Una celda que respira humanidad
En medio del panorama teatral dominicano, donde sostener una producción de calidad es casi un acto de fe, El beso de la mujer araña emerge como una joya íntima y valiente. Bajo la producción de Juancito Rodríguez y la coproducción de Honey Estrella, esta puesta revive un clásico contemporáneo y lo transforma en una experiencia escénica intensa, honesta y profundamente humana.
Juancito Rodríguez reafirma su compromiso con un teatro de excelencia. Su trayectoria, marcada por la constancia y el respeto al oficio, devuelve al público la confianza en una propuesta donde la exigencia artística no se sacrifica ante la prisa ni el cálculo. A su lado, Honey Estrella, reconocida actriz y figura admirada de la escena nacional, aporta prestigio y solidaridad, recordando que el arte florece cuando los artistas se acompañan y se apoyan.
La dirección de Oreste Amador logra un clima opresivo y poético, donde la celda se convierte en espejo de dos almas enfrentadas y, a la vez, necesitadas. La luz, el silencio y la sobriedad visual sostienen el pulso del montaje sin artificios. Desde la llegada del público, la tensión se percibe: los actores ya están en escena, inmóviles, respirando el encierro. Todo se impregna de una atmósfera que pregunta: ¿por qué seguimos encerrados?
El lenguaje del realismo poético
La puesta se apoya en recursos narrativos y simbólicos que trasladan al teatro la atmósfera literaria de Manuel Puig. Lo fantástico y lo cotidiano conviven con naturalidad: lo mágico se integra a la realidad. Luces, sonidos, música y gestos construyen imágenes de profunda intimidad. Los espacios son poéticos, el tiempo parece suspenderse y las transformaciones emocionales ocurren ante los ojos del público con la fluidez de un sueño. Esta versión dominicana agiliza el lenguaje, volviéndolo acción viva, cercana y emotiva, en una adaptación fiel y conmovedora.
Actuaciones que sostienen la verdad
Los dos intérpretes alcanzan una admirable fuerza expresiva, sostenida por una profunda sensibilidad. Yasser Michelen (Molina) deslumbra con ternura y autenticidad: en su fragilidad y encanto convierte el relato cinematográfico en una forma de resistencia y afirmación vital. Vicente Santos (Valentín) encarna con fuerza al militante atrapado entre la ideología, el deber y el deseo. Su tránsito interior podría explorar aún más la grieta entre convicción y vulnerabilidad, pero su actuación mantiene una solidez admirable.
Ambos logran una química poderosa en este duelo de cuerpos y palabras, donde la soledad, las paredes frías y la compasión humana derriban los límites del prejuicio. Aquí, el amor se convierte en un acto de rebeldía.
Dirección y tono
Oreste Amador dirige con contención y madurez. Respeta la esencia de Puig y domina el silencio como parte del discurso escénico. Nada sobra, nada distrae. El ritmo pausado responde al proceso emocional de los personajes más que a una búsqueda formal, y ese equilibrio es uno de sus mayores aciertos. El resultado: una puesta sobria, coherente y cargada de verdad interior.
Una obra que sigue respirando
Décadas después, El beso de la mujer araña conserva su filo y su vigencia. Puig nos habla del amor como libertad y del deseo como resistencia. Más allá de etiquetas o dogmas, quedan dos seres humanos que se descubren en medio del encierro, buscando como todos un poco de luz en la oscuridad.
Esta versión dominicana conmueve por su sinceridad y equilibrio. Las actuaciones emocionan, la dirección respira verdad, y el texto, escrito hace más de cuarenta años, sigue latiendo como una herida abierta. El público sale conmovido por una certeza: incluso en el encierro más oscuro, el amor como el arte sigue siendo una forma de libertad.
Ficha técnica
Obra: El beso de la mujer araña, de Manuel Puig
Producción: Juancito Rodríguez
Productora asociada: Honey Estrella
Dirección: Oreste Amador
Elenco: Yasser Michelen (Molina) y Vicente Santos (Valentín)
Espacio: Sala La Dramática, Palacio de Bellas Artes
Compartir esta nota