El Giro de Italia tiene el Passo del Mortirolo, que Lance Armstrong definió como el ascenso más demandante que enfrentó. El Tour de Francia esconde en su ruta varios monstruos encabezados por el Alpe D’Huez. Pero hasta 1999, la Vuelta a España no contaba con un puerto de montaña que se les comparara. Ese año se trepó por primera vez al Alto de L’Angliru, que este viernes 5 de septiembre servirá de llegada a la etapa 13. Esta es la historia de la cumbre más dura del ciclismo mundial.
El Alto de L’Angliru solo se ha incluido nueve veces en el trazado de la Vuelta a España. La décima será este año, cuando marca la llegada de la décimo tercera etapa, la criba entre los aspirantes y los consagrados. No le ha tomado mucho tiempo para ser reconocida como la cumbre más difícil de las tres grandes vueltas.
Son 12,6 km de ascenso en medio de una carretera estrecha y sinuosa, que en su cúspide se cubre de niebla.
La pendiente promedio es de 10,1%, pero hay un punto en los tres kilómetros anteriores a la meta, la Cueña les Cabres, donde la gradiente es de 23,5%, el equivalente a tener que escalar una pista de esquí alpino.
Jonas Vingegaard, el gran favorito para coronarse en la Vuelta a España, lo conoce bien. Ya lo ha escalado dos veces, porque en sus dos participaciones previas en el giro ibérico, ha estado incluido el Alto de L’Angliru.
La primera vez fue en su debut en una gran carrera, en plena pandemia, como gregario de Primož Roglič en 2020.
En esa ocasión su trabajo fue decisivo para mantener al esloveno en contacto con el liderato con la general, que perdió temporalmente en esa etapa (ganada por Hugh Carthy), solo para recuperarlo en la contrarreloj del día siguiente.
La segunda subida del danés al monstruo asturiano fue decisiva para la Vuelta, pero no por lo que sucedió, sino por lo que debió haber sucedido. Sepp Kuss era el líder de la general, seguido por dos compañeros del entonces Jumbo-Visma, Vingegaard y Roglic. Ninguno de los tres pudo sustraerse al embrujo del coloso y se enfrentaron entre sí por la etapa.
“A ninguno nos gustó la forma en que corrimos”, diría luego Vingegaard, que cruzó la meta detrás de Roglič y por delante de Kuss. “A la dirección del equipo tampoco le gustó y nos dijimos que teníamos que parar, no podíamos correr unos contra otros dentro del mismo equipo”.
La toma de conciencia fue el punto de inflexión para que la escuadra terminara acaparando el podio, con Kuss en la cima, por delante de Vingegaard y Roglič, y con la duda sin despejar de quién había sido verdaderamente el más fuerte de los tres.
No fue la única vez que L’Angliru determinó la suerte de la Vuelta a España. Este es el relato de los otros ascensos a los infiernos:
1999: el ‘Chava’ emerge de la bruma
José María Jiménez, el ‘Chava’, fue el primer ganador de la demencial cumbre asturiana en una etapa que marcó la historia de la Vuelta.
Ese día había 4,5 millones de espectadores pegados a las transmisiones, un récord todavía vigente para un evento que el año pasado promedió una audiencia diaria de 2,2 millones.
Esos cuatro millones perdieron de vista la punta de la carrera cuando el ruso Pavel Tonkov estaba al comando y la niebla arropó la escena, haciendo imposible distinguir lo que estaba sucediendo sobre el asfalto.
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La incertidumbre se despejó cuando de la neblina emergió un corredor de casa, el ‘Chava’, un escalador temerario que en ese momento era líder de montaña (la primera de tres camisetas de puntos que conseguiría), para quedarse con el ascenso inaugural a L’Angliru.
Apenas cuatro años después, Jiménez avanzaría de nuevo hacia la bruma, para perderse definitivamente en el laberinto de sus excesos. Murió de una embolia antes de cumplir los 33 años, con 40 kilos de más y la esperanza puesta en la internación recién iniciada en una clínica de desintoxicación.
El bautizo de fuego significó para España que otro de sus ídolos, Abraham Olano, perdía el liderato, y que el título se encaminaba hacia las manos del alemán Jan Ulrich, pero también era la confirmación de que la nueva Meca de los escaladores estaba en casa.
2000: aquí empieza el infierno
La segunda aparición del Alto de L’Angliru en la ruta de la Vuelta ya no tomaba a nadie desprevenido. La leyenda del paso imposible ya se había instalado en el imaginario ciclístico, pero por si acaso a alguien se le había escapado el dato, los aficionados hicieron una pinta en el inicio del ascenso: “Aquí empieza el infierno”.
El suizo Tony Rominger, tres veces campeón de la ronda ibérica, nunca llegó a escalarlo, pero lo describió muy gráficamente: “Es como mirar por la ventana de un avión”.
Ese año la victoria fue para Gilberto Simoni. El italiano del Lampre se graduó de escalador en las laderas asturianas, con un ataque que se inició prácticamente desde la señalización improvisada por los fanáticos.
Al año siguiente ganaría el primero de sus dos Giros de Italia y en 2003 su experiencia como domador de L’Angliru fue requerida por su equipo del momento, Saeco, para evaluar la inclusión del Monte Zoncolan en la ruta de la Corsa Rosa.
“Es tan duro que no se puede comparar con L’Angliru de España”, advirtió en aquella ocasión. Terminó teniendo razón: al Zoncolan se subió siete veces, pero desde 2021 el Giro no toca esa cumbre.
En 2000 se marcó también el récord que todavía se mantiene vigente: el ascenso del español Roberto Heras en 41:55 minutos, a una increíble velocidad promedio de 18,3 km por hora, un tiempo que ni Roglič ni Vingegaard han podido desafiar, y que le permitió unos días después celebrar la victoria en la general.
2002: la lluvia trajo el caos
Roberto Heras consiguió ese año el triunfo en L’Angliru que se le había escapado en 2000, pero lo hizo en una etapa caótica disputada en medio de la lluvia que terminó bajo protesta.
Los aficionados habían repetido sus pintas agoreras en la carretera, pero en esta ocasión fueron una trampa para los vehículos de acompañamiento. Una vez que se detuvieron en la cuesta demencial, los neumáticos no pudieron volver a arrancar, porque resbalaban sobre la pintura diluida por la lluvia.
Una parte del lote quedó atrapada detrás de los autos, y algunos de los que pudieron pasar tuvieron que terminar con las llantas pinchadas porque los mecánicos no pudieron asistirlos.
El corredor de Cofidis David Millar, que había sufrido tres caídas, se quitó el número de carrera como forma de protesta antes de cruzar la meta y terminó descalificado.
"No somos animales, y esto es inhumano", se quejó.
A diferencia de 2000, a Heras no le sirvió la victoria para hacer diferencia en la general, y al final de la Vuelta terminó escoltando al ganador Aitor González, que labró su victoria en la contrarreloj de la última etapa.
Eso sí: después de ese año Heras ganó tres títulos en fila, para completar otro récord que sigue vigente: sus cuatro camisetas rojas.
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2008 y 2017: la era Contador
Pasaron seis años antes de que el Alto de L’Angliru volviera a aparecer después del desastre de 2002. El retorno marcó el comienzo de un periodo épico: el del dominio de Alberto Contador, que consiguió allí su primer título de la Vuelta en 2008 y la última victoria de etapa de su carrera en 2017.
Contador es el único hombre que ha conseguido domar dos veces al monstruo. En 2008, tenía apenas 25 años cuando aprovechó las escarpadas laderas de Cueña les Cabres para pasar al frente de la clasificación general y conservar esa posición hasta la etapa final.
Johan Bruyneel, recién designado director deportivo del Astana, había traído un año antes a Contador, asegurando que sus ataques en las montañas eran “mejores que los de Lance Armstrong”, y con él a su escudero Levi Leipheimer.
En la Vuelta de 2008, los dos le dieron la razón en la cumbre asturiana, con Leipheimer trabajando para proteger a Contador de los ataques de Alejandro Valverde y Joaquim Rodríguez.
Pero dominar a L’Angliru puede hacer perder las perspectivas, y el buen trabajo en esa etapa hizo soñar a Leipheimer con sus posibilidades de desbancar a su compañero de equipo. Al final, Contador tuvo que recordarle el plan original, antes de consagrarse en la general con apenas 46 segundos de ventaja sobre el estadounidense.
En 2017, cuando volvió a ganar, Contador ya era uno de los siete corredores que habían conseguido títulos en las tres grandes rondas (Giro, Vuelta y Tour) y uno de los apenas dos que sumaban más de una corona en cada una.
L’Angliru fue su canto del cisne, su salida por la puerta grande, vivida a medio camino entre la épica y la nostalgia. “No puedo pensar en una mejor manera de decir adiós”, diría tras su victoria, que lo convirtió en el único hombre que ha conseguido dominar dos veces no solo esta cumbre, sino también su hermana infernal, el Passo del Mortirolo.
2011: el héroe borrado de los libros
Después de la primera victoria de Contador, pasaron tres años para que el puerto fuera incluido nuevamente en el trazado. Cuando regresó, ya había en su cumbre una placa que lo consagraba entre los grandes.
El 12 de septiembre de 2010, 11 años después de su “presentación en sociedad”, una placa comenzó a exhibirse en la cima asturiana: “En recuerdo del hermanamiento entre Mazzo di Valtellina (Italia) y Riosa, lugares donde se encuentran ubicados respectivamente el Mortirolo y el Angliru, puertos míticos del ciclismo mundial”.
El primer ganador que vio esa placa, Juanjo Cobo, fue borrado de los anales del desafío. El corredor de Geox inició su ataque a 7 km de la meta y con su triunfo desplazó de la cima de la general a Bradley Wiggins.
Siguió vestido de rojo hasta el final, pero su título fue revocado ocho años después, cuando se reveló una irregularidad en su pasaporte biológico entre 2009 y 2011, que le costó la anulación de todos sus resultados de esa época.
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2013: la obra maestra de Elissonde
En la edición de 2013, el Alto de L’Angliru se corrió el penúltimo día de la Vuelta. La victoria fue para un jovencito francés de 22 años, Kenny Elissonde, pero cambió poco las tendencias en la cima, donde Chris Horner mantuvo el liderato.
Elissonde fue probablemente el ganador más improbable para el infernal paso. Un apasionado de la historia del arte, amante del surrealismo y el cubismo, Elissonde supo enseguida que había pintado su obra maestra aquel día, y que nunca más conseguiría una pincelada de tal calidad.
El francés era un pequeño corredor de 1,68 m y apenas 52 kgs de peso, ligero para los ascensos, pero con muy poca potencia para el remate en las llegadas masivas, de modo que tuvo poco qué decir al día siguiente en la etapa plana que cerraba la Vuelta en Madrid.
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