En la cultura occidental hay dos imágenes poderosas de salidas de cuevas que comunicaron un profundo cambio cualitativo en nuestra compresión de la realidad. La primera es la alegoría de la caverna en el capítulo séptimo de La República de Platón y la segunda es la resurrección de Jesús que figura en los cuatro evangelios. En ambos casos la cueva representa la oscuridad, la ignorancia, la muerte y salir de ella era el camino hacia la luz, la verdad, la vida. En ambos casos el punto de partida de lo que es, de lo que existe, es la cueva, y solo moviéndonos hacia fuera de ella, valga decir trascendiendo lo que hay, alcanzaríamos lo verdadero.

El punto de partida de estas perspectivas es la insatisfacción de algunos por lo que es la realidad que perciben y la vida de los seres humanos. Y me refiero a algunos, ya que en todos los tiempos la mayoría está adaptada, más o menos, a lo que existe y como existe. Y esto implica la naturaleza y la sociedad. Las mentes atormentadas, los espíritus agónicos, son experiencias de pocos. Cuestionar permanentemente lo que luce como normal no es tarea que muchos deseen asumir, y menos como proyecto de vida. Es común que frente una desgracia como la muerte de un ser querido la gente se haga preguntas sobre la vida y la muerte, pero usualmente es por pocos días. La evasión es el modo de vida de las mayorías, hoy y antes.

Son los pocos los que entienden que vivimos en una cueva, en una tumba, y que estamos llamados a salir de la misma. Salir de la cueva platónica es abrir nuestra lucidez, afrontar el resplandor que la verdad nos impacta, paulatinamente, hasta poder verla cara a cara. Salir de la tumba de José de Arimatea, donde fue enterrado Jesús, es romper con la tradición judía, en su sentido religioso, social y político, y que aparezca lo absolutamente nuevo, lo inimaginable, la plenitud. En ambos casos lo que comunican ambos relatos fueron paulatinamente domesticados, ajustados al poder y la tradición, quitándoles lo urticante de su novedad. Visto desde el presente no podemos menos que preguntarnos ¿qué pasó? Una posible respuesta: el poder y el control, en la historia humana, prevalece sobre la luz y la vida.

El poder y el control, lo reaccionario y la humillación, es la cueva. Hoy y ayer. Todos los análisis señalan que vamos perdiendo democracia -tampoco es que teníamos mucha- y ciencia. Que el racismo y la misoginia se pavonea en los espacios públicos y las redes sociales. Los genocidios son trasmitidos en vivo y negados por gran parte del liderazgo político. La inmensa mayoría de los seres humanos son arreados como ganado mediante las pantallas de los celulares. En el presente, vamos camino de la cueva, adentrándonos en su oscuridad, sin resistencia.

Se reducen las minorías lúcidas y las mentes ocupadas en lo verdadero. Si la escuela y la academia fueron caminos hacia el conocimiento y la racionalidad, hoy están debilitadas por el descenso de la calidad de los docentes y la precarización de sus condiciones de vida, incluso en sociedades de altos ingresos. La pérdida del interés entre los jóvenes por leer, dialogar, entender y servir a los demás anuncia una sociedad futura peor que la actual, y eso que la actual es mucho peor que la pretérita. Detrás de esta degeneración se encuentra el dominio del neoliberalismo como modelo de explotación intensivo de todas las áreas de la sociedad que empuja con fuerza la aniquilación de la ciencia, la extinción de la educación y la salud pública, la cancelación de la protección social, la exclusión de las mujeres, y la deshumanización de los más pobres, los migrantes y los no-blancos. Ese es el infierno neoliberal apoyado en el autoritarismo de la extrema derecha.

Ese proceso de destrucción de la vida humana para garantizar la acumulación de poder y riqueza de una minoría cada vez más exigua encuentra en la tecnología de las redes sociales y en los celulares sus artilugios de alienación fundamental. Esa es la cueva. Demanda todo el tiempo que no se dedique a la producción, incluso el tiempo de dormir. Aísla a cada individuo, aunque esté rodeado de otros, le construye una “realidad” falsa y un abundante suministro de mentiras para orientar sus comportamientos políticos y de consumo. Ya son demasiadas las veces que he oído de tantos jóvenes y adultos retahílas de sandeces sobre política internacional, “filosofía” y sentimientos religiosos alimentados por las redes sociales. Literalmente vivimos entre tantos tontos que es un milagro que no nos hayamos extinguido como especie.

Salir de esta cueva va a demandar un esfuerzo colosal. Enfrentar al gran capital y la casta política autoritaria que construye y se apoya en esa cueva requiere esfuerzos teóricos y prácticos de gran envergadura, apostar por la novedad y creatividad. Contrario a los escenarios que vivimos durante la Guerra Fría, en este escenario la gran mayoría de las víctimas de este orden explotador están absolutamente alienadas y se resisten a salir de la cueva donde se han acomodado. Tanto la razón (Platón), como el Evangelio (Jesús), han sido desnaturalizados de tal manera por las redes sociales que no tienen la menor relación con su realidad.

La tarea que tenemos de frente, la misma que asumieron los grandes filósofos y los apóstoles, es buscar la verdad y compartirla, cultivar el diálogo sereno y la reflexión honda. Promover la organización y acción de formas sociales que salgan de la cueva y recuperen el cultivo de la vida de todos y el respeto de la dignidad de todo ser humano.

David Álvarez Martín

Filósofo

Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Especialista en filosofía política, ética y filosofía latinoamericana.

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