I-Introducción: hacia una lectura metapoética y ritual del Sur
La forma en que Bernardo Silfa Bor me entregó sus libros fue una especie de ceremonia secreta. No eran simples poemarios: eran constelaciones. Mapas sagrados.
Los títulos —Hacia la Otra Senda de la Luz, Oscilaciones, Máscara de la Imago, Reiteración del Síndrome— configuran una cartografía espiritual donde la poesía es un umbral: un umbral hacia lo otro, hacia lo invisible, lo ancestral, lo aún no dicho.
Lo que hoy comparto con ustedes nace de ese diálogo íntimo y reverente con la arquitectura del verbo que él ha construido.
II.Energía del lenguaje: oscilaciones del verbo y del cuerpo
Desde su primera obra, Bernardo Silfa Bor nos confronta con una lengua en expansión: un verbo que vibra, que se autoengendra.
Cuando escribe:
“desmuero”
“me palpo almanaque”
“me escribo”
“me pronuncian”
No está usando el lenguaje: está convirtiéndose en lenguaje. Estos verbos enclíticos no narran una acción: la encarnan. La historia, el cuerpo y el tiempo se fusionan en una sola vibración poética.
Además, la ausencia casi total de puntuación —excepto el punto final— no es un descuido: es respiración. Es liturgia.
Cada verso demanda ser dicho, no leído. Ser invocado. Como los areítos. Como los cantos del griot.
III. Cosmogonía interior: entre símbolo y vibración
En Oscilaciones y Máscara de la Imago la poesía ya no representa: vibra. No significa: habita.
La imagen se convierte en frecuencia espiritual. El espejo, por ejemplo, no refleja: convoca. Fragmenta. Absorbe. Transmuta. Escuchemos:
“rostro escapado al inciso vidrio”
“líneas paralelas a ti en el trajín del espejo”
La identidad ya no es una forma, sino un eco que se desdobla, una vibración que se repite sin fijarse.
IV-Memoria ancestral y genealogía lírica
Silfa Bor no recuerda: encarna. No cita: resucita. Cuando escribe:
“Tengo tu recuerdo en los poros de las páginas”, declara que la memoria vive en la piel, en la sangre, en la respiración.
Su genealogía es un gesto de resistencia: “negro aborigen blanco / a lo sumo todos ustedes”. No es una identificación, sino una proclamación de la hibridez como acto poético y político.
El Caribe no como isla, sino como palimpsesto, como coral de cuerpos, como archivo vivo.
V-El cuerpo afrocaribeño como espacio de transfiguración
En la poética de Silfa Bor, el cuerpo no representa: ritualiza. El cuerpo es página. Es altar. Es tambor. Una imagen lo resume: “Sílabas de sus páginas orgiásticas / donde se abrevia / la circulación litúrgica / de mi carne”.
Aquí, la carne se vuelve verbo, la sangre se vuelve tinta, la escritura es un acto de encarnación sagrada.
VI-Síntesis: poesía, rito y resistencia en Silfa Bor
Su obra entera es un areíto moderno, una danza coral donde el yo poético se disuelve en las voces de los ancestros, de los dioses menores, de los muertos que aún respiran en los bordes del poema.
El sincretismo es constante: cemíes, atabales, espejos, animales-tótem, los cuatro elementos. Todo se mezcla en una ceremonia donde la palabra resiste, recuerda, renace.
VII. Epílogo: Después del tiempo – el espejo como santuario y herida
Publicado en 2018, Después el Tiempo es su obra-síntesis: su testamento vibrante, un poema-río donde los cuatro libros anteriores se funden. Desde su primer verso: “inicio corriéndome razagrama / oculto a muleto / vociferado”, el texto se alza como un altar donde la voz ya no se pertenece: es coral. Es archivo.
¿Qué es la “razagrama”? Una gramática de la raza. Una cartografía del cuerpo. Un idioma que sangra.
En el poema dedicado a Efraín Ortiz leemos:
“Vuelvo pronunciado en estas voces/
donde ahora escribo/
páginas solubles”…
“todo soy ahora/
la ida callada/
con el sonido del plomo”…
“estoy pronunciado/
lejos/
ser/
pandero/
llantos colgados/
en la partida de mi regreso”.
El yo lírico no es un yo: es un eco, un nombre repetido por otros para no morir.
VIII. Valoración crítica de Después del tiempo
Este no es un libro sobre la muerte: es un oráculo. Un texto-santuario donde la palabra es alquimia, donde la ceniza se vuelve verbo y la herida, himno.
La crítica puede decir lo que quiera, pero desde aquí afirmamos: Bernardo Silfa Bor no escribe: oficia.
Conclusión: la poesía como pronunciamiento del mundo
La poesía de Silfa Bor no es para ser leída: es para ser pronunciada. Desde la grieta. Desde el margen. Desde el cuerpo que recuerda. Como él mismo escribe en una cita de Paz: “La poesía es silencio”, pero este silencio “tiene el sexo del espacio.”
Y yo agrego:
Silfa Bor le ha dado cuerpo a ese silencio. Lo ha hecho carne. Lo ha hecho rito. Lo ha hecho vibración.
Gracias.
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