¿Es lo mismo analizar una ecuación matemática que interpretar un poema? ¿Acaso la vida social, con toda su riqueza cultural, puede reducirse a fórmulas como si se tratara de un teorema de geometría? Estas preguntas, que parecen simples, son en realidad la clave para comprender la diferencia entre las ciencias formales y las ciencias sociales, y dentro de estas últimas, las ciencias del lenguaje.

Las ciencias formales —matemática, lógica, geometría, informática teórica— construyen mundos abstractos que se validan en función de su coherencia interna. Que dos más dos sean cuatro es una verdad universal que no depende de cultura, ideología ni historia. En cambio, ¿qué significa un saludo, un proverbio o una metáfora? La respuesta jamás será idéntica en todos los pueblos ni en todas las épocas. Allí entramos en el territorio de las ciencias sociales, donde lo humano es inseparable de su contexto cultural.

El prestigio de los números y de los algoritmos ha hecho creer a algunos que las ciencias sociales deben imitar a las ciencias formales para ser “serias”. ¿Pero puede el comportamiento de una comunidad estudiarse como se mide la trayectoria de un planeta? Clifford Geertz lo advirtió con lucidez: la vida social es una “red de significados”. Y los significados, ¿se calculan con fórmulas? No. Más bien, se interpretan y se leen en su espesura histórica.

Durkheim intentó que los hechos sociales se trataran “como cosas”. Sin embargo, incluso esos hechos se mueven, cambian, se transforman. Malinowski lo comprendió cuando, al estudiar el intercambio en las islas Trobriand, descubrió una economía que no respondía a la lógica del mercado occidental. ¿Qué estadística podía explicar un sistema de trueques cargado de símbolos, prestigio y ritualidad? La pregunta sigue en pie.

En el ámbito de las ciencias del lenguaje, esta confusión es todavía más evidente. No faltan quienes pretenden analizar la lengua como si fuera un algoritmo fijo. Se cuantifican palabras, se elaboran modelos probabilísticos, se predicen patrones de uso con softwares cada vez más sofisticados. ¿Y el valor simbólico de la lengua? ¿Y el poder que ejerce en las relaciones sociales? ¿Dónde queda la carga ideológica que Bajtín veía en cada palabra pronunciada? Reducir el lenguaje a estadística es como creer que se entiende una sinfonía solo midiendo la frecuencia de las notas.

Las ciencias formales son indispensables; sin ellas, no existirían la tecnología ni los sistemas de cálculo que sostienen nuestra vida moderna, pero pretender que las ciencias sociales se reduzcan a números es ignorar su esencia cultural.

Ahora bien, conviene reconocer una excepción que confirma la regla. Dentro de las ciencias del lenguaje, hay una sola disciplina (rama) que participa del estatuto de ciencia formal: la fonética. ¿Por qué? Porque estudia los sonidos desde su dimensión físico-acústica. La duración de una vocal, la frecuencia de una consonante, la intensidad de una sílaba: todo eso puede medirse con aparatos de laboratorio. Daniel Jones lo mostró en sus primeras clasificaciones articulatorias, y Peter Ladefoged lo llevó al terreno de los espectrogramas digitales. Si registramos con precisión el sonido /p/ en inglés y en español, observaremos que el primero se produce con aspiración y el segundo no. ¿Hace falta interpretar? No, basta medir.

Pero incluso aquí surge una frontera porque la fonología, pariente inmediata de la fonética, ya no se ocupa de sonidos físicos, sino de los rasgos que una comunidad decide considerar significativos. En inglés, la diferencia entre /b/ y /v/ es fundamental; en español, no. ¿No es acaso esta una decisión cultural más que física? He aquí la prueba de que la mayor parte de las ciencias del lenguaje pertenece al ámbito de lo social, lo simbólico y lo histórico.

La moda de aplicar modelos formales a la investigación social promete precisión, pero confunde exactitud con comprensión. Se pueden contar las palabras de una novela, pero ¿eso revela su sentido? Se pueden calcular las frecuencias de los fonemas en un discurso político, pero ¿eso explica su impacto ideológico? El riesgo de estas simplificaciones es evidente: creer que un gráfico sustituye a la interpretación.

Las ciencias formales son indispensables; sin ellas, no existirían la tecnología ni los sistemas de cálculo que sostienen nuestra vida moderna, pero pretender que las ciencias sociales se reduzcan a números es ignorar su esencia cultural. ¿Acaso el amor, el poder, la ironía o la poesía pueden encerrarse en una fórmula algebraica? El lenguaje, como toda manifestación humana, nos recuerda que somos más que datos, más que cifras, más que algoritmos. Y en ese más está, precisamente, lo que hace falta comprender. (CONTINUARÁ)

PARA PROFUNDIZAR:

Bajtín, M. (1982). Estética de la creación verbal. Siglo XXI Editores.

Durkheim, E. (2001). Las reglas del método sociológico (6.ª ed.). Fondo de Cultura Económica. (Obra original publicada en 1895).

Geertz, C. (2003). La interpretación de las culturas. Gedisa. (Obra original publicada en 1973).

Jones, D. (1960). Esquema de fonética inglesa. Editorial Labor. (Obra original publicada en 1918).

Ladefoged, P. (2003). Curso de fonética (4.ª ed.). Ariel. (Obra original publicada en 2001).

Malinowski, B. (1975). Los argonautas del Pacífico Occidental. Península. (Obra original publicada en 1922).

Popper, K. (1985). La lógica de la investigación científica. Tecnos. (Obra original publicada en 1959).

Saussure, F. de. (1985). Curso de lingüística general. Losada. (Obra original publicada en 1916)

Gerardo Roa Ogando

Profesor universitario y escritor

Gerardo Roa Ogando es Decano de la Facultad de Humanidades, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Es doctor en Filosofía del Lenguaje, con énfasis en Lingüística Hispánica. Magíster en Lingüística Aplicada; Máster en Filosofía en un Mundo Global y Magíster en Entornos Virtuales de Aprendizaje. Es Profesor/Investigador adjunto, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Director de la Escuela de Letras en la Facultad de Humanidades, y profesor de Análisis Crítico del Discurso (ACD) en el posgrado del área de lingüística en dicha universidad. Miembro de número del Claustro Menor Universitario de la UASD desde el año 2014. Algunas publicaciones: “Taxonomía del discurso” (libro, 2016); “La competencia morfosintáctica” (libro, 2016); Redacción Académica (2019, libro); Lingüística cosmológica (2013, libro); “Cuentos del sinsentido” (2019, libro);

Ver más