El tiempo ha sido un maestro para aguardar la impronta que en esta obra deja el escritor cabraleño José Altagracia Pérez (Chene) y esto así porque con este libro de cuentos y relatos cortos, este escritor del Sur viene a defender su terreno de ser un verdadero representante de la generación de los 80 en la literatura nacional y ni hablar de la literatura hecha en la provincia que lo vio nacer.

Es justo el espacio de estos veintidós cuentos en 140 páginas los cuales como remansos de aguas lagunera nos envuelven para dejar atrapadas y recogidas, estampas, decires, cuentos, relatos y contar de buen humor, de un Sur. Es un libro memoria y resistencia de Sur que se quiere a estrujamiento de espíritu, a conciencia de sol y esperanza.

Si bien es cierto que su dilación para poner en las manos de los lectores no es motivo para dejar de lado el valor que representa su literatura en el concierto de los escritores de la región y sobre todo a la generación que él pertenece y representa de ahora en adelante con este texto, que sin más será un referente en la narrativa de los ochenta en la región Enriquillo y el país.

Cuentos de Vecinos, es un libro que recoge la idiosincrasia pura y simple pero arraigada en una cultura milenaria de aquel Rincón de Ají, como son los apodos, las ocurrencias y las habladurías de camino, mismas que se van convirtiendo en parte identitaria en el imaginario colectivo de los parroquianos que deambulan en la cotidianidad de estos pueblos, así como desandan muchos de ellos en el mar de palabras de este primer libro de cuentos y relatos del autor en cuestión.

Al parecer su cualidad de muchos años de fotógrafo profesional, le ha permitido también poder retratar las conductas psicológicas de los moradores del sur. Es así como él logra llevar al lector cada uno de sus personajes, dando una detallada descripción de estos, hasta el punto de que el lector puede sentirse familiarizado con el mismo antes de terminar de leer cada cuento o narración.

En cada narrativa el autor va atesorando trozos y reminiscencias de microhistorias pueblerinas, mismas que corrían el riesgo de perderse en el espacio y el tiempo de un Cabral cambiante y pujante hacia la modernidad. Consciente yo, de que el autor no busca colgarse un premio nacional, porque total que más premio que el que le regala la satisfacción de vivir en la riza de los leyentes que él acompaña en el recuerdo de lo vivido en el espacio circundantes de los dioses de las Cachuas y Pilapias.

Veamos, que bien nos ilustrará lo antes dicho en el cuento El Trompo (pág.88).

 — Es que en algún momento de tu vida no te ha detenido a pensar por qué a ti te llaman Trompo. Si nadie ha tenido el valor de decirte el porqué de ese apodo yo quiero que sepas que te dicen así porque tu vive dando vueltas, que no hace nada productivo mientras tu mujer busca leña y orégano para venderla a los que pasan par Polo. Mientras tanto tú no eres capaz de quemar carbón, sembrar maíz, gandul, tu vida es pasarte el día de casa en casa calentando sillas ajenas.

Es por ello, que el autor recoge en sus narraciones, logrando así inmortalizar a un grupo de personajes típicos y que son parte del patrimonio de la memoria histórica de las comunidades de la provincia de Barahona y muy en especial del municipio de Cabral, personajes tan ellos que aún después de muertos han dejado su impronta en la memoria de los munícipes que le conocieron. Pero igual podemos encontrar en cada uno de ellos una enseñanza educativa, religiosa, moral y sobre todo del buen o mal vivir de los humanos que como en todo espacio en que habitan guardan y exhiben sus comportamientos sociales.

Ahí el valor histórico y cultural de este libro que vendrá a ser un reservorio de personajes y hechos que están y estarán latentes en la conciencia de quienes le conocieron y lo más importante, permitirá que las nuevas generaciones le puedan conocer con sus hazañas, anécdotas e historias citadinas.

Por eso, cuentos como El Buda, La funda y muchos otros ya no solo permanecerán en historia oral de los pobladores (corriendo el riesgo de perderse, con el acelerado y brusco cambio generacional), sino que, ya pasan a inmortalizarse en las páginas de este libro de José Alt. Pérez, (Chene).

Pero también es este libro una biblioteca para rememorar en los recuerdos de quienes conocieron muchos de estos típicos personajes.

Este autor arrastra una obra con sabor a la Laguna de Rincón, que sería lo mismo que decir a viejaca y "ciró", una obra con olor a café polero y sobre todo con un pueblo llano incluido en el bisturí de sus ojos de buen observador, lo que le ha permitido narrar un libro de cuentos que marcará sin dudas un antes y un después en la literatura de la provincia que le vio nacer.

Por todo lo antes expuesto, se puede afirmar con letras grande que José A. Pérez, nuestro gran Chene, sin dudas logra entrar con esta obra por la puerta grande al parnaso de los grandes cuentistas y narradores de la zona, representada por Ángel Hernández Acosta, Rafael Damirón, Sócrates Nolasco, Ulises Heureaux hijo, Diógenes Valdez y Renato De Soto entre otros más jóvenes que como el escritor en cuestión han retomado en décadas más presentes el oficio de narrar sobre todo en la cuentística sureña; Chene nos atrapa con arranque de jocosidades y buen  humor recoge las tradiciones y ritualidades del campo dominicano, tal y como lo deja ver en su cuento El muerto equivocado, pág. 70-76, cuando en la pág. 74, nos dice: Volví a reponerme de todo aquello cuando vi llegar el carro fúnebre y todo el que allí estaba se paró de su silla como símbolo de respeto y reverencia al finado. Aunque hay gente que asegura que ese ritual siempre se hace para evitar que él se lleve a uno.

Y es que, en este autor, cual Pilapia nada su discurso literario y como un pescador de historias lanza sus chinchorros a la memoria del pasado ahondando en su ritual discursivo como corriente que mueve las yolas blindadas de esperanzas pueblerinas. Pesca idiosincrasias, rostros de pueblos untados de anécdotas entre olor de Cachuas y Pintaos. Chene, como escritor se revuelca en los recuerdos y fluyen en él como los Cachones de agua que se hacen rigola sin importarle el tiempo y el espacio. Él revela en sus relatos todas esas tomas fotográficas que captó el lente de sus ojos en el Cabral de ayer que hoy ya no es lo que ayer fue.

Ya hoy no están esos personajes hacedores de microhistorias local, los que se creían en su imaginario ser reyes, generales o reinas, los que desde ciudadanos pueblerinos llovían de alegría como dioses del mundo a la jóvenes y niños que los vieron envejecer entre comiquerías y desatinos espirituales. He aquí en estos relatos, nuestros locos, nuestros atronaos, nuestros juglares del humo y espantadores de las tristezas; como ¨Gallito¨ el que este autor pone en escena en su cuento Veterano, págs.  144- 148.

Este autor es evocador en la Laguna de Rincón, sobre todo para el concierto en sequedad del agua o el dormido río Yaque del Sur que espanta la vida de jaiba, peces, camarones y pilapias mismos que son la germinación del plural de vida para quienes allí viven entre agua lagunera, que al leve toque de los dedos de pescadores especies y sueños anidan en el humedal jardín de mansa aguas el despojo de los sueños oníricos que aniquilan la presencia de Dios entre atarraya y moribundos rayos de sol y hostil manto de blancos peces que se revolotean al cantar de las gallaretas.

Nos entrega Chene, estos relatos cimarrones como el canto de las palomas viajeras. Nos entregas surcos de agua como trincheras de sueños e incertidumbre de ese universo simbólico en que viven y vivieron sus personajes o esas cotidianidades como lo que sucede o acontece cuando en pueblo como Cabral alguien se muere. Esto lo podemos leer en el relato Cosas y casos de un velatorio, págs. 21-30.

Con esa prosa desbrozadora, palpitante, hondamente elocuente con la que va abrazando el submundo del simbolismo en que se adentra por los pasillos de lo real maravilloso o porque no, por el realismo mágico por el que nos sureñiza. Es como si nos llevara al despojo escritural del danzar memorial.

Entonces como morirse ante el aleteo sinfónico de los víctores de la vida cantados en el desvelo de la ruta hacia el púlpito en que coloca sus personajes para que vivan y ronden en nuestras memorias como símbolos de grandeza y resistencia espiritual y social de quienes le conocieron y en los leyentes hora también son presa del sutil y tejedor narrar de microhistorias que hacen pueblos.

Luesmil Castor Paniagua

Poeta y ensayista

Luesmil Castor Paniagua. Profesor de la Escuela de Comunicación UASD. Ensayista, poeta y narrador.

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