Noviembre de 1969. Ocho chamaquitos del barrio. Una pandillita del Villa Consuelo más moderado y de buena vecindad, de chismes blandos y fáciles de olvidar. De tardes de sábado sentados en sus respectivas mecedoras, brechando sin brechar, los movimientos de inquilinos y propietarios, de relacionados, amantes y queridas.
El tocadiscos de pila sonando las canciones de Roberto Ledesma y Felipe Pirela, el mentado Ruiseñor de América, Y, por supuesto, los lonplei con la sensualidad de Sandro, el super porteño de moda, el que enloquecía a las primeras minifaldas con Rosa Rosa tan maravillosa, como blanca diosa, como flor hermosa…
Un Villa Consuelo de señoras mayores jugadoras de ¡Bingo, la edad de Cristo! Fans del Show de Pildorín, del Cuabero de Johnny Ventura, de las misas de domingo a las 7 en punto en la San Juan Bosco, Un Villa Consuelo, no Villa Con, de gatos desnutridos saltando de azotea en azotea borrachones bonachones Bermúdez está en la cosa y la cosa es con Bermúdez. Melancolía de clase trabajadora y parrandera. Radio Mil Informando a las 6am…Avannnnnzannndo.
El peculiar sector villaconsuelense de los pequeños malandros, aspirantes a nada en esta vida, tienes los siguientes límites; desde Radio Televisión Dominicana, bajando la cuesta de la calle Miami, luego Doctor Tejada Florentino, hasta la María de Toledo.
Nuestra ganga, sin jefes, patrones ni sicarios, la constituíamos El Gago, La Picúa, Julito Popa – había que decirle su apellido o se quillaba feo feo-, Picholín, Manuel, Sandro -ese se partía la pelvis igual que el cantante argentino- Ney y yo Pepe, mi papá me decía Pepe y así me conocía todo el mundo. Todos rondábamos alrededor de los diez a trece Ya nos estábamos preparando para la temporada de las interminables pajas y los voyerismos. Inicios de una educación sexual disfuncional, placentera.
Los “delitos” de esta panda definían su contraste; ingenuidad y malicia sin matar a nadie: maroteos mulifrutales en los patios de las casas como el famoso al patio del veterano locutor Don Bernardo que originó la pelea entre el Gago y Picúa, los primeros jumos pacueros a causa de las ingestas excesivas del dulce y traicionero Anís Confites y el empalagoso Ponche Crema de Oro cuando recorríamos, sin atrevernos a entrar, los antros chinos de cuererías y “mala vida” de la San Martín, las frecuentes brilladeras en la Escuela Cristóbal Colón e integrarnos a la masa estudiantina del Liceo Estados Unidos que demandaban mediante consignas y tumbaderas de zafacones de basura, el aumento de medio millón para la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
Todos uniformados con su sello de identidad del Liceo al lado izquierdo de sus camisas y blusas, disciplinados y revolucionario Parecían monaguillos por la seriedad, las banderas al aire y la uniformidad en los insultos al Poder.
Nosotros por joder, solo por joder, divertidos y sudados, sin camisas y con los pantalones arremangados desde los tobillos hasta las rodillas, marchábamos con ellos riéndonos de nuestras pintas.
Otra de las aventuras era bajar la Tejada Florentino en un solo patín. De esos de hierro a cuatro ruedas rellenas de bolitas. Como un torpedo debajo del mar hasta donde alcanzará el cuerpo y la adrenalina.
Una tarde brincamos paredes y esquivamos cascos de botellas anti ladrones y rateros hurta pantis y calzoncillos. Violamos las defensas incrustadas en las paredes mohosas, toreamos ratones malabaristas y ladridos inoportunos de viralatas guachimanes hasta llegar al árbol prohibido. Procedimos de inmediato al asalto de una de las matas de mango de Don Bernardo.
Toda esa gran odisea para robarnos los mangos más bajitos del viudo y ex locutor prestigioso de los tiempos de Petán, Don Bernardo León Pérez Vargas.
El hombre de la voz engolada, timbrada y altisonante. Aquel recordado por el anuncio Hombre conquistador y varonil, recuerda que el champú Tricofero de Barry engalana tu pelo y seduce a las damas.
Ahora, en estos tiempos diríamos que la dema del Gago contra La Picúa lo llevó a desacreditarse como un vulgar calié . El hijo del héroe del mercado de Villa Consuelo durante la Guerra de Abril le sopló a Don Bernardo que el autor intelectual del robo de su mangal, fue La Picúa, repartidor de mangos dulces y fibrosos a tó el vivo.
Día de San Andrés
Llego el Día de San Andrés. Cada quien con su dotación de harina y almidón para embarrar sin distinción de edad, sexo y condición social. Poner de blanco a la calle. El juego estaba por empezar. Días antes habíamos comprado las municiones en el colmado de Vitico, todavía le decíamos el colmado de Vitico, una especie de homenaje sin saberlo a aquel dependiente que haría dos años atrás mató la policía en un micro mitin de los estudiantes del Liceo Juan Pablo Duarte, dentro del establecimiento comercial.
Risas y alegrías transgresoras, hasta pistolitas de agua si hacía falta. Era sacudir la rutina de un día ordinario donde otra vez la brilladera escolar la ejercíamos de manera impune, descarada.
De un momento a otro, La Picúa paró el juego cuando gritó que el Gago había traicionado al grupo al acusarlo a él de haber sido la cabeza al mando del maroteo de mangos en casa de Don Bernardo. Requintó con una ofensa en los linderos de lo personal, que el papá del chota, o sea el Gago, no había muerto en combate enfrentando a los gringos en la Revolución, sino que un pollero apodado el Negro Francisco le asestó una puñalada en el centro del estomago que le sacó las tripas y la mierda. Terminó con un ¡jablador! que retumbó en todos y trastornó la fiesta.
Como misil disparado a corta distancia, el Gago, más corpulento y alto, tumbó al suelo al vociferante, Por poco lo mata a golpes y patadas. Una nube blanca de por medio de la riña servía de tramoya, como las tramoyas acartonadas de Pildorín.
El resto pandillero frenó la lanzadera y sentados, asombrados, ante las nuevas revelaciones, desapartó a los contrincantes. Al Gago lo jalaron por los brazos hasta ponerlo a prudente distancia y a La Picúa lo levantaron del suelo. De inmediato, como flecha picando el viento, salió corriendo hacia su casa, por los lados de la María de Toledo.
Todos embarrados de San Andrés nos volvimos a sentar en la acera izquierda, frente a la casa de Rosy, la niña que ya iba para mujer con grandes caderas y ojos grandes. Desde su balcón, observó el pleito y solo rechazaba lo sucedido negando con su hermosa cabellera de rizos pelirrojos.
El Gago, todavía acalorado, triste, se sentó solo en la acera derecha. Le preguntamos con nuestras miradas ¿por qué nos traicionaste, caliesito de mierda?
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