La prosa de Camus es hermosa. Lo es sobre todo por su gran sensibilidad. La carta que le dirigió a su maestro de primaria, el profesor Louis Germain, es conmovedora. A días de ganar el premio Nobel, le escribe:

Querido señor Germain:

“Esperé a que se apagara un poco el ruido de todos estos días antes de hablarle de todo corazón.

He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted.

Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza, no hubiese sucedido nada de esto.

No es que le dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser un alumno agradecido.”[1]

Los maestros son esenciales en la vida; cuando murió papá, volví a clases tres días después, pero como no nos habían dicho nada, no sabíamos qué hacer. Llegué. Iba al Instituto d´Urville y teníamos una profesora de Historia. Fue la única profesora que tuvo una reacción humana. Pasó lista: La señorita Camus, presente. Me dijo: "¿Estás ahí, pequeña? Ven aquí". Me abrazó y me mandó sentarme

La respuesta de su maestro es elocuente y tierna:

“La razón es muy sencilla. Adoraba a mis alumnos, y entre ellos un poco más a aquellos a los que la vida había dejado en desventaja. Cuando llegaste tú, aún estaba afectado por la amenaza de muerte que durante 5 años había pesado sobre nosotros. Yo había vuelto, pero había otros con menos suerte que habían sucumbido. Vi en ellos a tristes camaradas que caían y nos confiaban lo que dejaban. Fue pensando en tu padre, querido camarada, que me interesé por ti.”

La carta de Camus, desde su publicación, se convirtió en paradigma de gratitud y en homenaje a los maestros, mientras la del profesor Germain es, a su vez, un testimonio de sensibilidad, solidaridad y vocación docente. Fue emotivamente leída en la despedida del asesinado profesor Samuel Paty, quien murió el 16 de octubre del 2020, decapitado con un cuchillo carnicero a manos de un terrorista islámico de 18 años, por haber enseñado sobre la libertad de expresión a sus alumnos de secundaria utilizando imágenes que un sector religioso tomó como inaceptables.

Ante este intercambio epistolar, la hija de Albert Camus, Catherine Camus, reaccionó dando su propio testimonio sobre el papel del maestro en su vida, a propósito de la muerte de su padre Albert: “Los maestros son esenciales en la vida; cuando murió papá, volví a clases tres días después, pero como no nos habían dicho nada, no sabíamos qué hacer. Llegué. Iba al Instituto d´Urville y teníamos una profesora de Historia. Fue la única profesora que tuvo una reacción humana. Pasó lista: La señorita Camus, presente. Me dijo: "¿Estás ahí, pequeña? Ven aquí". Me abrazó y me mandó sentarme, y aquella mujer, que era severa, mayor, en cierto modo, evitó que se convirtiera en algo malo. Así que los profesores, los buenos profesores, son esenciales”[2].

[1] Albert Camus, El primer hombre, Tusquets Editores, Barcelona, 1994.

[2] Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=O_S-nRleFoo

Duleidys Rodríguez Castro

Educadora y Filósofa

Duleidys Rodríguez Castro es filósofa egresada del Instituto Filosófico Pedro Francisco Bonó. Posee una maestría en Filosofía en el Mundo Global por la Universidad del País Vasco. Es coleccionista especializada en historia de la educación dominicana. Desde hace 17 años se desempeña como profesora de Literatura.

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