Ana Altagracia Abreu Pou pertenece a tradicionales familias dominicanas cuyos miembros se han destacado en diferentes ámbitos de la política, la cultura, la educación, la medicina, la diplomacia y la arquitectura.
Es hija de Julio Ascanio Abreu Lavandier, quien se desempeñó como traductor en el gobierno interventor y de María Adelaida Pou Ricart, hermana de los arquitectos Marcial y Leo Pou Ricart, este último, diseñador del edificio que alberga al Instituto Salomé Ureña y el hospital Morgan.
Nació el 30 de enero del 1912 en Samaná, se trasladó hacia Santo Domingo donde se graduó de bachiller en la Escuela Normal en 1932, dedicándose tres años después a ejercer el magisterio en la escuela primaria de Villa Francisca. Desde la fecha hasta 1990 impartió docencia en las escuelas: Presidente Trujillo, Julia Molina, Haití, Instituto Escuela y Colegio Santo Domingo.
Cuando se integra al sector educativo, hacía poco tiempo que había quedado suprimida la Superintendencia General de Instrucción Pública (el 31 de diciembre de 1934) y había sido renombrada como Secretaría de Estado de Educación Pública y Bellas Artes, siendo el poeta Ramón Emilio Jiménez su primer secretario.
En una entrevista concedida a la periodista Ana Mitila Lora, publicada el 27 de junio de 1999 y recopilada en el libro Memorias del Siglo, la maestra Ana Abreu cuenta su trayectoria y describe los escenarios en los que discurría la educación durante las cincuenta décadas de su ejercicio docente. Habla de los inicios de la formación continua de los y las docentes a raíz de la llegada al país de los exiliados republicanos, maestros chilenos, puertorriqueños y cubanos, uno de los aspectos menos conocidos de la historiografía de la educación dominicana, de la que cuenta:
“En esa época (administración de Víctor Garrido) venían al país misiones de maestros cubanos, chilenos, españoles republicanos entre estos estaban Amós Sabrás, Guillermina Medrano y Malaquías Gil.
“La Secretaría de Educación envió a un grupo de maestras a Puerto Rico para modernizarse, y encontraron que lo que se les enseñaron era similar a lo que yo le enseñaba. Cuando regresaron se resistieron a aplicar esos nuevos métodos. Ellas siguieron con lo que sabían. Cuando Trujillo trajo a los españoles para enseñar un sistema distinto ellas se aprendieron una o dos clases, y cuando llegaba el inspector daban esa clase. Cuando en 1938 llegaron los chilenos para capacitarnos, ellos se dieron cuenta del engaño.”[1]
Valora sobre todo el trabajo de estos últimos: “Ellos eran maravillosos. Nosotros no sabíamos aplicar test para evaluar a los niños. Ellos nos enseñaron. Las maestras que tenían problemas eran las alfabetizadoras. Los chilenos opinaron que era mejor aplicar bien un método malo que aplicar mal un buen método”.[2]
Se refiere a la Misión Chilena integrada por los educadores Luis Galdámez, César Bunster y Oscar Bustos que llegaron el 27 de enero del 1937 por iniciativa de Garrido Puello. De sus 50 años de ejercicio, 26 lo hizo bajo la dictadura, sobre la que resume que, a pesar de la falta de libertad, en los colegios y escuelas no se tenían muchos problemas debido a la disciplina y el cumplimiento que conllevaba vivir en tal régimen, puesto que había un ausentismo muy bajo de maestros en sus labores, así como de padres en la asistencia mensual a las reuniones que se celebraban en los planteles cuando los padres sabían de la presencia de algún inspector escolar.
Del 1935 al 1961 fueron varios los ministros los ministros de educación, entre los que se encuentran Joaquín Balaguer, Jacinto Peynado, Ramón Emilio Jiménez, Díaz Ordoñez y Víctor Garrido. Ella valora, sobre todo, la administración de este último, quien asumió el puesto 1 de abril de 1936 en sustitución Ramón Emilio Jiménez.
Entiende como positiva la labor de los inspectores de educación pues los catalogaba como personas de preparación en las que los decentes encontraban respaldo para la aplicación curricular.
Con relación al ausentismo escolar recuerda que la escuela era obligatoria, por lo que el estudiante que fuera encontrado en la calle en horario escolar podría conllevar al apresamiento de sus padres o tutores.
Describe las múltiples actividades que se vio conminada a crear debido a la ausencia de libros de textos para alumnos en algunos años de la educación nacional y cómo, cuando los docentes se encontraban usando los libros de textos cubanos para la época del 40, Trujillo los mandó a recoger a mitad del año escolar porque eran de esa nacionalidad.
Sobre los salarios devengados afirma que osciló entre 25 pesos mensuales (menos dos que iban al Partido Dominicano) hasta 60 pesos en el sector público. Recuerda cómo en la escuela Julia Molina el recreo se tenía que dar en el Parque Enriquillo por falta de espacio en el plantel.
En 1948, se traslada del sector público al privado dirigiéndose al Instituto Escuela fundado por la exiliada republicana Guillermina Medrano por iniciativa de Julio Ortega Frier. Y para el 1954, se traslada al Colegio Santo Domingo del que fue fundadora.
Sobre su estadía en la institución, cuenta que, siendo la primera dominicana encargada de un curso, contribuyó a dominicanizar la educación, pues las monjas dominicas estadounidenses -fundadoras del colegio- querían hasta enseñar a dividir en inglés y no se enseñaba la historia dominicana, lo que ahora es obligatorio en los colegios bilingües del país.
Sin embargo, fue allí donde experimentó la represión de la maquinaria trujillista, pues vio cómo las alumnas fueron objeto de difamación y posteriormente el colegio allanado en busca de los ajusticiadores del tirano.
Es recordada por alumnos y familiares como una mujer dulce y de carácter afable. Por su larga trayectoria docente, por su paso por las diversas instituciones educativas dominicanas, por haber transitado casi todos los estamentos del sector educación, por sus aportes al día a día en las aulas dominicanas, debe ser considerada para otorgar su nombre a un futuro museo pedagógico dominicano.
[1] P. 301
[2] P. 302-303
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