer los principales problemas, las grandes categorías, las variables e indicadores de la situación que pretendíamos cambiar. Los indicadores de mortalidad, morbilidad y acceso a servicios, entre otros, nos orientaban sobre cómo las acciones ejecutadas en el período precedente habían actuado en la población.

Esto es fundamental. El proceso de planificación de un territorio o sector depende del análisis global de la situación de ese territorio o entidad. Nunca la planificación ha tenido como precondición "la evaluación objetiva de los resultados del plan precedente", pues entonces habría que evaluar imparcialmente la "eficiencia" del plan en el proceso, pero también la "eficacia" de los costos por cada producto generado, y todavía más la "efectividad" o el impacto de las acciones del plan en la población y en el territorio que fue cubierto por ese plan.

Para todos los autores, la evaluación no se incorpora al ciclo gerencial clásico formado por las siguientes categorías: planificación-organización-dirección-control. Añádase que, por definición, la institución que planificó no puede ser la misma que realizara la evaluación.

Los que así piensan olvidan algo que escuché por primera vez en Sao Paulo, invitado en los años 90 por la Fundación W.K. Kellogg a un curso intensivo de proyectos y evaluación: "La evaluación es constante". Es un academicismo, decían, detener un proceso para dedicarse a evaluarlo.

Hoy la mayoría de las escuelas de gestión hablan de "evaluación permanente", haciendo énfasis en que esta es una acción constante, muy diferenciada de la evaluación puntual y clásica que pretende detener el curso de una nueva planificación o proyecto concreto hasta que no se evalúe cada detalle de todo lo que se ha hecho.

En consecuencia, si no se tienen los resultados de la evaluación permanente que se debió haber realizado, entonces lo más elemental es optar por analizar estratégica y objetivamente la situación actual del territorio, sector social o institución que se pretende transformar, dando inicio al proceso mismo de la planificación.

Reynaldo Peguero

Epidemiólogo y urbanista

Maestro en Administración y epidemiología, especialista en Planificación Estratégica del Centro Iberoamericano de Desarrollo Estratégico Urbano (CIDEU), Barcelona, y director del Consejo de Desarrollo de Santiago (CDES).

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