La Navidad llega cada diciembre como un espejismo de esperanza. Luces, canciones y discursos oficiales intentan maquillar un país en el que laten las desigualdades. Como bien señala la psicóloga Merliz Rocío Lizardo Guzmán, la Navidad es “una mezcla de nostalgia y fiesta, de recuerdos y nuevas ilusiones”. Pero esas ilusiones se estrellan contra la realidad de un pueblo que no encuentra respuestas en quienes gobiernan.
Fue por eso contundente el artículo publicado en Acento.com.do de Matías Benjamín Reynoso Vizcaíno, cuando escribe sin rodeos: “El Niño Jesús no llora por Él; llora por nosotros”… Llora por el hambre que no se combate, por la violencia que se multiplica y por la corrupción que se tolera. Así, como cada diciembre, quienes gobiernan se llenan la boca con palabras de paz y solidaridad, mientras el pueblo carga con la cruz del endeudamiento y la desesperanza.
El antropólogo Dagoberto Tejeda Ortiz también abordó el tópico de la Navidad en el tradicional Convite que hace para nuestro portal; precisó que en la isla nació como símbolo de reconciliación. Hoy, sin embargo, se ha convertido en un negocio más, donde el “doble sueldo” y el “sueldo catorce” son usados como anestesia social… Mecanismos para “enfriar”, así como los bonos y aguinaldos. Pero la paz social verdadera necesita florecer con instituciones fuertes y justicia real.
La Navidad es un espejo incómodo para quienes gobiernan, y por eso esconden ineficiencias en la anunciada propuesta bulliciosa de celebrarla
Así vista, desde la profundidad crítica, la Navidad desnuda la hipocresía del poder. Mientras las élites celebran con cenas abundantes, millones de familias apenas tienen pan en la mesa, o deben ajustarse a las comidas calendarizadas por la “asistencia benéfica”. Esa fractura social no es casualidad: es el resultado de políticas que privilegian a unos pocos y condenan a la mayoría a sobrevivir; adolecen de garantías de lo básico: seguridad, empleo digno y acceso a servicios esenciales.
El pueblo no necesita discursos navideños ni árboles iluminados en plazas públicas. Necesita gobernantes que entiendan que la Navidad es también cargar la cruz del pobre, como recuerda Reynoso Vizcaíno. Pero esa carga no puede seguir siendo responsabilidad exclusiva de la solidaridad ciudadana; debe ser asumida por el Estado con políticas públicas que sean realmente transformadoras, no las que atan, subordinan y pretenden comprar conciencias.
La Navidad, como insiste Lizardo Guzmán, “nos recuerda que la vida brilla más cuando estamos en compañía de las personas que amamos”. Sin embargo, ¿cómo brilla la vida cuando la violencia impide reunirse, cuando la migración separa familias y cuando la pobreza obliga a elegir entre comer o celebrar? Sí, quienes gobiernan son responsables de esa oscuridad que ni las luces navideñas logran disimular.
En definitiva, la Navidad es un espejo incómodo para quienes gobiernan, y por eso esconden ineficiencias en la anunciada propuesta bulliciosa de celebrarla. Recordamos que la esperanza no se construye con canciones ni con discursos, sino con justicia y equidad. Y aquí está la verdad mordaz: los verdaderos “grinchs” de la Navidad dominicana no son los que odian los villancicos ni los contagiosos merengues de temporada, sino la corrupción y la impunidad que roban la alegría del pueblo. Mientras esos males sigan reinando, ninguna Navidad será plena, y ningún gobernante podrá esconder su fracaso detrás del arbolito encendido.
Compartir esta nota