Antes de empezar, quiero agradecer a la virtud del azar, en su imprevista suerte de lo inesperado, porque hoy tengo mi alma regocijada de entusiasmo al presentar este tomo de José Rafael Lantigua, muy bien nombrado Glosas literarias (2015).¹ Certeramente, prologado por la sabia filosofía de nuestro amigo en común, Alejandro Arvelo, de pensamiento profundo y robusto saber.
Qué bueno que sea en esta centenaria institución cultural, el Ateneo Amantes de la Luz,² en la que practiqué y, complacientemente, inicié mis incipientes lecturas librescas. Aunque fui un lector —y estudiante— tardío, tuve que aprender a leer en los vericuetos de una adultez existencialmente salvaje. Nacho fue mi primer encuentro con un libro para aprender el abecedario, que empecé palabra por palabra; luego pude unirlas para que se convirtieran en oraciones, párrafos y textos. Confieso que nunca observé un libro en mi casa paterna, como era lo más lógico, porque mis padres eran analfabetos, entendiendo que lo primero que había que hacer era trabajar para ayudar a la subsistencia de los más pequeños de la familia.
En las paredes de mi barrio escribía cosas que nunca pensé que tenían significados, pero había un «tíguere bravón» que me decía: es lamentable que no sepas lo que tú escribes. Quería explicarme que las palabras escritas construían realidades significativas. Cuando empecé mis primeros cateos lectorales, teniendo a mis padres con un negocio de comida frente al Cementerio Municipal de la calle 30 de Marzo, después de mis múltiples labores en el lugar, empecé a visitar esta institución desde las tres o cuatro de la tarde hasta las nueve de la noche, que era la hora en que concluían sus labores bibliotecarias. Así, emprendí mi limitada ansia y alucinación hacia los libros, haciendo una lectura más apropiada y organizada. Recuerdo que cuando abrí para leer por primera vez la Enciclopedia Universal de los Clásicos, que aún se preserva en esta institución (en su décima edición, 1977),³ me encontré con una frase que solía citar habitualmente: «Un gran pensador inglés dijo que la verdadera universidad hoy en día son los libros» (pág. VII).4 No recuerdo dónde también leí una que decía: «Los libros son el verdadero manantial de la sabiduría». Posteriormente, me encontré con la de Ricardo de León Román: «Los libros me enseñaron a pensar, y el pensamiento me hizo libre».

Fui un lector fanático de los suplementos culturales de mi país, aunque la mayoría ya no se publican porque económicamente no son rentables para los dueños, administradores y directores. Pasé de ser un simple lector a un colaborador de la mayoría de ellos. Empecé en Aquí, del periódico La Noticia; Ventana del Listín Diario; Biblioteca; Cultura del desa-parecido periódico El Siglo; Areíto del periódico Hoy, entre otros. El Listín Diario apenas publica una sola página semanal de Ventana, que era una importante fuente de difusión cultural. El periódico Hoy ha mantenido circulando Areíto, que podría decirse que es el único que podría llamarse, apropiadamente, suplemento cultural; aunque su calidad y contenido han ido desmejorando estrepitosamente en los últimos años. Diario Libre, el decano de nuestro diarismo gratis, dirigido desde su fundación por el también mocano Adriano Miguel Tejada, publica Lecturas, con alrededor de cuatro páginas, donde algunos de nuestros escritores están ejerciendo el periodismo cultural y literario de opinión, aunque no es un suplemento. En ese espacio de la prensa matutina, José Rafael publica todos los sábados Raciones de letras. La crisis, acompañada de cierta dejadez empresarial, igualmente ha afectado las revistas literarias, académicas, científicas y los programas culturales televisivos.
En la parte final de la dedicatoria de su libro La palabra para ser dicha, José Rafael Lantigua me escribió: «Estos acentos que testimonian mi amor por la palabra y sus desafíos». Esta es la obra que da inicio a los libros Espacios y resonancias, donde nuestro escritor realiza un formidable y fructífero viaje hacia el periodismo cultural de la palabra, la lectoría y el criterio. La palabra es necesaria para todo lo que existe, aún más para quienes la utilizan como alimento de concreción en su andadura cotidiana. Ella es la reafirmación de lo que somos e inventamos como criaturas vivientes, pensantes y creativas. Por eso, es ineludible en los hablantes e indispensable en los escritores. La palabra no tiene significación si no está acompañada de las concreciones que la justifiquen en su representación gráfica y sensorial. La palabra es el alma de los escritores, el espíritu revelado de los poetas, el intelecto de los intelectuales, la metafísica de los filósofos, el cuerpo de los filólogos, el instrumento donde empieza la ciencia y la acción de la vida; hasta convertirse en el verbo de todo lo creado. La palabra no es solo para ser dicha, sino también para ser eterna. No importa en qué idioma se escriba, la palabra siempre será la materialización espiritual de las cosas que nombramos, porque en ella igualmente vivimos: nosotros somos la palabra, y con ella sobrevivimos cuando morimos.
José Rafael Lantigua, en su libro publicado La palabra para ser dicha —a modo de proclama—, nos indica: «¿Qué puede ser la palabra sino solo un signo, una materia inconclusa y etérea que se transforma y vive a expensas de nuestro trajín biológico? ¿Qué es la palabra sino la esencia, la verdad revelada, la fundición de un elemento que pugna por sobresalir, por dimensionarse, por sobreponerse? ¿Qué le espera a la palabra si no se afirma en la expresión, si no se ofrece como una postulación, si no se convierte en idea, en intención, en obra, en resultado de la realidad? ¿Qué puede ser la palabra sino tan solo signo, vocablo, término, verbo? En la práctica martiana, "de que la palabra sea siempre para ser dicha».
Lantigua continúa diciendo: «¿Qué podría ella aspirar si no se le sacara de su cámara vacía y muda, y se aprovecharan sus propiedades para hacerla viva, lujuriosamente esparcida por los entornos, celebrando la fiesta de la dicción y el lenguaje, siendo en alguna dinámica de ciencia, para otra luz de creación y, para muchos, solo convertida, deformada, insustanciada en su naturaleza prístina como palabra, palabrera, palabrón, palabreja o palabrota? ¿Qué podría ser de ella si, en vez de pensamiento, es solo garrulería; si, en vez de asombro, es solo dicterio; ¿si, en vez de oración, es solo blasfemia? ¿Qué sería de la palabra sin nosotros? ¿Qué sería de nosotros sin ella? Quizás nosotros, sin ella, solo seríamos mueca, eco, sombra, nada. Quizás ella, sin nosotros, solo pudiese ser susurro contenido, grito ahogado, profanación de la libertad, mundo sin sentido. Por eso, horizontal o vertical, en la primera plana o en la segunda página, al abrir el libro o voltear la página, encabezando una propuesta o encadenando una proposición, siendo acá o allá el acento de nuestra expresión, que la palabra sea siempre, como la dictaminó Martí, para ser dicha».
Cuando un libro me gusta, no sé qué razón oculta —empieza a ahondar en mi interior— para que lo lea en voz alta. Inmediatamente, la palabra escrita empieza a andar por todo mi paladar. Siento un placer inaudito que late entre mi voz y mi alma, aunque quisiera, no sé explicarlo, pero es una experiencia intransferible e indecible, como la vivencia mística. La palabra va tomando su propia vida, para que el yo-lector quede poseído por su magia. Esto fue lo que me pasó con el libro La palabra para ser dicha, de José Rafael Lantigua, abril del año 2012. Editora Amigo del Hogar, 550 páginas. El libro contiene en su interior 180 editoriales que fueron publicados en Biblioteca durante los años de 1989 hasta 2003, a los cuales el autor agregó 6 trabajos más, que fueron preparados para algunas intervenciones especiales de él como Ministro de Cultura de la República Dominicana durante los períodos 2004-2012. Con uno de ellos, fue su investidura como Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Lengua, ocupando el Sillón A de su fundador y primer presidente: Monseñor Adolfo Alejandro Noel y Bobadilla.
Durante veinte años, se mantuvo circulando en diferentes periódicos Biblioteca: El Nuevo Diario, Última Hora y el Listín Diario, donde tuvo su última etapa. Para su cierre, su fundador realizó una edición única y de colección para concluir su publicación. En el mismo, había un espacio editorial titulado Acento, que era escrito por José Rafael Lantigua. Los acentos fueron reunidos en este libro, con un nuevo nombre: La palabra para ser dicha. Aglutinar escritos periodísticos no es nada extraño; incluso los hacen los grandes escritores de la humanidad, no desde ahora, sino desde hace mucho tiempo. Hay dos ejemplos contemporáneos que son Jorge Luis Borges y Octavio Paz, ambos autores que reciclaban y reescribían sus textos en sus libros. Otro ejemplo, para nosotros los dominicanos, son los escritos y estudios de Pedro Henríquez Ureña. No hacerlo es un error colosal, porque la mayoría de esos trabajos morirían en la inmediatez temporal o en la cloaca olvidada del diarismo periodístico. Publicarlo en formato de libro es una idea para recuperar la pluma de un escritor que utiliza la prensa para crear y pensar bibliográficamente todo lo que lee, enalteciendo y engrandeciendo la palabra, sin empequeñecerla o limitarla en su significación, como hacen la mayoría de nuestros críticos.
Lantigua asienta y eleva su pensamiento reflexivo y actualiza su cultura libresca local e internacional. Esto nos muestra a un autor consciente de su necesidad lectora, que realiza cada una de sus lecturas anegado en la textualidad de cada obra. Es un lector crítico que analiza todas las posibilidades creativas de lo que lee, desde luego, sin caer en los prejuicios personales de sus autores. Un buen lector es un pensador de lo que lee, que actúa en consecuencia analítica para poder criticar, orientar y resaltar lo que ha leído. Cuando uno lo lee a él, nota a un escritor, intelectual y poeta que realiza un periodismo cultural inteligente, reflexivo, creativo y gramaticalmente impecable. José Rafael es un inagotable e incansable lector, igual que un emprendedor libresco. Nadie había asumido con tanto ahínco y entrega en la prensa esa misión y visión hacia los libros. Se podría decir, de manera definitiva y concluyente, que ha realizado la mayor documentación bibliográfico-periodística que se haya hecho en la República Dominicana.
Su extensa labor como periodista se inició en el periódico El Nuevo Diario de Santiago. De esa experiencia nace Biblioteca y su libro titulado en su primera edición Domingo Moreno Jimenes: Apóstol de la poesía, el cual se convierte en la primera biografía de un poeta dominicano. Quizás por eso, luego su autor lo titula Domingo Moreno Jimenes: Biografía de un poeta. Luego se trasladó a vivir a Santo Domingo, donde empezó a publicar su admirado y reconocido suplemento literario-cultural: Biblioteca, que estaba enteramente dedicado al libro. A través de este, nos manteníamos al tanto de las obras dominicanas y extranjeras, así como de los artículos y reseñas de algunos escritores locales e intelectuales. Biblioteca, como suplemento literario, fue siempre muy bien valorado por todos. Una evidencia de esa admiración y devoción fue recogida y editada en 2003 por el escritor e investigador santiaguero Franklin Gutiérrez, con el título Biblioteca: 20 años – 25 testimonios. De igual forma, realizó un excelente prólogo al primer volumen de estas obras: Apuntes literarios, que acaba de presentar el poeta y ensayista Fernando Cabrera.
Mientras los suplementos culturales que se publicaban en los periódicos nacionales eran secuestrados por una élite intelectual, la cual creaba una especie de pandillerismo cultural en el país, Biblioteca vino a calcinar —en parte— ese sectarismo literario, donde solamente los consagrados o sus amigos podían publicarse y autoelogiarse. De ahí que los nuevos talentos literarios tuvieron que ampararse en ese mecenazgo para poder difundir y promover sus creaciones. Pues la literatura de provincia —como despectivamente suele llamarse en los corrillos capitalinos— era prácticamente inexistente, a menos que no fuera un Joaquín Balaguer, un Tomás Hernández Franco, un Manuel del Cabral o un Virgilio Díaz Grullón, para solo citar casos del siglo XX.
A este mal endémico hay que agregar la indiferencia de nuestras universidades, que todavía en la carrera de Comunicación Social ni siquiera han incluido en sus currículos académicos el periodismo cultural como materia de grado. Este ha sido asumido, entonces, por los propios escritores y artistas. ¿Qué sería de nuestra literatura y de las demás artes si no hubiese sido así? Gracias también a algunos extranjeros que se guarecieron y se quedaron aquí, quienes lo hicieron con brillantez y patriotismo cultural. Tengo más de dos décadas denunciando esta situación; se la he planteado a dueños de universidades, rectores, directores, académicos, escritores, intelectuales, poetas, artistas, gestores culturales, entre otros sectores. Y aún estoy esperando su respuesta, mientras que en otras universidades caribeñas y centroamericanas no solo está entre sus materias de grado desde hace décadas, sino que también la tienen consignada como especialidad de posgrado y de maestría.
Mientras leo estos libros de Lantigua, vienen a mi mente otros escritos: los famosísimos textos de Pablo Neruda sobre las palabras; el interesante y revelador Libro del desasosiego de Fernando Pessoa; el sesudo libro Las palabras y las cosas de Michel Foucault; y la formidable y concisa intelectualidad ensayística de Carlos Fuentes en su obra En esto creo. Igualmente, hay dos libros de nuestro autor que sus lectores habituales respetamos y admiramos: La conjura del tiempo. Memorias del hombre dominicano, cuarta edición 2011, y Semblanzas del corazón. Memorias y nostalgias, segunda edición 2001. Ambos poseen una exquisitez intelectual y un extraordinario bagaje cultural. Desconocemos las razones por las cuales los críticos dominicanos no han querido valorarlos en su justa dimensión, sobre todo el primero.
¡La puesta en circulación de la obra Glosas literarias, correspondiente a los libros Espacios y resonancias (2015), de este reconocidísimo intelectual y hombre de la cultura, nos resalta y confirma una vez más que la palabra jamás será vencida! Precisamente por eso, acaba de reunir sus trabajos ininterrumpidos de veinte años, ejerciendo el mejor periodismo cultural, donde el libro fue siempre su objeto de estudio. Tres son los primeros tomos de siete que serán publicados en el mes de abril de este año.
Muchos de los juicios que nos externa José Rafael Lantigua sobre los autores que estudia en Glosas literarias podemos aplicárselos muy bien a él mismo. Comprobemos algunos casos: «Este es, en definitiva, un libro imprescindible en una biblioteca de estudios de la cultura dominicana» (pág. 63). «Por eso entusiasma tanto conocer esta obra (…) recopilación de artículos que, una vez unidos en este volumen, retratan fielmente la capacidad de este notable intelectual para reconocer y reinterpretar la realidad histórica dominicana» (ob. cit., pág. 77).
Con una encomiable eficiencia literaria sustentada y sostenida a través de una temprana y tenaz lectoría, José Rafael Lantigua confluye entre sus saberes para examinar todo lo leído. Desmenuza con toda su belleza expresiva las obras que analiza, en el marco del criterio, la reflexión y el cuestionamiento. Densa y profunda ha sido su faena intelectual durante toda su vida, desde la cual ha guarecido su erudición para crearnos un diluvio de análisis literarios, urdidos en una limpia belleza de forma y fondo. O más bien, como dijera Henrik Ibsen: «La belleza es un acuerdo entre el contenido y la forma».
Sin implicaciones lingüísticas ni tecnicismos estructuralistas o semióticos de la crítica especializada o tradicional, Lantigua posee una obra escritural e intelectual extensa y valiosa que todos deberíamos leer y releer para ser escritores. Con sus nuevos libros, nos revela una vez más su ahondada solidez en la historia de las letras nacionales e internacionales. Con deslumbrante perfección del idioma y su pleno dominio de las obras analizadas, remueve sus interioridades textuales hasta crearnos una visión completa y personal de sus virtudes o debilidades. Lo hace con una enaltecida lucidez idiomática, donde cada palabra es colocada y contextualizada en una filosofía del buen decir.
Quienes conocemos a José Rafael Lantigua sabemos muy bien que es una ardilla lectora que nunca se detiene ante su apasionada y desenfrenada adicción a los libros. Es como un comején que penetra y perfora sus páginas para dejarnos ver sus más recónditos escondites a través de sus contenidos. De ahí que, en uno de los trabajos de este libro, nos diga: «Uno toma a veces un libro en las manos, en el afán vicioso y apasionado de la bibliofilia, solo para husmear en su contexto y, quizá luego, apurado por los intereses y otros gustos literarios, dejarlo con desgano sobre una mesa, sobre un anaquel y, hasta en ocasiones —hay casos— dentro de un zafacón. En algunos casos surgen las sorpresas, y aquel libro tomado a menos a la primera vista se convierte de golpe y porrazo en un texto atractivo que se acoge con interés y que se celebra con placer, por lo que significa como descubrimiento personal o como aporte temático» (ob. cit., p. 70). Ahora bien, Umberto Eco es uno de los escritores e intelectuales extranjeros que es analizado en esta obra; en un momento dado, indicó: «El mundo está lleno de libros preciosos que nadie lee».
Para quienes desdeñan el periodismo como ejercicio o posibilidad literaria, Lantigua sentencia: «Años atrás, uno que otro teórico del radicalismo literario, especie que se ofrece silvestre en cualquier latitud de la vasta geografía literaria universal, ponía su cabeza en juego al afirmar que en, y desde, el periodismo, como oficio cotidiano y ejercicio permanente, ninguna voz valiosa podría surgir en el plano de la mejor literatura. Considerando siempre como literatura menor, el periodismo parecía ser, en la opinión muy difundida de estos analistas, un escarceo de la cotidianidad muy perjudicial para la verdadera creación literaria y nociva para la maduración. (…) Hay ejemplos fehacientes: Miguel Otero Silva, Gabriel García Márquez, Plinio Apuleyo Mendoza, Tom Wolfe. Nacieron, crecieron y se desarrollaron como grandes escritores sin desdeñar; por el contrario, aprovechando los materiales cotidianos que les ofrecía el ejercicio reporteril. Tom Wolfe le buscó nombre al "nuevo periodismo", que nació bajo su tutelaje creador. Y se atrevió, contra todos los vaticinios de su época —proviene de los años sesenta— a declarar que el periodismo era un género literario más. Y aún más todavía, lo calificó como el género más vivo y el más apto para captar los cambios vertiginosos y los estilos de la vida de la humanidad, (…)» (ob. cit., págs. 115-116).
Aunque los libros publicados y presentados esta noche provienen del periodismo cultural, su lenguaje no es periodístico, sino el de un maestro de la lengua que la utiliza como espacio vital y creativo, sin caer en un oscurantismo lingüístico y conceptual para demostrar una intelectualidad escabrosamente innecesaria e inoportuna. Es un escritor que sabe comunicar lo que quiere decir, sin asumir poses academicistas o armazones intelectualistas agazapadas, donde solamente estos son entendidos por los especialistas. Los hablantes normales y corrientes nunca podemos entenderlos, aunque busquemos los diccionarios correspondientes.
Esta obra posee 130 reseñas literarias, entre autores dominicanos y extranjeros, de obras y temas distintos; no obstante, la gran mayoría son de escritores nuestros. Igualmente, tiene la particularidad de que, al final de algunos de los análisis, de vez en cuando, vienen precedidos de notas adicionales, sirviendo estas para ampliar, esclarecer y actualizar a los autores o a sus obras. En sus glosas, Lantigua irradia una sensibilidad exquisita y una vasta memoria lectora, histórica y personal, donde hace gala de un espacioso y abrumador desfile intelectual de su trajinar por la literatura del siglo XX, durante las dos décadas que duró el suplemento literario Biblioteca, desde donde hizo del criterio justicia literaria, cosa que no es muy común en nuestros amañados y atormentados escritores locales.
El exquisito prologuista Alejandro Arvelo, al referirse a Glosas literarias, con un atinado sentido de juicio y criterio, dictaminó: «Colocar a la altura de la mirada, visibilizar, crear universos de significación en torno a las obras comentadas, mover el interés, suscitar la curiosidad hacia los textos que reseña es justamente lo que hace José Rafael Lantigua en Espacios y resonancias II: un monumento tangible e intangible erigido por él durante los años 1989-1991 a la labor rendida en el ámbito de la creación literaria, la información, la reflexión de diversa naturaleza y la investigación histórica, por las plumas más señeras de la actualidad y del pasado relativamente reciente, de dentro y de fuera del país. Pero también por los retoños poéticos y narrativos más sugestivos y precoces del ambiente espiritual de la República Dominicana de entonces. Al adentrarnos en sus páginas, topamos, en efecto, entreverados en armónico conjunto, a múltiples escritores y escritoras ya establecidos, vinculados por el interés que en nuestro autor despertó durante el referido lapso alguna, o más de una, de sus obras, y, muy especialmente, la calidad de sus aportes o la fuerza de su talento, a muchos jóvenes que entonces debían sus primeros pasos como autores. He ahí, de entrada, el primero de los méritos que se advierten en este libro» (ob. cit., pág. 21).
Esta es, irreversiblemente, una obra indispensable en cualquier biblioteca para conocer de primera mano la cultura libresca local e internacional. De manera adelantada, la madre de Lantigua comenzó a cristalizar la proverbial frase de Edmondo de Amicis: «Una casa sin libros es una casa sin dignidad». Nuestro autor, desde hace décadas, es uno de los pocos dominicanos que es miembro del exclusivísimo Círculo de Lectores de España, posición que le ha permitido sostener y mantener una alucinante actualidad bibliográfica de manera permanente y constante en su lujosa e impresionante biblioteca personal, donde una sola área de ella ha sido seleccionada para la bellísima portada de los siete volúmenes que con-forman Espacios y resonancias: Apuntes literarios, Glosas literarias, Criterios literarios, Perfiles literarios, Crónicas literarias, Crítica cómplice, Exordios y encomios.
Gracias, José Rafael Lantigua, desde la ahondada gratitud que solo emana de la cultura, por permitirnos este deslumbrante, celebrante y festivo viaje por la palabra, la lectoría y el criterio.
- Jueves 19 de febrero del año 2018, Santiago de los Caballeros. Sociedad Cultural Ateneo Amantes de la Luz.
- Fundada el 4 de junio de 1874 por el ilustre santiaguero Manuel de Jesús de Peña y Reynoso (1834-1915).
- Me acaban de informar que fue sustraído por algún malandrín el primer tomo.
- Se dice que la frase es Thomas Carlyle: «La verdadera universidad en nuestros días consiste en una colección de libros». La cita continúa: «Y esta verdad, a pesar del desarrollo que modernamente han tenido las instituciones docentes, es en la actualidad más cierta que nunca. Nada aprende mejor el hombre que lo que aprende por sí mismo, lo que le exige un esfuerzo personal de búsqueda y de asimilación; y si los maestros sirven de guías y orientadores, las fuentes perennes del conocimiento están en los libros». Aunque la cita aparece así, en otra parte la encontramos de la siguiente manera: «La verdadera universidad en nuestros días consiste en una colección de libros». Thomas Carlyle (1795-1881), historiador, pensador y ensayista inglés.
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