En “El arte de escribir cuentos” del profesor Juan Bosch, se encuentra quizás la mejor explicación del oficio de cuentista que haya visto jamás y que encaja magníficamente con mi visión personal de lo que entiendo que significa contar un cuento.
Dice nuestro ilustre profesor que: “El cuentista… es el padre y el dictador de sus criaturas; no puede dejarlas libres ni tolerarles rebeliones. Esa voluntad de predominio del cuentista sobre sus personajes es lo que se traduce en tensión por tanto en intensidad. La intensidad de un cuento… es el fruto de la voluntad sostenida con que el cuentista trabaja su obra.” Fin de la cita.
Esta regla se cumple perfectamente con el primero de los cuentos que adorna el libro y que se titula “El turno”. En él, al igual que en el cuento “Ante la ley” de Kafka, alguien espera a que suceda algo exterior que cambie la suerte y arregle el destino. Ambos son cuentos en el que el tema es una espera absurda para un observador exterior al drama.
En “El turno”, se cumplen las siguientes reglas: El cuentista no ha permitido a sus criaturas ninguna libertad ni rebelión y esa voluntad sostenida produce lo que para mí es lo fundamental en una gran historia. Por otro lado, “La voluntad del cuentista sobre sus personajes se ha traducido en tensión por tanto en intensidad”. Pero “El turno” es esto y más, es la historia de un encierro, de unas esperanzas rotas, del resquebrajamiento de la fidelidad, del más puro nihilismo y de la desesperanza existencial que produce esta modernidad que nos devora.

Valentín Amaro se ha lanzado a contarnos las historias que componen su primer libro con una libertad y un lenguaje propio que son “rasgos diferenciadores”, como bien apunta el poeta y narrador Nan Chevalier, y al igual que él, creo que una literatura como la nuestra está siempre necesitada de esa sinceridad en el narrar que es el más importante rasgo de la originalidad.
La segunda historia, “Caravaneando”, es a la vez una crítica al envilecimiento que produce la política vernácula, tan cercana a los ancestrales métodos de una organización criminal, pero es más que eso, es una historia sobre la complejidad del alma femenina, su proverbial inconstancia en los asuntos amorosos y una de las poquísimas historias de relación interracial que se han escrito en nuestro terruño sobre y entre personas de ambos lados de la isla.
El cuento que da título al libro “Mariposas negras” sigue la misma línea argumental de la inconstancia sentimental de la mujer, pero no nos prepara para la introducción del elemento fantástico con el que finaliza la historia que por momentos nos recuerda las visitas del difunto Prudencio Aguilar a su contendiente y matador José Arcadio Buendía.
En historias como el “Delivery”, una mujer descubre que la vida no termina con la muerte de la pareja y que la crítica social solo detiene a los débiles. En “De gatos y sombras” nos llegan reminiscencias de la brevísima novela de Carlos Fuentes, “Aura” en la que el personaje principal tiene una relación de cercanía con los gatos, pero en el caso de Valentín, su historia valientemente muestra la violencia desproporcionada y absurda del que cumple un encargo de venganza sobre una mujer indefensa.
En el cuento, “Aquí estoy, señora, mande usted”, nos encontramos con le típica historia de la mujer abandonada por el marido por unas carnes más jóvenes, ardientes y duras y la solución de la despechada de curarse probando una receta similar al marido. En “Esa locura de azul” y en “Añicos”, vemos las consecuencias de un fanatismo deportivo llevado al extremo. “Spam”, por el contrario, es una historia extraña sobre la tentación de contactar con un desconocido y ese mismo miedo transformado en un sueño liberador.
“Anhelos truncados” se asemeja a una historia de iniciación que se diluye cuando los protagonistas se miran a la cara y él se da cuenta que quizás nunca se acueste con aquella mujer, pero es también una historia que recoge las voces perdidas del barrio en su cotidianidad y rutina repetida e idéntica un día tras otro.
“Nimrod” a quien el poeta nicaragüense Rubén Darío nombra como Nemrod en su poema “A Roosevelt” explora el tema bíblico de la confusión de las lenguas y “Gadara”, también con reminiscencias bíblicas, explora de manera brevísima los temas de la pasividad ante la muerte y el sacrificio.
“El galipote del salto” da una interesante explicación sobre las características de este ser mitológico caribeño que nos asustó más de una vez en las noches oscuras o claras por el brillo de la luna que poblaron nuestra infancia ingenua y rural.
Por su lado, el cuento “Decisión” nos recuerda que todas las órdenes no se cumplen y que aquellos que hoy son dioses poderosos en el Olimpo de nuestra política, mañana fuera del poder, no son más que infelices fantoches refugiados en la inmoralidad de la frase: “Solo cumplía órdenes”.
La última de las historias que compone el libro es más bien un guiño, un reconocimiento de la ciudad, de ese Santo Domingo que nos devora a quienes venimos con nuestro rostro más ingenuo a contemplar su horror.
Finalmente, y de manera muy resumida, las historias que componen este libro están hechas de las materias del sueño, de lo sobrenatural, de la crítica social y sobre todo política muy propias del género negro o policial, especialmente en los cuentos donde opera como motor de la historia la venganza femenina contra el macho patriarcal y opresor que le marcó la vida. Estos cuentos son, además, una visión de lo femenino como se entendía el concepto hasta hace muy poco, pero que en los tiempos que corren, podría ser tachada de sesgada. Por último, estas historias funcionan como el espejo que nos permite vernos y reconocernos en nuestras ancestrales indefensiones.
Compartir esta nota