Como ávido golfista, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha convertido los 'greens' y las calles en una herramienta fundamental de su diplomacia desde su primer mandato. Si bien el golf le permite al líder de la Casa Blanca acercarse a los dirigentes extranjeros para cerrar sus famosos "acuerdos" y moldear la geopolítica, también sirve a sus intereses financieros privados.
Tras una estancia repleta de anuncios sobre comercio y la guerra en Ucrania, Donald Trump concluyó este martes 29 de julio una visita a Escocia marcada por una desconcertante mezcla de ocio, intereses privados y diplomacia en torno a su afición por el golf. Antes de regresar a Estados Unidos, el multimillonario aprovechó para inaugurar un nuevo campo en el complejo 'Trump International' de Balmedie, en la costa este.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se enfrentó el domingo a esta "diplomacia del golf" sin complejos con el anuncio de un gran acuerdo comercial con Bruselas en un lujoso salón de baile, el 'Donald J. Trump Ballroom', construido en su campo de golf de Turnberry. Una publicidad de ensueño para sus propiedades y activos, que enriquecen el holding familiar gestionado por sus hijos.
Donald Trump posee un total de quince campos de golf, la mayoría de ellos situados en Estados Unidos, algunos de los cuales acogen tanto torneos del PGA Tour, el circuito mundial de golf masculino, como del LIV, el circuito saudí recientemente creado. Desde hace varios años, el multimillonario trabaja para acercar los dos circuitos profesionales rivales, sin éxito por el momento.
En Escocia, aunque Donald Trump se encontraba a miles de kilómetros de su residencia de Mar-a-Lago en Florida, el presidente se sentía como en casa, alternando partidas de golf y la gestión de los asuntos mundiales. El multimillonario no dejó pasar la oportunidad, el lunes, de mostrar la propiedad al primer ministro británico, Keir Starmer, que había viajado expresamente desde Londres para reunirse con él.
Sin embargo, los dos líderes no jugaron 18 hoyos, ya que el laborista no es golfista. Un punto negativo, según el asesor de Seguridad Nacional durante el primer mandato de Donald Trump. "No sé si Keir Starmer juega al golf, pero le aconsejaría que se iniciara", afirmó John Bolton en una entrevista concedida a Sky News.
Hay que decir que la apasionada afición de Donald Trump por el golf es todo menos un detalle. Según el sitio web Trump Golf Track, que sigue las hazañas del presidente en los greens, el multimillonario ya ha dedicado el 20 % de su tiempo a jugar al golf desde que asumió el cargo el 20 de enero. Durante su primer mandato, Donald Trump pasó 310 días en un campo de golf, lo que le valió las críticas del bando demócrata por su falta de implicación en la función presidencial y el coste de esas partidas para el contribuyente estadounidense.
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Pasión presidencial
En la historia de los Estados Unidos, Donald Trump no es el primer presidente que ha utilizado el golf como herramienta diplomática. Este mérito le corresponde a Dwight D. Eisenhower: desde Winston Churchill hasta el rey de Arabia Saudita, pasando por la reina Isabel II, todos ellos fueron recibidos en campos de golf. Miembro del muy exclusivo club de Augusta, el presidente estadounidense entre 1953 y 1961 incluso instaló un putting green [green o superficie verde para la práctica golf] en los jardines de la Casa Blanca.
Los presidentes estadounidenses que le siguieron también utilizaron el golf, deporte aristocrático por excelencia, para establecer relaciones, ponerse en escena o simplemente por amor al swing. Como Bill Clinton o George W. Bush, aunque este último dejó de practicarlo tras la invasión a Irak.
Entre los antiguos inquilinos de la Casa Blanca, Barack Obama fue sin duda uno de los más asiduos a los campos de golf. Sin embargo, el 44.º presidente de los Estados Unidos rara vez jugó con otro líder, salvo en 2016, cuando se enfrentó al entonces primer ministro británico, David Cameron.
Pero con Donald Trump, esta "diplomacia del golf" ha adquirido una nueva dimensión. Numerosos expertos coinciden en que el golf ha desempeñado un papel clave en la relación personal, forjada en noviembre de 2016, entre el nuevo presidente y el entonces primer ministro japonés, Shinzo Abe, también aficionado a la pequeña bola blanca. Desde Florida hasta los campos de golf de Japón, estas partidas han contribuido a reforzar un nuevo capítulo en la asociación estratégica entre ambas naciones.
Además, durante su primer mandato, se ha visto al presidente estadounidense con frecuencia en los greens en compañía de líderes del Congreso, empresarios o aliados. Una forma de Trump de estrechar lazos, pero también de recompensar la lealtad política.
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Siete horas en un campo de golf
El presidente estadounidense ha encontrado recientemente un jugador a su altura en la persona del presidente finlandés, Alexander Stubb, cuyo país, fronterizo con Rusia, se unió a la OTAN en abril de 2023. Ambos pasaron siete horas en un campo de golf. El resultado: la firma de un importante contrato para la construcción de rompehielos en el Ártico, indispensables para navegar en esta zona cada vez más estratégica.
"El golf, el ciclismo, cualquier actividad fuera de una sala de negociaciones es muy útil. Vengo de un país muy pequeño. Pasar siete horas con el presidente de los Estados Unidos no es algo que se haga en una sala de reuniones", confesó posteriormente el presidente finlandés durante un encuentro con estudiantes londinenses.
Pero la diplomacia del golf no siempre funciona: en 2017, Xi Jinping realizó una visita histórica al presidente estadounidense. Donald Trump soñaba entonces con una partida de golf para relajar el ambiente y escenificar un nuevo comienzo en las relaciones entre Pekín y Washington. Por desgracia, el golf está mal visto por el Partido Comunista Chino. Considerado un "deporte de multimillonarios" por Mao, Xi Jinping lo ha convertido incluso en uno de los símbolos de su lucha contra la corrupción.
Su estancia en Escocia demostró que Donald Trump no tenía intención de abandonar su diplomacia del golf, que combina 'business and pleasure', lo útil con lo agradable. Antes de su reunión del domingo con Ursula von der Leyen, el presidente estadounidense había jugado, como el día anterior, una partida de golf en compañía de su hijo Eric.
El multimillonario no deja de presentarse como un golfista consumado, presumiendo de sus excepcionales resultados. En particular, ha reivindicado un hándicap de 2,8, una clasificación que los expertos consideran imposible para un hombre de su edad. Aunque Donald Trump tiene fama de ser un buen golfista aficionado, "hace trampas como un contable de la mafia" afirma el periodista deportivo Rick Reilly, autor de un libro publicado en 2019 titulado 'Commandant de la triche, comment le golf explique Trump' (El comandante de las trampas, cómo el golf explica a Trump).
El autor asegura que, por empujar las bolas con el pie para colocarse en una posición más favorable, al republicano se le habría apodado 'Pelé', en referencia al legendario futbolista brasileño. Según Rick Reilly, la forma de jugar al golf de Trump revela su incapacidad para reconocer la derrota. Un vídeo viral de una de sus partidas jugadas en Escocia alimenta además la crónica sobre este tema. En él se ve a un caddie del presidente soltar discretamente una bola para colocarlo en una posición favorable, mientras que la jugada por Trump parece haberse perdido en un búnker. Al igual que en la gestión de las relaciones internacionales, con Donald Trump todo vale.
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Este artículo fue adaptado de su versión original en francés.
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