La búsqueda de la felicidad es una aspiración universal que trasciende culturas, contextos históricos y condiciones económicas. No obstante, las formas en que los pueblos la construyen, perciben y sostienen varían profundamente. En la República Dominicana, el bienestar no se basa exclusivamente en la acumulación material ni en el éxito individual, sino que encuentra raíces firmes en la vida familiar, la solidaridad comunitaria y el acceso a una salud integral. Estas dimensiones, entrelazadas de forma orgánica, revelan una comprensión relacional, resiliente y profundamente humana de lo que significa vivir bien.

Uno de los elementos más significativos es la configuración del hogar dominicano. Con un promedio de 3.78 personas por hogar —superior al de la mayoría de los países de la OCDE, la estructura familiar local sigue caracterizándose por la convivencia intergeneracional, la cooperación doméstica y el fuerte sentido de pertenencia entre sus miembros (Esteve et al., 2023). Esta configuración no responde únicamente a factores económicos o inmobiliarios, sino a un entramado cultural que valora el acompañamiento emocional, el cuidado mutuo y la reciprocidad cotidiana. Los hogares integrados, donde conviven padres, hijos y otros parientes, son espacios fértiles para el desarrollo de la empatía, la resiliencia afectiva y la protección frente a las adversidades sociales. Estudios recientes confirman que estos hogares reportan mayores niveles de satisfacción con la vida (Rojas, 2024), reforzando la idea de que la felicidad encuentra suelo fértil en los vínculos duraderos y significativos.

La calidad de las relaciones familiares aparece entonces como un pilar fundamental del bienestar subjetivo. Más allá de las tensiones económicas, muchos dominicanos encuentran motivación y consuelo en la calidez de sus vínculos afectivos. La comunicación cotidiana, el respeto por los mayores, la expresión de cariño y la vida compartida permiten amortiguar los efectos negativos de la desigualdad, la informalidad laboral o la inflación. Esta capacidad de sobreponerse a condiciones adversas gracias a los lazos humanos es uno de los activos más valiosos de la sociedad dominicana. No es casual que, a pesar de los desafíos estructurales, el país figure constantemente entre los primeros de América Latina en los índices de felicidad percibida (Gallup World Poll, 2023).

La cultura dominicana también se caracteriza por una profunda vocación hacia el compartir. Este valor trasciende el ámbito familiar y se proyecta en la comunidad: los vecinos, amigos, iglesias y grupos sociales constituyen redes de apoyo que favorecen la cohesión y el bienestar colectivo. Actos como compartir una comida, colaborar en una celebración o brindar ayuda en tiempos difíciles refuerzan la pertenencia a un colectivo y generan sentido. En este contexto, prácticas culturales como el “junte”, el “convite” o las celebraciones comunitarias no son meras tradiciones, sino expresiones de un sistema de bienestar relacional. El World Happiness Report 2025 señala que las comunidades con alto capital social y frecuencia en la interacción positiva experimentan mayores niveles de felicidad (De Neve et al., 2025), y la República Dominicana encarna con claridad este modelo.

El papel de la salud también es central en esta configuración del bienestar. La percepción de una buena salud física y mental fortalece la autoestima y la valoración de la vida, mientras que la enfermedad crónica o el deterioro emocional pueden deteriorar profundamente el bienestar subjetivo (Pressman et al., 2019; Helliwell et al., 2025). En el país, aunque existen brechas en el acceso a servicios de salud, especialmente en zonas rurales y vulnerables, los dominicanos otorgan gran importancia a sentirse funcionales, activos y en control de sus vidas. Esta visión positiva de la salud como capacidad más que como ausencia de enfermedad fortalece el tejido emocional y comunitario. Sin embargo, los desafíos persisten. Problemas como la hipertensión, la diabetes o los trastornos de ansiedad no diagnosticados están creciendo y requieren atención preventiva. Además, fenómenos emergentes como las “muertes de desesperación” (Case & Deaton, 2015; O’Connor et al., 2025), aunque menos frecuentes en la región, alertan sobre los riesgos del aislamiento, la pérdida de sentido y el desempleo crónico. Invertir en salud mental, en educación emocional y en servicios comunitarios de prevención debe considerarse parte esencial de una estrategia nacional de felicidad.

Una mirada comparativa con otras regiones del mundo permite destacar la singularidad del modelo dominicano. En Europa Occidental, donde predominan los hogares unipersonales y las trayectorias de vida más individualizadas, se han registrado aumentos sostenidos en los niveles de soledad, aislamiento emocional y enfermedades mentales (Kramer, 2020). En contraste, países como Costa Rica, Paraguay y la República Dominicana, con estructuras familiares más densas y vida comunitaria activa, muestran índices de felicidad más altos incluso con niveles de ingreso per cápita más bajos (OECD, 2023; World Bank, 2023). Esta evidencia refuerza una idea fuerza crucial: la felicidad no es necesariamente el producto del crecimiento económico, sino de un desarrollo humano que valore lo afectivo, lo social y lo solidario. El bienestar no se construye únicamente con infraestructura o tecnología, sino con vínculos significativos y redes humanas funcionales.

En este marco, la República Dominicana cuenta con un capital intangible poderoso: su tejido social. La felicidad dominicana es, en gran medida, una experiencia colectiva. No se trata de una conquista individual ni de una meta abstracta, sino de una vivencia cotidiana que se alimenta de la convivencia afectiva, la colaboración comunitaria y el cuidado mutuo. La familia extendida, la comunidad solidaria, la práctica del compartir y el aprecio por la salud integral conforman un modelo de bienestar genuino y sostenible. Para consolidar esta felicidad compartida, es necesario que las políticas públicas se alineen con las dinámicas que la producen. Se requiere fortalecer la protección a las familias, mejorar el acceso a servicios de salud integral, promover la educación emocional desde la infancia y fomentar una economía del cuidado que reconozca el valor del trabajo doméstico y comunitario. La verdadera riqueza de una nación se mide por la calidad de vida de su gente. Y la República Dominicana, con todos sus retos, continúa ofreciendo un testimonio vibrante de que la felicidad es posible cuando la vida se vive en común.

 

Referencias

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Esteve, A., Galeano, J., Turu, A., García-Román, J., Becca, F., Fang, H., Pohl, M. L. C., & Trias Prat, R. (2023). The CORESIDENCE Database: National and Subnational Data on Household and Living Arrangements.

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Helliwell, J. F., Layard, R., Sachs, J. D., De Neve, J.-E., Aknin, L. B., & Wang, S. (Eds.). (2025). World Happiness Report 2025. https://worldhappiness.report

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O’Connor, R. C., et al. (2025). Suicide and despair: A global perspective. En Helliwell et al. (Eds.), World Happiness Report 2025.

Pressman, S. D., Jenkins, B. N., & Kraft-Feil, T. L. (2019). Positive Affect and Health: What Do We Know and Where Next Should We Go? Annual Review of Psychology, 70, 627–650.

Rojas, M. (2024). La felicidad en América Latina: Familia, economía y comunidad. FLACSO – Red de Estudios del Bienestar.

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Pedro Ramírez Slaibe

Médico

Dr. Pedro Ramírez Slaibe Médico Especialista en Medicina Familiar y en Gerencia de Servicios de Salud, docente, consultor en salud y seguridad social y en evaluación de tecnologías sanitarias.

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