La necesidad de proteger la categoría femenina fue eje central de las campañas de casi todos los candidatos a presidir el Comité Olímpico Internacional (COI) y ha cobrado una relevancia cada vez mayor ante decisiones recientes, como la del presidente Donald Trump de prohibir la participación de atletas trans en el deporte femenino. Sin embargo, los expertos todavía tratan de establecer si una norma centralizada puede ser válida para todos los deportes.
Cuando la controversia en torno a la participación de Imane Khelif y Lin Yu-ting en el boxeo femenino empañó los Juegos Olímpicos de París 2024, muchas voces abogaron por una política dictada desde el COI, incluyendo a Sebastian Coe, presidente de la federación pionera en el tema, la World Athletics.
Sin embargo, ahora la entidad que rige el atletismo, la misma que desarrolló una norma de avanzada como el Reglamento de Desarrollo Sexual Diferente (DSD), está por adoptar una fórmula que es vista por muchos como un retroceso: las pruebas genéticas para determinar la elegibilidad en el deporte femenino.
Se trata de un test no invasivo, hecho por hisopado de mejillas y con muestras de sangre seca, como se denomina a la punción digital, que sustituye a la extracción desde venas o arterias.
La primera prueba detecta la existencia del gen SRY, que solo está presente en los cromosomas Y, responsables del desarrollo de características masculinas, y la segunda sirve para medir los niveles de testosterona.
Según Sebastian Coe, se trata de “un indicador altamente preciso del sexo biológico”, que se practicará una sola vez y será obligatorio para competir en la categoría femenina.
La nueva norma debería estar diseñada a tiempo para ser aplicada antes del Mundial de Tokio en septiembre próximo, y es una práctica cuestionada tanto por atletas como por la comunidad científica.
El caso de María José Martínez Patiño
Una exatleta española que ahora es profesora de la facultad de Ciencias del Deporte de la Universidad de Vigo, María José Martínez Patiño, ha dedicado su vida a develar el impacto de los tests de femineidad en la vida personal y competitiva de las deportistas, basada en su propia historia.
A principios de los ochenta, tenía una exitosa carrera como corredora de vallas, que le permitió asistir al primer Mundial de Atletismo, el de Helsinki de 1983. Para ello se sometió a la práctica de aquellos tiempos que ahora vuelve a ponerse vigente: la prueba de género, un examen que pasó sin problemas.
No obstante, cuando le tocó competir en los Juegos Universitarios de Kobe de 1985, en Japón, olvidó en casa su certificado de elegibilidad, y tuvo que volver a someterse al procedimiento.
Esa vez algo salió mal, y el médico de su selección, Eufemiano Fuentes (luego tristemente célebre por los hallazgos de la Operación Puerto, que develó el dopaje en el ciclismo español), le recomendó fingir una lesión para quedar fuera de la competencia, mientras llegaban los resultados completos de sus análisis.
Eso sucedió varios meses después.La prueba practicada en Japón había revelado que Martínez Patiño tenía cromosomas XY, que la hacían no elegible para el deporte femenino, pero también que tenía resistencia a los andrógenos, lo que significa que su cuerpo no reconocía los estímulos para desarrollar características masculinas.
De nuevo la indicación fue fingir una lesión antes del campeonato nacional, una especie de negociación para no divulgar su caso. Esta vez se negó, y el resultado fue que su caso llegó a los más grandes medios de su país, una historia que ni siquiera su propia familia conocía.
“Me sentí avergonzada. Perdí amigos, a mi prometido, la energía. Pero sabía que era una mujer, y que mi diferencia genética no me daba una ventaja física injusta”, escribió Martínez Patiño en 2005 en el portal médico ‘The Lancet’.
La deportista luchó durante dos años, con la ayuda de genetistas, activistas y académicos que le permitieron demostrar los matices del Desarrollo Sexual Diferente, recuperar su licencia para correr y poner fin a las pruebas de elegibilidad basadas en cromosomas.
Martínez Patiño fue parte de las expertas consultadas por World Athletics antes de adoptar el retorno de las pruebas genéticas de femineidad. Ella lo desaconsejó, y hoy está segura de que se tomó una decisión equivocada.
Caster Semenya: el centro del debate
World Athletics había señalado el camino en el tratamiento del Desarrollo Sexual Diferente, precisamente basada en sus propios errores en el caso de la semifondista sudafricana Caster Semenya.
Campeona de los 800 metros en el Mundial de Berlín 2009, Semenya fue objeto de controversia por parte de sus rivales debido a su apariencia visiblemente masculina. Además, la IAAF, el organismo rector del atletismo en ese entonces, se mostró preocupado por el progreso extraordinariamente rápido de sus marcas, lo que generó sospechas sobre el posible uso de sustancias prohibidas.
La presión llevó a que la corredora, entonces de 18 años, fuera sometida a pruebas de femineidad, y descubriera bajo el ojo público, sin derecho a la privacidad ni a apoyo psicológico, que era intersexual.
Aunque tenía genitales externos femeninos, las pruebas revelaron que no tenía útero ni trompas de Falopio, y sí testículos no descendidos, que eran responsables de una presencia de testosterona consistente con un atleta masculino.
El torpe tratamiento público del caso de Semenya llevó a que la IAAF reforzara con argumentos científicos su postura, y redactara el Reglamento de Hiperandrogenismo, que luego se denominó de Desarrollo Sexual Diferente.
Los hallazgos del panel que trabajó en ese instrumento mostraron que las competidoras con esta condición tenían particular ventaja en las pruebas de resistencia a la velocidad (desde los 400 metros hasta la milla), pero no en otros eventos y distancias del atletismo.
Mientras Semenya y la velocista india Dutee Chand desafiaban la entrada en vigencia de la norma, con recursos ante el Tribunal de Arbitraje del Deporte (TAS), más y más atletas con DSD se convirtieron en protagonistas de los 800 metros.
Semenya, Francine Niyonsaba de Burundi y la keniana Margaret Wambui dominaron el podio de los Juegos Olímpicos de Río 2016, y la tendencia crecía a medida que los entrenadores comenzaban a usar la condición como un criterio de reclutamiento, de la misma manera en que un técnico de baloncesto tiende a elegir a los jugadores más altos.
Finalmente, el TAS falló a favor de World Athletics en 2019, y entró en vigencia la norma que prohibía a las atletas con DSD competir en pruebas de resistencia a la velocidad, a menos que se sometieran a tratamientos de supresión hormonal, o en su defecto migraran a otras distancias.
Solo Niyonsaba aceptó el reto, y consiguió algunos resultados destacados en la Liga Diamante en 5000 metros, como el oro en la final de 2021, mientras Semenya, Wambui, la ugandesa Docus Ajok y otras atletas con DSD desaparecían del escenario competitivo.
¿Por qué un deporte con éxito probado en la gestión de casos de DSD como el atletismo regresa a una práctica cuestionada y que ha demostrado no ser eficiente, como sucedió en el caso de María José Martínez Patiño? ¿Es acaso una respuesta a presiones de carácter más político que científico?
La demanda hacia las autoridades del deporte
La Asociación Internacional de Boxeo (IBA) nunca reveló qué pruebas habían practicado para llegar a sus conclusiones, pero aseguró en París que había detectado que Khelif y Lin tenían cromosomas XY, y por eso las había descalificado del Mundial de Nueva Delhi en 2023.
La revelación desató una oleada de transfobia y acusaciones infundadas, que calificaban a las boxeadoras como transgénero, cuando en realidad, si los hallazgos de la IBA eran ciertos, eran más consistentes con indicadores de DSD, como intersexualidad o hiperandrogenismo.
El COI esgrimió una débil defensa, al citar como criterio para admitir a ambas el género señalado en el pasaporte. No era la primera vez que el ente olímpico fallaba en ofrecer respuestas satisfactorias en materia de elegibilidad de género.
De cara a Tokio 2020, admitió la participación de la pesista transgénero neozelandesa Laurel Hubbard, condicionándola a que mantuviera sus mediciones de testosterona por debajo de 10 nanomoles por litro de sangre.
Ese parámetro fisiológico fue cuestionado por muchos expertos, que citan las ventajas derivadas del paso por la pubertad masculina, como la mayor densidad ósea, capacidad pulmonar o desarrollo de masa muscular, las cuales son persistentes a pesar de las terapias de supresión hormonal.
Muchas voces han instado desde entonces al COI a que adopte una política centralizada en torno a la elegibilidad de género, en lugar de dejar las decisiones a las federaciones internacionales, como sucedió de cara a París 2024.
Esa demanda se ha acentuado a raíz de la prohibición del presidente del país sede de los próximos Juegos Olímpicos, Donald Trump, en torno a la participación de atletas transgénero en el deporte femenino en su país.
La nueva presidenta del COI, Kirsty Coventry, no comulga con esa propuesta, y durante la campaña se mostró partidaria de mantener la posición actual, y reforzar el deporte femenino en otros frentes que no han evolucionado a la par del ámbito de las atletas, como la formación de más mujeres entrenadoras, árbitros o dirigentes.
La lección detrás dela historia de Martínez Patiño parece darle la razón, pues demuestra que una vara única, como la que ahora quiere implementar World Athletics, puede no reflejar los matices biológicos para declarar elegible a una atleta femenina.
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