Sin mostrar grandes signos de debilidad, Tadej Pogacar ganó este domingo 27 de julio en París su cuarto Tour de Francia. El esloveno volvió a mostrarse por encima del resto, lo que reaviva las dudas sobre su rendimiento en un deporte marcado por la sombra del dopaje. Algunos también le reprochan una actitud arrogante hacia el pelotón.

Tadej Pogacar ganó el domingo su cuarto Tour de Francia tras la 21 y última etapa en París, que fue ganada por el belga Wout van Aert.

El esloveno de 26 años terminó más de cuatro minutos por delante del danés Jonas Vingegaard (Visma-Lease a bike) y del alemán Florian Lipowitz (Red Bull-Bora-hansgrohe) en la clasificación general.

Ganador ya en 2020, 2021 y 2024, el esloveno se suma al británico Chris Froome en la lista de ganadores y se sitúa ahora a un solo triunfo del récord de cinco que ostentan los franceses Jacques Anquetil y Bernard Hinault, así como el belga Eddy Merckx y el español Miguel Indurain.

Tras su brillante campaña en las clásicas de primavera y su dominio en junio en el Critérium du Dauphiné, Tadej Pogacar asumió su estatus como el corredor más dominante de su generación.

El campeón del mundo vistió el maillot amarillo durante 13 días, pero en tres periodos separados, retirándolo deliberadamente en dos ocasiones para evitar protocolos mediáticos costosos en términos energéticos y de reducido tiempo de recuperación.

Los años pasan y se repiten para el esloveno. Al igual que en 2024, Pogacar pareció inalcanzable rumbo a su cuarta victoria final. Y, como siempre, las críticas reaparecieron, insistentes y más fuertes que nunca. Algo comprensible en un ciclismo cuya historia sigue marcada por el dopaje.

La sombra de Mauro Gianetti

El entorno de Pogacar ha contribuido a alimentar las sospechas. En primer lugar, Mauro Gianetti, actual director del equipo UAE-Emirates. Como ciclista, tiene un palmarés destacado, con victorias en carreras como Lieja-Bastoña-Lieja o la Amstel Gold Race. Pero también arrastra un historial oscuro: en 1998, durante el Tour de Romandía, estuvo tres días en coma y doce en cuidados intensivos. Un médico suizo atribuyó el episodio al dopaje, concretamente al uso de perfluorocarbono (PFC), un transportador artificial de oxígeno.

En los años 2000, ya como mánager, Gianetti lideraba el equipo Saunier Duval, patrocinado curiosamente por una empresa de calderas, apodo que también se usa en el ciclismo para referirse a corredores dopados. En el Tour de 2008, el equipo fue sacudido por el positivo del italiano Ricardo Riccò por EPO, y luego por los de Leonardo Piepoli y Juan José Cobo.

Todos merecen una segunda oportunidad, incluso una tercera, como en el caso de Gianetti. Pero su reputación inevitablemente salpica al prodigio esloveno, que desde su primera victoria en el Tour ha tenido que enfrentar sospechas. Pogacar siempre ha pedido confianza, culpando al pasado del ciclismo. “No sé qué más podemos hacer para recuperarla”, dijo resignado tras ganar el Giro de Lombardía en 2024.

Pogacar, cómodo en todo terreno y clima

Resulta difícil confiar en un deporte tan traumatizado cuando un corredor aplasta así a sus rivales. No solo en el Tour, sino durante toda la temporada: desde el UAE Tour en febrero hasta el Giro de Lombardía en octubre. A diferencia de sus oponentes, que programan picos de forma, Pogacar nunca decae.

Es fuerte en todos los terrenos: alta montaña, finales explosivos, caminos técnicos, bajo sol o diluvio. Sea una etapa o tres semanas. Solo el talento de Mathieu van der Poel parece capaz de evitar que Pogacar conquiste los monumentos ciclistas que aún le faltan: Milán–San Remo y París–Roubaix.

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Para colmo, Pogacar siempre parece ir sobrado, respondiendo ataques sin levantarse del sillín y rompiendo récords de ascensión. El año pasado pulverizó el del Plateau de Beille, que tenía Marco Pantani en plena era EPO, y este año superó el de Iban Mayo en el Mont Ventoux "sin forzar demasiado las piernas".

Un pelotón dividido

Dentro del pelotón hay división. Algunos corredores, de forma anónima, ponen en duda su rendimiento, aunque sin pruebas. Otros expertos como el exentrenador Antoine Vayer y el ingeniero Frédéric Portoleau afirman que las potencias desarrolladas por Pogacar en los puertos están más allá de lo humanamente posible. En su lenguaje: es un “mutante”. También se sospecha del uso de microdosis de EPO o incluso dopaje genético.

Otros prefieren ver en él un talento excepcional, comparable al pertiguista Armand Duplantis.

¿Dopaje: la duda eterna?

Un hecho es invariable: Pogacar jamás ha dado positivo, y el maillot amarillo es controlado al término de cada etapa. En este Tour, se recogieron unos 600 controles de sangre y orina en carrera y 350 más fuera de competencia durante el mes previo. Sin embargo, sus críticos recuerdan que Lance Armstrong tampoco dio positivo nunca, a pesar de que le quitaron sus siete títulos entre 1999 y 2005.

También persisten sospechas de dopaje mecánico: el uso de un motor en la bicicleta. Sospecha alimentada porque Pogacar rara vez se pone de pie sobre los pedales. No obstante, la UCI revisa regularmente las bicis, y la lucha contra este tipo de fraude está en manos de un exagente antiterrorista estadounidense.

La arrogancia del líder

A ello se suma una nueva crítica: la arrogancia. Pogacar y sus compañeros, dominantes al extremo, son acusados de despreciar al resto. Ya en el Critérium del Dauphiné ridiculizó a Jonas Vingegaard en la montaña, y al final de etapa decía que no había terminado a tope “para guardar fuerzas para las fotos y entrevistas”.

En este Tour, su dominio ha parecido casi tiránico. En un pelotón normalmente reservado, Pogacar no duda en burlarse verbalmente de rivales impotentes. Su equipo impone un control férreo, decide quién puede escaparse, y Pogacar reparte premios: un maillot de lunares por aquí, una etapa para un gregario por allá.

“No intentamos ser arrogantes, solo hacemos que la carrera sea lo más fácil posible para poder ganarla. Algunos deberían quedarse callados, sonará arrogante, pero bueno”, respondió el esloveno, defendiendo a su equipo.

La obligación de ganar

Algunos, como Rolf Aldag, director del equipo Red Bull-Bora, defienden a Pogacar: “No es culpa suya si los demás no están a su nivel”. Según él, el esloveno tiene una obligación de ganar por el esfuerzo de sus compañeros durante toda la temporada.

Sin embargo, este año Pogacar ha mostrado algo más de contención. El año pasado ganó seis etapas y encadenó un triplete en las últimas tres. En cambio, en 2025 ha ganado “solo” cuatro etapas, dejando escapar la del Ventoux y el Col de la Loze. Thymen Arensman se aprovechó de esta generosidad al imponerse en Superbagnères y La Plagne, aunque con la sensación de que Pogacar pudo haberle vencido si hubiera querido.

El desgaste de estar solo en la cima

¿Se ha moderado Pogacar? ¿Ha aprendido a compartir? ¿Escucha más a sus directores deportivos que llevan años intentando contener su instinto ofensivo? Quizás sea una combinación de todo eso.

Sin embargo, en las ruedas de prensa de las etapas alpinas asomó otra explicación. Pogacar se mostró hosco, aburrido, confesando que “contaba los kilómetros” en cada etapa. Lejos de su imagen habitual de bromista del pelotón.

¿Ha perdido la motivación tras tantos días de carrera, críticas y exigencias? Al inicio del año, su objetivo era lograr el doblete Tour–Vuelta, el único grande que le falta. Hoy, parece difícil imaginarlo. A menos que una carrera con menos presión mediática, tres semanas al sol, sea justo lo que necesita “Pogie” para recuperar el ánimo. Después quedará la tarea de disipar las dudas.

 

Este artículo es una adaptación de su original en francés 

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