Entre velas encendidas, flores de cempasúchil y el murmullo de los vivos que esperan a los muertos, Mixquic vuelve a transformarse. Pero mientras honra a sus difuntos con rituales milenarios, también lidia con una avalancha de visitantes. Las autoridades estiman que al menos dos millones de personas visitarán este pequeño pueblo este fin de semana. France 24 acudió al epicentro de una de las festividades más emblemáticas de México. 

Sobre las lápidas, tapetes de aserrín vibran con formas de mariposas, calaveras y cruces. Otras lo hacen con la famosa flor de Cempasúchil. Todas las tumbas, asociadas al dolor y las despedidas, se tornan coloridas y adornan el pequeño panteón gris de San Andrés Mixquic, donde se vive una de las festividades más emblemáticas del Día de Muertos

La noche del 2 de noviembre, el sitio comienza a llenarse de miles de velas que, junto a senderos hechos con la flor de muertos, guían para que las almas regresen. Así, este pueblo originario de la alcaldía Tláhuac, al sur de la Ciudad de México, vuelve a transformarse como cada año en un santuario de luz y memoria durante el Día de Muertos.

Con tradiciones milenarias, Mixquic se ha convertido en uno de los epicentros de esta celebración. La llamada “Alumbrada”, donde cada año las familias iluminan el panteón local, atrae a millones de visitantes. En 2025, autoridades locales estiman que más de dos millones de personas recorrerán las calles de Mixquic durante el festival.

Joselling Baeza Pineda acomoda flores en la tumba de su sobrina. Junto a otros familiares prepara un tapete colorido mientras suena música alusiva a la festividad mexicana. “Venimos a adornarle para que ella se vaya contenta. En la casa le ponemos igual su ofrenda: juguete, vaso de leche, frutas, cosas que le gustaban”, dice con una sonrisa nostálgica.

La preparación comienza desde días antes. “Nosotros tenemos fechas especiales”, explica. “A partir del 28 de octubre recibimos a las almas que murieron por accidente, el 31 llegan los niños, el primero los adultos y algunas almas olvidadas. Celebramos este paso entre la vida y la muerte”, agrega. 

Ana Karen Calderón, que decora varias tumbas de su familia, también se toma un momento para explicar lo que, para muchos, sigue siendo incomprendido. “No celebramos como tal la muerte, sino que vienen a visitarnos. Es como una Navidad pero con nuestros seres queridos. Mucha gente dice que estamos locos, pero no, celebramos que ellos no se olvidan de nosotros… y nosotros tampoco”, afirma. 

Aunque fuera de México el Día de Muertos suele reducirse a cráneos, disfraces de catrina y una estética colorida difundida por el arte popular y películas animadas, la raíz de la tradición es mucho más profunda. Su origen proviene de las cosmovisiones indígenas que creían que, durante unos días del calendario, las almas de los difuntos podían cruzar de nuevo al mundo de los vivos para reencontrarse con sus familias.

Ese regreso simbólico no ocurre en silencio. Se celebra entre flores de cempasúchil, velas encendidas y aromas de comida humeante. Las tumbas se limpian con esmero y se cubren con objetos que la persona amada disfrutaba en vida. En los hogares se levantan altares coloridos y se coloca pan, papel picado, una fotografía. Es un ritual que no solo honra a los muertos, sino que refuerza los lazos entre quienes permanecen.

El color del ritual y el ruido del turismo

Durante el fin de semana del 1 y 2 de noviembre, Mixquic ofreció mucho más que silencio y recogimiento. Conciertos, concursos de disfraces, recorridos nocturnos, talleres, danzas, teatro y narraciones orales han hecho parte de las actividades.

Las calles se llenan de puestos donde se vende pan de muerto, calaveritas de azúcar, tamales, atole y artesanías locales. El olor a incienso se mezcla con el de antojitos y las canciones típicas se cruzan con el bullicio de visitantes extranjeros sacando fotos en cada esquina colorida.

El Día de Muertos también se ha vuelto un motor económico para Mixquic: cientos de familias dependen de la venta de comida, flores y recuerdos. Incluso, muchos comerciantes de pueblos aledaños se acercan a Mixquic para vender sus productos durante la temporada. 

Pero la llegada masiva de visitantes, que este año las autoridades estiman en alrededor de 2 millones, ya genera presión. En los últimos años, los habitantes han señalado la saturación de servicios, el colapso de caminos y los cobros excesivos por estacionamiento y acceso a zonas del panteón.

Aun así, las autoridades aseguran que el evento se realiza “en un ambiente de respeto y celebración”, con entrada gratuita a la mayoría de las actividades y operativos especiales de seguridad, servicios médicos y módulos de información.

Berenice Hernández, alcaldesa de Tláhuac, comentó a France 24 que la Alcaldía lleva meses preparándose para este fin de semana. “Es muy importante para este pueblo porque trae identidad, cultura e historia. Todas las casas abren sus puertas para que sean recibidos todos los turistas”, comentó. 

“Elegimos venir acá porque nos dijeron que se vive la celebración del Día de los Muertos, así que quisimos venir a verlo. Está espectacular, hay mucha gente, se ve que la gente la está pasando bien y nosotros la estamos pasando espectacular”, dice Mireya, turista panameña que viajó con un grupo de amigos para conocer este pequeño poblado. 

Por su parte, Juana Tapia, vendedora local de elotes (maíz), afirma que le abruma la cantidad de personas que llegan al pequeño pueblo. “Más tarde, como a partir de las ocho, empieza a llegar mucha gente y no se puede caminar aquí”, explica. El sentimiento lo comparte Verónica Flores Moreno, vendedora de dulces. “Cuando encienden las luces del panteón es cuando se agrupa toda la gente”, afirma. 

Al ser consultada al respecto, Calderón, quien intenta honrar a su ser querido con solemnidad, admite que cada año se vuelve más complejo.

“Es para nosotros un momento muy espiritual, muy personal, muy íntimo. No es alumbrar para que se vea bonito, pero a veces la gente quiere pasar entre nosotros. Sabemos que quieren venir a ver nuestras culturas y tradiciones, pero para nosotros es despedirlos (a los difuntos)”, comenta. 

Donatiú Martínez, quien adorna la tumba de su abuelita paterna, Loida, desde que era niño, pide que las personas tengan conciencia sobre el momento que intentan vivir. “Los vamos a recibir con respeto y también esperamos recibir ese respeto para nosotros y nuestros difuntos”, aseguró. 

Mientras Martínez adorna la tumba con banderines coloridos, a pocos metros comienzan a concentrarse a su alrededor al menos seis grupos de turistas. Una guía lidera a un grupo de japoneses que vienen vestidos de catrinas y con el rostro maquillado. Todos asienten con la cabeza como en señal de entender a profundidad. 

A las afueras del panteón, la solemnidad del recuerdo se funde con una fiesta vibrante: entre humo de pinchos asados, música de cumbias y turistas que posan con pitones vivos de dos metros, Mixquic despliega todo su folclor. Hay tlayudas oaxaqueñas, pan de muerto, buñuelos, calaveritas, micheladas, incienso y flashes de cámaras por doquier. 

Y aunque el pueblo a ratos se sienta desbordado, su espíritu comunitario permanece intacto. La mayoría de los habitantes abre las puertas de sus casas para compartir sus ofrendas con los visitantes. Cada altar cuenta una historia, honra una ausencia y recuerda que aquí la muerte no es final, sino un puente. En Mixquic, la memoria parece construirse compartiendo. 

Con AP y medios locales.

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