A finales de 2022, una expedición científica a Saya de Malha, en el océano Índico, llegó a una conclusión alarmante: los tiburones de esta zona estaban desapareciendo. Según los investigadores, la causa eran los pesqueros asiáticos que habían venido a aprovechar los recursos de esta inmensa reserva de biodiversidad, pero también a capturar ilegalmente a estos depredadores, codiciados por sus aletas.
Los hallazgos son indiscutibles. En noviembre de 2022, científicos con equipo de buceo saltaron desde la cubierta de un buque de investigación oceanográfica enviado por la ONG Monaco Explorations, una organización de investigación oceánica, a las aguas del banco de Saya de Malha, en el corazón del océano Índico.
Al mismo tiempo, un pequeño dron submarino exploró continuamente la columna de agua. El objetivo: filmar a los tiburones que habitan esta zona y documentar la biodiversidad de este gigantesco herbario marino con sus plantas acuáticas, corales, tortugas, manatíes, rayas…
Pero después de tres semanas peinando las aguas de la zona, no había tiburones a la vista.
Los investigadores señalaron inmediatamente a un probable culpable: una flota de más de 200 barcos pesqueros, principalmente de Taiwán, Sri Lanka y Tailandia, que llevan varios años surcando las aguas de la zona.
En teoría, vienen a pescar distintas especies de atún, como el atún blanco, el rabil, el bonito y el patudo. Pero en realidad, sus redes también capturan tiburones, en grandes cantidades.
El primer problema es que los tiburones desempeñan un papel crucial como guardianes del banco de Saya de Malha. Regulan las poblaciones de tortugas y otras especies que, de otro modo, devorarían todas las plantas acuáticas para alimentarse.
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El segundo problema es que, además de su impacto en el medio ambiente, esta actividad también es muy criticada por muchas ONG, que la consideran una forma de maltrato animal.
Aletas valiosas
Es difícil imaginar que estos tiburones hayan sido capturados por casualidad, ya que pescarlos no es tarea fácil. La mayoría de estos atuneros utilizan palangres, que consisten en una gruesa línea de nylon con anzuelos atados a intervalos regulares a los que se añade cebo.
Y, según varios observadores, muchos barcos también están equipados con líneas metálicas especiales más resistentes, capaces de soportar el peso de los tiburones capturados que intentan liberarse.
Para no ocupar demasiado espacio en las bodegas, los pescadores cortan regularmente las aletas de los tiburones -la parte más codiciada del animal, que puede venderse hasta cien veces más cara que el resto del cuerpo– y luego devuelven el animal al mar.
Esta práctica, conocida como "cercenamiento de las aletas de los tiburones", es criticada regularmente por las ONG de defensa de los derechos de los animales: sin aletas, los tiburones no pueden nadar.
Arrojados de nuevo al agua, están condenados a hundirse hasta morir o ser devorados vivos.
Para los pescadores, sin embargo, esta práctica es una fuente adicional de ingresos: generalmente, los capitanes de pesca les permiten vender las aletas de tiburón en el mercado negro una vez que han regresado a puerto.
Un comercio floreciente
Esta práctica no es nueva en el banco Saya de Malha. En 2015, más de 50 buques pesqueros tailandeses, principalmente arrastreros de fondo, ya se habían adentrado en el lecho de hierbas marinas, dejando allí sus redes para capturar diversos peces, como lagartijas y peces cometa, que luego se transformaban en harina.
Según una investigación de Greenpeace, al menos 30 de ellos habían llegado tras huir de operaciones de lucha contra la pesca ilegal en Indonesia y Papúa Nueva Guinea. La ONG afirma que la flota pescaba regularmente tiburones en el banco de Saya de Malha.
Dos antiguos empleados de la flota, que trabajaban a bordo del 'Kor Navamongkolchai 1′ y el 'Kor Navamongkolchai 8′, declararon a Greenpeace que alrededor del 50% de sus capturas eran tiburones.
"El impacto de la pesca de arrastre en los ecosistemas de los fondos marinos ha sido probablemente catastrófico", concluía un informe publicado en 2022 por la ONG Monaco Explorations.
Desde entonces, sin embargo, la presencia tailandesa en el banco de Saya de Malha ha disminuido y en 2024 solo se detectaron allí dos buques tailandeses. Sin embargo, han sido sustituidas gradualmente por embarcaciones de Sri Lanka y Taiwán, que siguen cazando tiburones de forma intensiva a pesar de las leyes que lo prohíben en cada uno de estos países.
Según datos de la Comisión del Atún para el Océano Índico, del centenar de pesqueros de Sri Lanka detectados en el banco de Saya de Malha desde enero de 2022 -fecha en la que el país comenzó a hacer pública la localización de sus embarcaciones- casi la mitad, 44, faenan con redes.
Al igual que ocurre con la pesca con palangre, los tiburones pueden capturarse rápidamente con esta práctica, que representa el 64% de las capturas, ya que pueden quedar atrapados en las mallas que rastrillan el fondo.
El 17 de agosto de 2024, un video publicado en YouTube mostraba decenas de cadáveres de tiburones y rayas siendo descargados en tierra en el puerto de Beruwala, en Sri Lanka. En la grabación, un hombre abre uno de ellos con un machete. Mientras la sangre oscura gotea sobre el hormigón, le quita las aletas y finalmente extrae sus entrañas.
En los últimos dos años, se han publicado en Internet varios videos similares que muestran cómo cientos de tiburones muertos, algunos sin aletas, son descargados de buques pesqueros y puestos en fila en puertos de Sri Lanka para ser vendidos a exportadores locales. Estos videos ofrecen una visión del floreciente comercio que está diezmando gradualmente las poblaciones de tiburones en el océano Índico.
Una población diezmada, tiburón por tiburón
Pero, ¿por qué estas embarcaciones viajan cientos de kilómetros para pescar en las remotas aguas del banco Saya de Malha?
Históricamente, la pesca de tiburones en Sri Lanka se concentraba únicamente en la zona económica exclusiva del país, es decir, hasta 200 millas náuticas (370 kilómetros) de la costa.
Entre 2014 y 2016, por ejemplo, este fue el caso del 84% de las capturas de tiburón, según un informe publicado en 2021 por la ONG local Blue Resources Trust.
Pero tras años de ejercer una presión masiva sobre estas poblaciones locales de tiburones, la especie ha acabado disminuyendo cerca de la costa de Sri Lanka, empujando a las embarcaciones a adentrarse cada vez más en alta mar y en aguas internacionales.
Según la base de datos de comercio Comtrade de la ONU, las exportaciones de Sri Lanka se han cuadruplicado en diez años hasta alcanzar las 110 toneladas en 2023, principalmente a Hong Kong, frente a las 28 toneladas de 2013.
"Barcos fantasma"
Los datos de seguimiento muestran también que unos 40 buques de Sri Lanka se abstienen ahora de comunicar públicamente su posición cuando se aventuran hasta el banco de Saya de Malha, una forma de ocultar su comportamiento ilegal y, más ampliamente, su papel en la degradación del océano y de este ecosistema.
No obstante, estos "barcos fantasma" pueden detectarse gracias a sus boyas de pesca, cada una con su propia señal de identificación.
Al menos uno de estos barcos, que surcó las aguas de Saya de Malha entre marzo y junio de 2024, ha sido identificado. El IMUL-A-0064 KMN fue detenido en agosto de 2024 por las autoridades de Sri Lanka con más de media tonelada de cadáveres de tiburón palometón (martillo) a bordo, todos ellos con las aletas cercenadas. La pesca de esta especie está prohibida.
No fue un incidente aislado: las autoridades del país han informado de al menos 25 detenciones relacionadas con este comercio ilegal desde enero de 2021.
También en Taiwán se sigue practicando el cercenamiento de las aletas de tiburón a pesar de una ley que lo prohíbe.
De los 62 barcos taiwaneses que pescaron en alta mar entre 2018 y 2020, la mitad se dedicaba a esta práctica, según la Fundación Justicia Ambiental, basándose en los testimonios de antiguos tripulantes.
Al menos uno de ellos faenaba en el Saya de Malha, el Ho Hsin Hsing nº 601. Sancionado en mayo de 2023 tras el descubrimiento de aletas de tiburón secas en la bodega, el operador del buque fue multado con el equivalente a 123.000 dólares y se le suspendió la licencia de pesca durante un mes.
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Este informe ha sido elaborado por Ian Urbina, Maya Martin, Joe Galvin, Susan Ryan y Austin Brush, de The Outlaw Ocean Project.
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