"La religiosidad popular y sus manifestaciones mágico religiosas, menospreciadas por muchos, penetran sin embargo de manera subrepticia en todas las clases sociales". Elisabeth de Puig, "Una visión mágico religiosa"
Maternidad y misterio en 'Antología Escritoras de Cuentos Magicoreligiosos'

La figura materna está presente en cada uno de los relatos  que aparecen en la "Antología Escritoras de Cuentos Mágicoreligiosos", Tiempo de Nosotros Editores, 2025, reunidos por José M. Cruz, Alejandro Santana, Sauris Ramírez y Luesmil Castor Paniagua. Un libro donde se celebra lo místico,  lo cultural y la idiosincrasia de nuestros pueblos rurales. El texto tiene como prólogo, el Manifiesto  de la Literatura de la Magicoreligiosidad y el Sincretismo Dominicano.

Sus cuentos están llenos de encantos, logrando una belleza femenil que enaltece la literatura dominicana escrita por talentosas mujeres. Es por ello, que no es de extrañar, que lo maternal, lo solícito, lo propiamente filial, nace en lo más  profundo de los párrafos de cada texto, entremezclados con el misterio y el suspenso de cada cuento. Las dieciséis autoras que plasman en las páginas de este libro, sus mágicos relatos, nos deleitan con una lectura que, a pesar de revivir miedos olvidados de la infancia y que aún nos erizan la piel, nos dejan caer un rayito de protección  cuando nos mencionan a mamá, a la abuela o  a la tía.

La escritora Melisa Guillén, en su cuento "Como desapareció el tío Octavio", nos describe una madre resignada,  una mujer, de tantas, que tiene el "deber", no el derecho a ser:

"Independientemente de toda esta fascinación por lo místico, el tío Octavio encajaba en el perfil masculino de la época, cabeza de familia, fobia por las cocinas, machete listo para cualquier malentendido y una atracción ilógica por los gallos. Una vez en la inocencia de mi edad, saqué mi libretita que siempre tenía mano y le pregunté a tía Fe por qué había decidido casarse con el tío Octavio, solo me respondió:

– Ay mi hija, uno tiene que aceptar lo que le llegue, pa' no quedarme a vestir Santos.

El matrimonio había procreado tres hijos: Caonabo de 14, José Liborio de 12 y Moncito de 10. De los tres hermanos, Caonabo era con el que menos me comunicaba. Ya estaba entrando en la adolescencia, así que no tenía tiempo para juegos de niños y se mantenía lo más lejos posible de ellos. Tenía un poco más de piedad con sus hermanos menores, porque sabía que no importando lo que hiciera, no podría deshacerse de ellos, pero de mí sí, que era una extraña en su casa". (Pág.41).

En "Llorando a Elena", la profesora,  poeta,  narradora y gestora cultural, Fania Herrera, crea una mujer fuerte, una madre de muchos,  pero no un objeto de nadie:

"¡Ay mi Elena!, matrona del barrio porque sí, generala de cinco estrellas, acostumbrada a mandar y a ser obedecida. Modista de purísima beatas y hambreadas meretrices.

Ni siquiera ahora, que finalmente puedo verte en medio de esta confusión y griteríos puede creerlo; aparte de que no me ayuda tu condición de muerta hermosa. Al contrario, te recuerdo como te veía en mi niñez; altiva, con tus voluminosas tetas de paridora magnífica con las que alimentaste nueve vástago que según las malas lenguas, nadie Elena, osaba decírtelo pero no sólo por tu bien puesta y filosa lengua, como por aquello de que el último se suponía hijo del teniente Santos Ventura, terror y azote de esta barriada; vivero de comunistas y refugio de ladrones en esa difícil Era".  (Pág.16)

La tía, que en lugar de hijos, la Providencia le dio sobrinos, también hace presencia, haciendo gala de lo maternal. Elba Caba, doctora en medicina, escritora y comediante, en su relato "Un país sin flores", nos presenta a una tía sabia que aconseja a su "niña":

"Tomó una larga ducha, veía el agua correr por sus pies y pensó en el mar. Recordó aquella vez que su tía Martina (la tía media brujera imprescindible en cada familia) le habló de los espíritus una vez que cruzaron por el malecón. Decidió llamarla para contarle.

-Mi niña, llévale flore’ a lo’ e’píritu’ del mar. Ello’ van a resolve’ to’ tu’ problema’.

Revolvió tanto el café que se le enfrió. “lléva’le flore’ a lo’ e’píritu’” –Pensaba- “Con lo cara que e’tán la’ flore’ y con lo que atracan en ese malecón. No ombe, tía ’tá loca".(Pág.63)

La destacada gestora cultural y escritora bonaense  Secundina Mesa nos muestra una madre casi invisible,  donde su cuerpo es comercializado sin ella darse cuenta, todo a causa de la ambición desmedida de su marido. Su cuento "Pacto con el Diablo", estremece todos los sentidos:

"[…] El viento era muy caliente, ardiente, fogoso.- ¿Qué quieres?- se escuchó una ronca y aterradora voz. -Yo lo llamé pa’ decirle que quiero conseguir dinero y el único que me lo puede dar ejuté, a cambio le doy al niño de mi mujer tiene en la barriga; si me hace rico, esa alma e suya". (Pág.46)

"El tizón". Emenegilda Encarnación Mora, logra, en este cuento de apenas cuatro párrafos, describir el sufrimiento de una madre y un padre cuando la desesperación los agobia. La autora de "Secreta Apelación”, presenta su maestría, describiendo, con un lenguaje llano,  esa insoportable sensación:

"Me dirigí a la cocina, antes apagué la radio, Nina mi mujer, se disponía a dormir a nuestro hijito, Javier tenía solo tres meses de nacido, y llevaba ya varias noches que no nos dejaba conciliar el sueño, lloraba sin parar, no valían ensalmos, brebajes, ungüento, en fin, no encontrábamos qué hacer, pero ya daríamos final a esta situación. Yo esperaría despierto, haría todo para preparar el remedio que me había indicado el sabio Andrés". (Pág.21)

Así, los desacuerdos y coincidencias entre progenitores conviven en las familias,  donde la madre tiene esa última palabra que decide el rumbo a tomar en las decisiones cotidianas. En "Recuerdos y Tinieblas", la ingeniera, periodista,  poeta, narradora y compositora, Aida Peña Rivas, nos relata lo siguiente:

"Nuestro padre quería ponernos unos resguardos en la cintura como habían hecho muchos de sus amigos y primos con sus hijos.

Una especie de cordón, el cual se embardunaba de pócimas mágicas que se dejaba reposar tres días al sereno de las noches, bendecido al final de cada una de ellas y bendecido tres veces la última noche, hecho por algún brujo bueno; pero nuestra madre no creía en esas protecciones y nunca lo permitió.

Yo tengo familiares y amigos que lo llevaron hasta los 20 años y se lo quitaron por vergüenza, pero con mucho temor. Sin embargo, mi madre sí creía la protección de la sábila, de la cual colgaba sus pencas de forma discreta en las puertas y ventanas de la casa". (Pág.78)

Maternidad y misterio en 'Antología Escritoras de Cuentos Magicoreligiosos'

Los tintes de literatura noir, están presentes en estos relatos. Deisi Marte,  nos regala una magnifica escena en su cuento, "Esperando la muerte", la educadora muestra como el fruto de lo maternal, puede servir de alimento a lo más bajo de la oscuridad. Lea usted:

"La mujer tomó aire, y deslizándose hasta el suelo, con los barrotes de la celda como espaldar, comenzó su relato:

-Hace más de cincuenta años dejé de practicar la brujería y de chupar sangre. Solo quería alimentarme con cada trago. Era una necesidad. Nunca tuve la idea de llenar mi estómago con un atracón, por eso pasaba de cuna en cuna, y tomaba un poquito de cada uno nada más. Aunque confieso que cada vez será menos emocionante, pues el sabor de la sangre iba empeorando cada día. No sabía si era porque iban creciendo y la maldad crecía con ellos y les envenenaba la sangre…". (Pág.52)

Ana Romero Franco, en su cuento "El pozo de las pesadillas, retrata la realidad campesina de las madres dominicanas. La poeta y también educadora, nos lleva a ese mundo patriarcal, donde la mujer es vista como un ente inferior ante los embates de la masculinidad:

"-Mamá, ute sabe que me da miedo bajar a Juan Caribe, porque en el pozo de Mái dende que oscurece le dije gritando a to’ galillo.

-Mira muchacha agarra la lata y los dos bidones y vaya al pozo de Juan Caribe pa no darle dos chancletazos y que no se bote una gotica de agua, ante la imposición de mamá, recuerdo que ese día convidé a mi prima Fefa que no había cambiado su cara de terror dende que salió una cosa blanca del Callejón de Ramírez el cojo, camino a la Pulpería de Mimín. Donde ese día Fefa andaba con sus cuatro moños, dos adelante y dos atrás, un tanto parecida a nuestra vaca María Antonia, envuelta con ropa oscura y cara de asustada, ella aceptó acompañarme a pesar de la hora ya que el sol se acostaba y fue entonces cuando mi Mái reparó que la tinaja estaba media y que cuando mi papá llegara del conuco había que grabar los pies la poncherita esmaltada mientras él descansaba en los mueblecitos de palos azules con rosado y mamá echaba el dulce de leche ya cuajado en la mesa grande para que se enfríe, nosotros todos los nietos esperaban los recortes y lamber el caldero". (Pág.24)

La relacion entre  padre, madre, hijo, abuela, hermanos,  es destacada, de forma contundente, por la poeta y narradora Dulce Marihza Peña, en su impactante cuento "Con los misterios no hay quien pueda". Aquí lo filiar se entrelaza con el misterio, haciendo del relato un laberinto donde se busca,  en vano , una salida que seguimos buscando más allá  de la lectura final del mismo texto:

"[…] Samuel José y José Samuel los llamó María en honor a su hermano José, que a su vez era gemelo con ella. A diferencia de María y José, esta nueva generación de gemelos en la familia Durán eran idénticos y solo se distinguían porque el primero en nacer había salido aventajado, Samuel José tuvo más peso al nacer y esto Fue suficiente para que la abuela le distinguiera llamándole el ‘Mello Grande’". (Pág.71)

La autora del libro "Una Flor del Sol para Sol", Saddie Acosta, nos relata en su cuento homónimo, cómo se ve una madre en el seno familiar y cómo es percibida en la comunidad  donde reside:

"La madre mujer sabia, conocedora de los buenos modales y la buena cocina, ella era admirada por todas las otras mujeres de su entorno. Sus hijos eran amados, pero Sol gozaba de un amor especial, por su nobleza y respeto hacia sus padres y por ser la mayor.

Su vida se desarrollaba alrededor de ellos, quienes siempre estaban ocupados con los plátanos, el cuidado de las vacas, las gallinas y los cerdos". (Pág.28)

Con un fenomenal comienzo, Masako Satake-Torena, siembra la duda en sus personajes y en el lector. La narradora hace del suspenso, un arma, que utiliza en todo el transcurso de la historia:

"Y caía otra vez, en esa oscuridad que no asusta, a la profundidad de lo incierto. De pronto: Desperté.

Se repite noche tras noche, sin explicación lógica: Me asomo al pozo, muy en  lo profundo veo esas flores blancas que se confunden con el reflejo de la luna en el agua. Siento paz. Experimento una embestida y comienzo mi descenso hacia el fondo. ¡Nunca pude ver el ser maligno capaces semejante atrocidad!

 Despierto, empieza un nuevo día, recuerdo mi película repetida, tengo tantos años soñando lo mismo, lo siento como parte de mí, pero, hoy sin el velo de la inocencia, buscaré otra opinión, porque la de mi madre ya no me consuela, siendo mujer que cree en la iglesia".(Pág.55)

Maternidad y misterio en 'Antología Escritoras de Cuentos Magicoreligiosos'

En "El Bacá de Paco", la escritora y poeta Elsa Báez,  describe un paisaje fotográfico, lleno de detalles y de color. Nos sumerge en su narrativa vibrante y trabajada;  construyendo así, un mundo donde penetramos como uno más de los invitados a la fiesta. La autora de, entre otras , "Mi infierno" y "El funeral interno", regala a los sentidos, la expresión más sensible de las emociones:

"Anunciaron una gran fiesta para la inauguración del edificio e invitaron a todos los niños del pueblo, era un espectáculo infantil con globos, piñatas, dulces, juegos, ponis y payasos todo traído a la ciudad; nunca se había visto que a una persona le interesara animar a los niños y a Moraima no le gustó para nada esa ‘grandiosa idea’ pues ellos no tenían niños ya que, según ella, él los había sacrificado y había vendido sus pequeñas almas al diablo a cambio de dinero.

Llegaban autos de todas partes, el lugar se había convertido en una inmensa nube de polvo. La esposa de Paco se resignó a dejarse ver con su cara lánguida, su piel desteñida, su pelo quebradizo y su sonrisa fantasmagórica; ella se acercaba a los niños, pero esto corrían asustados y eso la inundaba de dolor y de impotencia.

En medio de la fiesta, vio como Paco se llevaba unos de los niños detrás del nuevo edificio, iba a tal velocidad que parecía que volaba. Moraima se decidió a seguirlo". (Pág.39)

Aurelina Castillo, nos desangra. En su breve cuento "Laura la Bruja", nos transporta a épocas incómodas, donde los males que afectaban a los pueblerinos, no eran los que actualmente enfrentamos. Castillo, nos salpica con una realidad que nos miraba a la cara. Hace revivir momentos de nuestra infancia, que nos causaban vívidas y atrapantes pesadillas:

"El hombre la miró con repudio nuevamente, tomó el palo en sus manos y golpeó a la mujer con furia, a su lado una mujer con un niño con el cuello ensangrentado observó la escena…". (Pág.75)

Las abuelas, madres de nuestras madres. Siempre que pueden, están presentes cuando sus nietos las necesitan. Son madres dos veces,  dos generaciones y así  su amor y su sabiduría se multiplican por dos. Lavinia del Villar,  no deja de mencionarlas en su relato "Ojiao". La autora de "Ha llovido mucho…" hace de lo mágico-religioso algo cotidiano. Presente en cada mirada, cada tacto, cada acción:

"Lo encontré tranquilito sentado en la calzada que daba la cocina de la casa. Sin ánimo, sin color, sin apetito, y con fiebre. No había desayunado, y cuando le ofrecí arroz con habichuela, su plato favorito, y dijo que no quería, me alarmé, pensé que la situación era grave. Tenía 10 años, gordito y glotón como el que más, asumí que un problema estomacal lo estaba afectando de mala manera, y comencé a medicarlo con cuantas tisanas me recomendaron. Que cilantro ancho, que anamú, que malagueta, que manzanilla y otros brebajes de medicinas que andaban los pueblos de las manos de las abuelas, especialistas en el arte de curar hasta con ensalmos". (Pág.59)

Es con Amarilis Cueto  e Ireni Sierra Pérez, cuando 'los pelos se ponen de punta'. Ambas, aunque no hacen mención de madres, abuelas o tías, hacen que queramos correr a los brazos de una de ellas, para que nos protejan del miedo. Los relatos, "Duncan y su bacá" de Cueto y "El fantasma del Río Yacahueque" de Sierra Pérez, siembran el terror en nuestras venas como dos maestras del horror. Por favor leamos el pasaje del primer título:

"Una noche, desesperados, tratando de ahuyentar el sueño, escucharon gruñidos y arañazos debajo de la cama. La apartaron, rompieron el piso a golpe de pico y comenzaron a acabar sin palabras, Jacinto con una pala y Altagracia a mano limpia, guiados por aquel estertor que ya no sabía si salía de la tierra o estaba en sus cabezas. A menos de un metro de profundidad, la pala chocó con algo sólido y el estertor cesó. Se miraron. Era la famosa bidona. Estaban seguros. Cuando la sacaron, un hedor nauseabundo invadió la habitación. Trémulos lograron abrirla finalmente, y al asomarse al interior ambos se retrocedieron con un grito de horror.

-¡Santo cielo! ¡Eso no! ¡Eso no!- gritó Altagracia, arañándose el rostro y arrancándose mechones de cabello.

 Jacinto, lívido, sin apartar los ojos de la bidona, retrocedió despacio y buscando atienda una esquina del cuarto cayó de rodillas, tapándose los ojos con las manos maculadas de tierra.

-Estamos condenados-murmuró- Condenados…" (Pág.69)

Y el segundo título relata:

"Cayó el día entró la noche y Jesús María hijo menor del señor Lorenzo salió a dar un paseo donde sus vecinos allí a la orilla de un fogón relataron cuentos, comieron maíz asado y asaron par de plátanos para majarlo con ajo; al terminar el conversatorio el joven se percató que era muy tarde; se despidió de los vecinos y se marchó; mientras iba muy adentro del camino cerca del jabillar, escuchó unos pasos tras él; pensó que era uno de sus amigos que le venía a encontrar, miró hacia atrás y no vio nada pero sí sintió los pasos, pero… no le dio mente a eso, siguió caminando normal hasta que de nuevo siente los pasos tras él, miró y no vio nada, su corazón empezó a acelerarse hasta que empezó a correr a todo dar, cuando de pronto esa cosa que no se sabía que era, loca lo cargó y lo llevó al pozo del río y le dio varios zambullones, El joven se sentía muy asustado desesperado éste gritó por ayuda, pero su voz no se escuchaba, parece que estaba en mute su voz….".(Pág.83)

Una antología sin desperdicios, donde se realza, una vez más,  la calidad literaria de nuestras escritoras. Felicito a los antologistas por su esfuerzo y por el buen propósito de promover la cultura de nuestro pueblo,  a través del maravilloso y misterioso mundo de la mágico-religiosidad.

Juan Carlos Báez Moreta

Poeta

El autor, Juan Carlos Báez Moreta, es un poeta dominicano, que ha publicado 13 libros de poesías. Es miembro de la Unión De Escritores Dominicanos (UED) y del Centro PEN de República Dominicana. Juancbaez25@gmail.com

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