Esta historia tiene más de treinta años. Se remonta a mis primeros tiempos de ejercicio como abogado, cuando captar un caso era un acontecimiento que se celebraba en grande.

Conocía a Gustavo Olivo Peña como un periodista de grandes perspectivas. No obstante, mi amistad con él se consolida a partir de su vecindad con un negocio de uno de mis hermanos. En ese contexto empecé a descubrir la exquisita calidad humana que lo engrandece. Su extraordinaria sensibilidad y su apego irrenunciable a principios y valores que rigen una existencia que no ha tenido dobleces. Hoy lo miro, y constato que su físico, pese a lo joven que se preserva, habrá podido cambiar, pero su esencia como hombre íntegro permanece intacta. Y eso es lo más importante.

Al tratar a mi amigo se incrementaba mi admiración, respeto y afectos hacia él. De allá hasta acá, no hemos ejercido una relación de cotidianidad, pero eso no ha sido motivo para no estar mutuamente convencidos de que podemos contar el uno con el otro ante cualquier requerimiento que pueda hacérsele a alguien a quien sabemos podemos acudir sin importar el tiempo transcurrido sin verlo.

Cuando la confianza recíproca se fue consolidando, Gustavo empezó a mostrarme algunos de los cuentos que estaba escribiendo, los cuales leía con muchísimo interés. Así llegaron a mis manos varios manuscritos, entre ellos el de “La muerte del poeta”. Este, de manera particular, llamó mucho mi atención.

Por una de esas casualidades de la vida, para aquel entonces yo tenía una vinculación de relativa cercanía con don Juan Bosch. Al leer el texto del cuento de Gustavo, inmediatamente pensé en quien ha sido considerado como uno de los grandes maestros del cuento de América Latina y más allá.

Era tan fuerte la relación que me pareció existía entre la historia tejida por la vida de Manuel, el “poeta muerto”, y la del autor de tantos cuentos legendarios, que me dispuse a lograr que don Juan leyera el cuento de mi amigo.

A partir de ahí, llevaba constantemente conmigo una copia del cuento, a la caza de la oportunidad que valorara como apropiada para compartirlo con el maestro.

Tengo guardada en mi memoria, como reliquia vivencial valiosa, aquella tarde sabatina en que se materializó mi deseo. Primero le hice una introducción sobre la personalidad del autor. Luego le hablé de la vinculación que yo establecía entre el protagonista del cuento y la historia personal de don Juan en lo relativo a la literatura.

Para mayor suspenso, el Profesor tomó el papel. Le echó una superficial mirada.  Con el texto en su mano extendió su brazo hacia mí. Supuse que no estaba interesado. Todo lo contrario: me pidió que le leyera yo mismo el cuento. Confieso que, en ese instante, con menos de tres décadas de existencia, me sentía auténticamente privilegiado y en ningún momento dejé de agradecer, desde mi intimidad, aquella inolvidable ocasión que me había propiciado mi amigo Gustavo Olivo.

No puedo transmitir de forma pormenorizada, por la intensidad de lo que sucedió, la conmoción que sentí al concluir la lectura y ver el brillo acuoso en el azul de los ojos de don Juan. Lo que sí me resulta posible es repetir casi textualmente sus palabras: “La misma causa que produjo “la muerte” de ese poeta en ciernes, fue la que me hizo abandonar la literatura y dedicarme por completo a la política: La desigualdad social”.

Después de recuperarse del momento emotivo, me pidió que le transmitiera a Gustavo, de su parte, que no dejara de escribir, que siguiera haciéndolo con la calidad y la sensibilidad que él consideraba mostraba el cuento que acababa de escuchar.

Al separarnos, lo único que quería era contactar lo antes posible a Gustavo para comunicarle lo que estaba seguro constituiría para él, una de las más excitantes noticias que habría recibido en su vida hasta ese momento. Así fue. Pese a la natural humildad que le caracteriza, no pudo, como era absolutamente normal, resistirse a la emoción que significaba tan contundente espaldarazo.

Por eso, estoy persuadido de que, en el devenir literario de Gustavo, en los éxitos alcanzados y los que pueda depararle el porvenir, estará siempre presente el estímulo invaluable de aquella valoración hecha por una figura de incuestionable calidad y dimensión. De mi parte, feliz por haber sido el canal que propiciara tan fecundo acontecimiento.

Tiempo después, la emoción de aquél momento importante, tanto para Gustavo como para mí, retornó de forma súbita. Se produjo cuando mi amigo me comunicó que quería que escribiera unas palabras describiendo lo ocurrido en ese episodio lejano.

Obvio que acepté complacido, pero nunca podía suponer que me pediría que leyera lo que escribí en la puesta en circulación del libro de cuentos “Desde un costado de la (des) memoria“, que incluye “la muerte del poeta”.

El poeta y el cuentista pudieron haber muerto. Por suerte, lo que de ambos sobrevivió, justifica su existencia.

Muchas gracias

Pedro P. Yermenos Forastieri

26 de agosto 2025

(*) Texto escrito para la presentación del libro “Desde un costao de la (des)memoria”, de Gustavo Olivo Peña, el 26 de agosto de 2025, en la Sala Aída Cartagena Portalatín, de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña.

Pedro P. Yermenos Forastieri

Jurista y escritor

El doctor Pedro P. Yermenos Forastieri, juez del Tribunal Superior Electoral, es graduado, con honores, de Doctor en Derecho de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, UASD, desde el año 1986. En el año 1999, cursó una Maestría en Derecho Empresarial y Legislación Económica, en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, PUCMMM, y en el año 2012, otra en Derecho de los Negocios Corporativos, en la misma entidad académica. De igual manera, ha realizado diversos estudios en centros educativos nacionales e internacionales, dentro de los cuales se destaca la formación recibida en derecho público en el prestigioso Centro Latinoamericano para la Administración del Desarrollo, CLAD, institución donde ha recibido capacitación en tres oportunidades.

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