Ahí entendí que la danza no era solo moverse. Era un lenguaje del alma y sin darme cuenta, ese mismo año empecé a amar el ballet.

Pablo Paredes, en escena.

Pablo Paredes no esperaba convertirse en bailarín. Como muchos jóvenes dominicanos, llegó al arte por una coincidencia, por una decisión familiar, por una puerta que alguien más le abrió. Pero lo que empezó como una actividad extracurricular terminó definiendo su vida. A los 27 años, después de haber pasado por escenarios internacionales, una crisis cardíaca casi le arrebata la danza y la vida.

En esta conversación, Pablo habla sin prisa. No embellece el dolor ni dramatiza sus logros. Cuenta lo que vivió con la honestidad de quien ha tenido que volver a empezar desde el cuerpo, desde la fe y desde la humildad. Esta es una historia de arte, de retorno a su vida, y de volver a Dios.

—Qué alegría tan grande poder tenerte aquí y conversar. Para comenzar, ¿podrías contarnos un poco sobre ti? ¿De dónde eres y cuántos años tienes?

Mi nombre es Pablo José Paredes Kranwinkel. Soy de aquí de la República Dominicana, de Santo Domingo. Actualmente tengo 27 años.

Vengo de una familia grande: somos cinco hermanos, tengo nueve tíos, como cincuenta primos por parte de madre… Siempre fuimos muy católicos, del camino neocatecumenal, desde que nací. Desde pequeño me ha gustado el arte en todas sus expresiones. Al principio era la música lo que más me atraía, pero luego se me abrieron otras puertas.

—¿Y cómo entraste al mundo del ballet?

Fue a través de un proyecto iniciado por la maestra Ninoska Velázquez. Ella necesitaba varones para la Escuela Nacional de Danza e hizo una búsqueda en escuelas públicas y barrios. Aunque yo no estaba en ese grupo directamente, mi familia conocía a la directora y a quienes trabajaban con ella. Como siempre nos mantenían haciendo algo fuera del colegio —deporte, música, etc.— vieron con buenos ojos que probara algo de arte. Y ahí fue donde caí.

— Básicamente el arte te encontró ¿Qué estudias actualmente y cómo ha influido tu formación en tu carrera como bailarín?

Yo he estudiado ballet clásico y contemporáneo toda mi vida. Intenté estudiar otra carrera, pero para un artista muy comprometido es muy difícil estar detrás de un escritorio. Uno tiene que buscar una profesión lo más cercana posible al arte.

Duré ocho años en la Escuela Nacional de Danza. Luego pasé a una compañía que en ese entonces se llamaba Ballet Metropolitano de Santo Domingo. Me gradué con un título de Bellas Artes en danza clásica y contemporánea.

Fuera del arte, he trabajado en negocios, normalmente como agente de calidad, asegurándome de que se cumplan las normas en una empresa.

—Pero, ¿cómo y cuándo descubriste tu pasión por el ballet? ¿Cuándo dejó de ser algo impulsado por tus padre y comenzó a ser algo que hacias porque lo amabas?

Eso me tomó tiempo… De hecho, en la Escuela Nacional de Danza yo duré ocho años, y fue como en el quinto año cuando le dije a mis padres que ya no quería seguir. Uno va creciendo y empiezan a afectarte los estereotipos. Recuerdo que, en el colegio, muchos escondíamos que hacíamos ballet. Si nos preguntaban, lo negábamos.

Me empezó a dar esa vergüenza social… Entonces, les dije a mis padres que quería salirme. Pero mi mamá me dijo que no se podían dejar las cosas a medias. Me pidió que por lo menos terminara el año, y que si al final seguía sin gustarme, entonces sí, me salía.

Y precisamente en ese año me pasó algo que cambió todo. Empecé a notar el efecto que tenía la danza en las personas. Mucha gente se me acercaba a felicitarme, a darme las gracias, a decirme que habían sentido algo profundo al verme bailar.

Y eso, a esa edad, me marcó. Me decían: “Mira qué joven y puedes expresar tanto, tan profesionalmente”. Recuerdo que una señora me dijo que lo que sintió en esa función fue muy parecido a lo que sentía en la iglesia. Me habló del poder de llegar al corazón de alguien a través del arte, sin saber por lo que está pasando.

Ahí entendí que la danza no era solo moverse. Era un lenguaje del alma y sin darme cuenta, ese mismo año empecé a amar el ballet.

—  ¡Qué hermoso!, ¿y en qué momento decidiste que querías dedicarte profesionalmente a la danza?

Ya desde joven venía participando en concursos nacionales e internacionales. Gracias a Dios, en todos los que fui, gané el primer lugar. Eso me iba diciendo que tenía un perfil para dedicarme a esto. Pero creo que el momento clave fue en 2016. Fui a un intensivo de verano en el American School of Ballet en  Nueva York. Esa escuela es una de las más reconocidas de Estados Unidos. Estuve un mes tomando clases con bailarines profesionales, y al final presentamos una función.

Cuando terminó la presentación, los profesores se acercaron a mis padres y les dijeron: “Este muchacho tiene condiciones muy raras de encontrar”. Les dijeron que debía hacer carrera como bailarín clásico. Eso me marcó. No somos muchos los hombres que bailamos ballet, ni aquí ni en el mundo. Y ver a tantos profesores de alto nivel coincidir en esa visión me confirmó algo que, en el fondo, yo ya sabía. En ese momento lo decidí por completo: esto es lo mío. Gracias a Dios, me he mantenido hasta el día de hoy.

Pablo Paredes: una fe, un derrame cerebral y un baile 

—Hablemos sobre el accidente que tuviste. ¿Cómo afectó este evento a tu vida y carrera?

Eso me cambió la vida por completo. Fue una vuelta de 360 grados. Prácticamente viví un milagro. Tuve un derrame cerebral y cuando llegué a emergencias, mi corazón estaba funcionando al 17 % de su capacidad. Para que entiendas, cuando el corazón está entre 70 y 50, está bien. Pero a un 35 %, ya te puede dar un infarto letal. Y el mío estaba en 17. Los médicos se volvieron locos investigándome, no entendían cómo mi cuerpo seguía funcionando con el corazón tan debilitado.

Duré meses en estudios. Algo que les llamó mucho la atención fueron mis piernas. Las válvulas estaban en mejor estado que el promedio. Entonces preguntaron: “¿Qué tú haces con las piernas?” y ahí se tuvo que involucrar el ballet con la medicina. Mis padres les explicaron que yo era bailarín clásico. Pero un doctor no tiene idea de lo que hacemos realmente. Mis maestros tuvieron que enseñarles algunos ejercicios, explicarles la rutina diaria, para que entendieran cómo eso pudo ayudar a que mi cuerpo resistiera.

Eso  fue solo una parte. También había un tumor, y muchas preguntas sin respuesta. Todo fue incierto. Yo estaba en la cima, viajando, presentándome, y de repente me vi completamente fuera de todo. Me volví muy consciente de mi fragilidad. En ese entonces, yo llevaba siete años alejado del Camino Neocatecumenal, de la iglesia, buscando cumplir mis sueños, ser “alguien”. Ya no quería saber de Dios. Sentía que todo eso me limitaba. Me había apartado por completo. Pero en el momento más crítico, entendí que Dios no me había dejado de amar. A pesar de todo, me dio una segunda oportunidad. Nunca vi mi situación como que el señor me castigara, más bien como que él necesitaba que yo no me perdiera.

Tuve que empezar de cero. Mi corazón fue sanando gradualmente. Duré dos años solamente entrenando, con supervisión médica, porque no podía forzarme. Fue un proceso largo, muy frustrante. El cuerpo de un bailarín no sabe estar quieto. Pero ahí aprendí algo que antes no tenía: paz y paciencia.

—Durante el tiempo que estuviste sin poder bailar, ¿cómo te apoyaste emocional y espiritualmente para superar esa etapa?

Esa fue la etapa más oscura que he vivido. Tuve que replantearme todo. Todo lo que antes podía hacer, ya no podía. Cada entrenamiento era un experimento: si no se me alteraba el corazón, podía seguir; si sí, había que parar. Vivía con miedo y con estrés. Pero siendo honesto, lo que más me ayudó fue volver a la iglesia. Mi familia me hizo entender que una segunda oportunidad como esa no era una coincidencia. Me dijeron que volviera a mis raíces. Que si sanaba el espíritu, el cuerpo también sanaría.

Tuve que enterrar mi orgullo. Imagínate lo que es volver a la comunidad de la iglesia después de haber dicho que no querías saber nada de eso ni de Dios. Volví a hablar con mis catequistas, pedí que me aceptaran de nuevo. Gracias a Dios, me recibieron con los brazos abiertos. Incluso me cambiaron de comunidad, porque la que yo tenía ya iba muy adelantada. Pero todo fue para bien. En la nueva comunidad conocí a mi novia, que hoy es mi futura esposa y pude empezar a servir de nuevo, a ser ejemplo también para otros jóvenes que estaban en la fe.

Volví a participar en actividades, en evangelización… incluso tuve una experiencia que nunca pensé vivir: una semana completa evangelizando, sin llevar nada, dejándome mandar a donde tocara. Eso fue un golpe de realidad enorme. Ahí entendí que Dios no me había dado una segunda oportunidad para sentarme a llorar, sino para ser testigo de lo que Él puede hacer con alguien que estaba perdido.

Pablo Paredes: una fe, un derrame cerebral y un baile 

—¿Qué te motivó a regresar al ballet después de tanto tiempo?

Una gran parte de esa motivación fue la iglesia. También mi familia, que siempre me apoyó muchísimo. Pero hubo algo más: las compañías con las que yo había bailado antes. Durante ese tiempo en que no podía hacer nada, fui a ver dos presentaciones: una del Ballet Concierto Dominicano y otra del Ballet Nacional.

Verlos ahí, en escena, me removió algo muy profundo. Sentí ese deseo ardiente de estar de nuevo sobre el escenario. Lo recuerdo clarito: dije “Dios mío, por favor, permítemelo, porque yo necesito volver”. Esa sensación de que el cuerpo quiere moverse, de que el alma necesita expresarse otra vez… eso fue lo que me impulsó. No fue una decisión racional. Fue un llamado interior y cuando vi a mis compañeros bailando, supe que yo no podía rendirme todavía.

—Desde tu perspectiva, ¿cómo ha impactado tu arte en la cultura de la República Dominicana?

Nosotros, los varones que entramos a ese proyecto de formación artística, lo hemos tenido difícil. Muy difícil. Muchos no aguantaron la presión social, los estigmas. Otros se fueron del país para poder ejercer esta profesión en lugares donde se respeta más. Pero sí te puedo decir que ha habido un cambio. Desde que yo empecé a bailar hasta hoy, ha habido más aceptación. Poco a poco, la gente ha ido entendiendo lo que es el arte, valorándolo más y aunque todavía hay mucho camino por recorrer, el arte ha crecido en el país.

En los últimos años han surgido más musicales, más óperas, más teatro. Todo eso ha hecho que el público vuelva al teatro y eso es importantísimo.Yo sé que mi arte ha impactado a la gente que me rodea. A mis compañeros de colegio, por ejemplo, que al principio pensaban que esto no era “de hombre”, y que con el tiempo fueron viendo mis logros, mis presentaciones fuera del país, y cambiaron su percepción.

Incluso en mi propia familia. Había quienes estaban de acuerdo, pero también quienes no. En la iglesia, por ejemplo, si no se conoce bien algo, uno lo juzga desde los valores que ha aprendido y el ballet, para muchos, no encajaba en su idea de masculinidad. Pero a medida que mi arte fue evolucionando, ellos también fueron cambiando. Se educaron.

Tuvo un impacto positivo. Aunque a nivel general, en el país, el ballet todavía no tiene el reconocimiento que merece. Aquí los medios están muy controlados por el Estado, y el Estado no se interesa en promover el arte si no es algo que se vuelve viral, que mueve masas, sin importar su calidad. No importa si viene de una escuela seria o de una formación profesional. Si no da números, no le dan atención.

Pero poco a poco eso ha ido cambiando y creo que como artistas tenemos la responsabilidad de seguir empujando, de aportar nuestro granito de arena. Porque al final, somos dominicanos. Y los bailarines representamos al país en cada paso que damos. En los concursos me pasaba algo muy curioso: me identificaban como “el dominicano”. En la danza se nota mucho de dónde tú vienes: por la anatomía, la energía, la técnica y eso me hacía sentir un compromiso. Llevar la identidad dominicana con orgullo, desde el escenario.

—¿Qué opinas sobre el arte del ballet en nuestro país y cómo te gustaría verlo crecer en el futuro?

Esa pregunta ya la venía contestando un poco antes, pero lo que más me pesa es ver cómo en este país no se le da importancia real al ballet. Y eso que tenemos recursos. Muchísimos. Mucho más que países como Cuba, por ejemplo, que es una cuna del ballet clásico. Ellos tienen su propia técnica, su escuela cubana, sus compañías… y dime tú, ¿quién se atreve a comparar el desarrollo económico de Cuba con el de aquí? Nosotros tenemos más. Lo que nos falta es voluntad política. Allá han querido desarrollar la danza con lo poco que tienen, y lo han logrado. Aquí, teniendo tanto, no lo hacemos.

Eso a mí me molesta. No entiendo cómo teniendo tanto talento, tantos contactos, tantas posibilidades, no tenemos una compañía fuerte, ni proyección internacional. Ni siquiera a nivel local se esparce el ballet como debería. El arte se queda en Santo Domingo, en Santiago… ¿y el resto del país? Hay una población enorme que nunca ha visto una obra, que no tiene acceso a nada porque no hay voluntad política. Y hacerlo desde lo privado es casi imposible. Una sola gira cuesta demasiado. No se puede sostener sin apoyo estatal ni patrocinadores serios. Yo quisiera que eso cambie. Que se entienda el valor que tiene el arte para un país. Que no lo vean como lujo ni entretenimiento, sino como formación, como identidad. Porque el arte también es patria.

Pablo Paredes: una fe, un derrame cerebral y un baile 

—Para terminar, ¿qué mensaje te gustaría darles a los jóvenes que están luchando por sus sueños, especialmente cuando enfrentan obstáculos?

Lo primero que quiero decirles es que sí, es difícil. Muy difícil. Sobre todo en países como el nuestro, donde estamos limitados en tantos sentidos: recursos, educación, oportunidades.

Sé que hay muchos niños y niñas con un talento increíble que nunca podrán desarrollarlo porque alguien les dijo “eso no deja dinero” o “eso no sirve”. Y eso me duele. Porque yo conozco a muchos que se rindieron así. Pero todo lo bueno se logra con dificultad. Lo primero es que, si creen en Dios, dejen a Dios ser Dios. Haz lo mejor que puedas, todo lo que esté en tus manos. Pero lo que se sale de ti, entrégaselo. No te vuelvas loco queriendo controlar todo.

Si no creen en Dios, igual: busca esa fuerza más allá de ti. Porque uno se cansa, uno se quiebra y ahí es donde necesitas confiar. Otra cosa: hagan lo que hagan, háganlo con el corazón. No se dejen llevar por voces de fuera. No dejen las cosas sin terminar. Ese consejo me lo dieron mis padres: “Las cosas no se dejan a medias”.

Algo más: investiguen. Averigüen si lo que les gusta tiene un impacto positivo, porque hoy son jóvenes, pero mañana serán los líderes del país. ¿Qué le vas a aportar tú al mundo desde tu arte, tu profesión, tu vocación? Los obstáculos son parte del proceso. Son los que te van a moldear para que cuando llegue otro problema, tú sepas cómo enfrentarlo. Porque ya pasaste por ahí. Y eso nadie te lo puede quitar.

¡Qué historia tan inspiradora! Pablo Paredes no baila para entretener. Baila porque está vivo. Porque un corazón que estuvo al 17 % de su capacidad le enseñó a no dar por sentada ninguna respiración. Su testimonio no se mueve solo en el escenario: también habita en cada sala de espera, en su comunidad de hermanos de la iglesia, en cada joven que lo ve y dice “yo también puedo” y si algo queda claro después de escucharlo, es que no hay vocación sin cruz, ni arte que valga sin entrega. Pablo, desde su humildad y su coraje, nos enseña que la belleza más profunda no se aplaude con las manos, sino con el alma.

Pablo Paredes, en escena.

EN ESTA NOTA

Génesis Ramos

Poeta

Génesis Ramos Rodriguez, nació en Santo Domingo Este, República Dominicana, el 9 de mayo de 1997. Desde temprana edad, participó en competencias literarias y demostró su amor por la escritura, lo que la llevó a desarrollar una pasión por la poesía. Esta pasión se mantuvo a lo largo de su vida y, finalmente, la llevó a publicar su primer libro de poesía ‘‘Alma sin título’’. Es egresada de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, donde se graduó con honores en la carrera de Lengua Española y Literatura. Durante su tiempo en la universidad, también se resaltará como líder estudiantil, trabajando para mejorar la calidad de la educación y los servicios estudiantiles en el campus.Ramos es miembro del Taller Literario PUCMM dirigido por Valentín Amaro, un reconocido poeta y escritor dominicano, donde ha perfeccionado su técnica y estilo poético. A través de su obra poética, expresa sus pensamientos y emociones de manera profunda y conmovedora. Su estilo poético único ha sido aclamado por críticos y lectores por igual, y ha sido reconocido con varios premios literarios.

Ver más