La República Dominicana sufre, en estos días, de graves contradicciones que afloran, tanto en nuestra sociedad como en la percepción que se tiene de nosotros desde el extranjero. Frente a esta situación, debemos encontrar rápidamente un bajadero, o sea, puntos de encuentro que permitan abrir un verdadero diálogo para evitar caer más bajo en la limpieza étnica y cultural que pareciera dictar el “momentum” político dominicano bajo la batuta de unos grupúsculos que han tomado la sociedad y el gobierno de rehenes.
Si Haití tiene sus “gangs”, nosotros tenemos nuestra Antigua Orden Dominicana y grupos de la misma índole que se han venido preparando desde hace años como otros tantos grupos de extrema derecha alrededor del mundo.
Han afinado una narrativa en los medios de comunicación digitales, usando descaradamente la mentira y el engaño, secuestrando y tergiversando los temas patrióticos con bocinas adiestradas para imponer no el cambio anunciado por el presidente de la República cuando asumió el poder, sino un nuevo orden de corte fascista.
Así es que no podemos dejar la solución del problema migratorio a personas y personalidades que han demostrado a lo largo de los años su mala fe en cuanto se trata de Haití y de nuestras relaciones con este país vecino.
La República Dominicana es conocida como un país de gente calurosa, amigable y solidaria, esto es parte de nuestra “marca país”, de lo que vendemos en el exterior para atraer el turismo. Esta imagen no se debe dislocar en el momento que la discoteca Jet Set, otro ícono de nuestro país, ha colapsado en condiciones catastróficas. Lo que necesitamos no es más represión sino más orden y aplicación estricta de la ley.
Somos un país que ha luchado por la democracia y la dignidad humana dejando muchos de sus hijos e hijas en estas luchas. El camino a la democracia ha sido lento y a veces tortuoso. Todavía nuestra democracia es imperfecta. Los acontecimientos de estos últimos días demuestran la fragilidad de nuestra institucionalidad, cuando sectores extremistas tienden a desconocer que nuestra constitución y nuestras leyes reconocen los derechos humanos fundamentales, la lucha por la dignidad humana y el respeto a la ley.
Las imágenes que circulan en las redes son devastadoras, crudas, chocantes e inaceptables, pero me temo que la solidaridad y la empatía se han vueltas selectivas. El negro, el pobre, el haitiano cada vez tienen menos cabida en nuestra sociedad. Sin embargo, representan una gran parte de nuestra ciudadanía y de nuestra fuerza laboral, han construido nuestras casas, proveen nuestros alimentos, son nuestros vecinos. Paulatinamente, como en tiempos de Trujillo, se han vuelto una suerte de chivos expiatorios frente a los males de nuestra sociedad.
Se leen en las redes hilos que celebran con morbo y gozo el atropello y la deportación de seres humanos con una falta total de respeto a la dignidad humana.
¿Nos estaremos volviendo esquizofrénicos? Capaces una semana de demostrar solidaridad y empatía por el dolor de nuestros conciudadanos muertos en la tragedia del Jet Set y en la otra aceptar y aplaudir que los derechos fundamentales de los que son nuestros empleados, vecinos sean pisoteados por miedo y prejuicio.
La agresión y el desprecio no resolverán los problemas migratorios. Solo la regularización abre las puertas al inicio de una solución basada en el respeto al prójimo y las necesidades económicas del país receptor.
Un problema que dura desde hace decenios no se solucionará en una semana. Para eso se necesita de mucha gente sensata, conocedores de la situación haitiana, del derecho, de las migraciones, académicos, políticos, diplomáticos para que no perdamos totalmente los estribos, guiados solo por el prejuicio y el odio.
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