Toda poesía nace en un punto que no pertenece al tiempo ni al espacio, sino a la zona de cruce donde ambos se integran: el instante poético. Ese instante es menos un momento que una irrupción, una fisura en la continuidad del mundo en la que la palabra deja de funcionar como herramienta y se convierte en presencia. En ese tránsito, la palabra deja de ser un medio para expresar algo y se vuelve la cosa misma. En este escrito me propongo retomar y desarrollar con mayor profundidad una reflexión que expuse inicialmente en "Qué es el haiku", texto que forma parte de mi libro Hebras de tiempo (2005).
La intuición poética no debe confundirse con sentimentalismo, sino que constituye una forma de pensamiento dotada de su propia lógica interior. En ella, el sujeto no se distancia del mundo : lo vive desde dentro. Mientras la ciencia analiza y mide de manera objetiva, la poesía se abre como una experiencia integral, donde percepción y sentido se entrelazan sin fragmentarse.
Por eso, el espacio poético deja de ser simple extensión física y se vuelve un territorio de resonancias. Allí, las cosas no se presentan sólo como objetos, sino como presencias que nos afectan y nos convocan. La ciencia estudia una flor para conocer su estructura; la poesía la habita, percibe su fragancia, su belleza y su vínculo silencioso con la vida.
Cuando el poeta dice casa, río, sombra o lluvia, no designa meros nombres, sino ámbitos de experiencia que se despliegan en quien los recibe. El espacio poético puede entenderse como una forma de interioridad constituida a partir del mundo , una dimensión de la experiencia humana que se configura desde la subjetividad y se despliega en diálogo constante con la realidad exterior.
El instante poético es, pues, el acontecimiento en que esa interioridad se abre: el mundo aparece, se mira a sí mismo desde el relámpago de una conciencia. Se trata de una experiencia de intuición : un saber sin método, un saber que no se razona, sino que se "revela", como diría Octavio Paz.
En Ser y tiempo, Heidegger llama "Augenblick" (guiño, parpadeo) al instante auténtico, al tiempo de la vida (no del reloj), ese mirar que acontece cuando el ser se deja ver en su verdad, autenticidad y resolución. No es un momento cronológico —no pertenece al tiempo sucesivo— sino un modo de estar en el tiempo : una disposición. En el instante, el hombre no “posee" el tiempo, sino que es poseído por la apertura del ser.
En este sentido, la poesía no describe el mundo, ni lo explica: lo desoculta. Cada poema es un acto de fundación ontológica. La intuición poética sería entonces una forma de desvelamiento. "El lenguaje —dice Heidegger— es la casa del ser"; pero esa casa no es sólida ni estable: es un claro, una llovizna, una intemperie.
Cuando el poeta escribe, habita ese claro. El espacio poético es el ámbito de la llovizna, de la intemperie donde la palabra toca su origen. A diferencia del lenguaje referencial, el lenguaje poético es polivalente y ambiguo, va más allá de la mera comunicación o descripción. En el poema el instante se convierte en morada, y la morada, en experiencia del ser.
Por eso, el poema no simplemente transcurre: acontece. No es un hecho que pasa ni un pasatiempo destinado a olvidarse, sino una experiencia activa que se vive en la percepción del lector. Su tiempo es vertical —se concentra, se profundiza— y no lineal; su espacio es interior, no geográfico. Cada verso inaugura un territorio donde una forma del ser se vuelve visible en el lenguaje. En ese sentido, toda poesía auténtica adquiere un carácter metafísico : no porque hable de lo trascendente, sino porque trasciende la utilidad del lenguaje y lo devuelve a su estado primordial, no dialéctico, “al murmullo donde se desata el desequilibrio de sus poderes soberanos” (Foucault).
Si Heidegger pensó el instante como apertura del ser, Gaston Bachelard lo imagina como expansión de la intimidad. En La poética del espacio, la casa no es un lugar físico sino un "nido del alma". Cada rincón, cada escalera, cada cuarto cerrado contiene una memoria del ser habitando su mundo.
Para Bachelard, la imaginación poética no se limita a reproducir imágenes: las crea como espacios de existencia. La imagen poética es un lugar en sí, y el instante poético, el momento en que ese lugar se vuelve habitable.
Hay en su pensamiento una fenomenología de la ternura, de la imaginación , una forma de comprensión y conexión íntima y afectiva con el mundo a través de la poesía, capaz de expresar experiencia que van más allá de la mera descripción objetiva. El instante, de acuerdo a este enfoque, no es la irrupción violenta del ser, sino su insinuación. La intuición poética abre un refugio donde el tiempo se aquieta, se aplaca, reposa : el espacio se convierte en una respiración, un proceso rítmico, de profunda interconexión, entre el individuo y su entorno.
Octavio Paz vio en el instante poético una reconciliación de los contrarios. En El arco y la lira, el poema aparece como "un presente puro donde los opuestos se tocan". El tiempo deja de fluir y el espacio se condensa en un punto luminoso. Ese punto no pertenece al calendario ni al mapa: es un "centro sin circunferencia", un espacio de revelación.
Paz asocia esta experiencia al erotismo y al amor: ambos suspenden la duración, ambos revelan al otro como totalidad. "El instante erótico —dice— es el salto mortal del tiempo hacia la plenitud." El poeta, como el amante, no busca poseer el mundo, sino ser poseído por él.
En el marco de la cultura líquida contemporánea (Bauman), donde todo es fugaz, desechable y sin profundidad, el instante poético aparece como una resistencia radical al tiempo acelerado. Si la cultura dominante tiende a banalizar el instante —convertirlo en “contenido”, en mercancía, en consumo inmediato—, la poesía lo devuelve a su densidad ontológica.
El poeta, al escribir desde la intensidad del instante —no desde la urgencia del presente—, se opone a la lógica de la productividad, del flujo incesante y de la competencia de mercado. El poema, concebido de este modo, no busca ser "actual" ni responder a la inmediatez del presente; se inscribe, más bien, en una temporalidad distinta, arcaica, donde lo esencial no reside en decir, sino "en dejar lo indecible como no dicho, y justamente en y a través de su decir”(Martínez Matías, 2011).
En la era de la saturación, el instante poético es hoy una forma de resistencia frente al exceso de información. La intuición poética no consiste en comprender, sino en suspender la comprensión, en dejar que el mundo aparezca sin mediaciones.
La intuición poética se parece al relámpago: no ilumina por análisis, sino por fulgor.
A diferencia del pensamiento racional, que avanza por pasos, la intuición salta las fases del proceso. Su saber es instantáneo, pero no superficial: es profundidad sin recorrido.
En el instante poético, esa intuición se materializa en espacio. La imagen —como dijo Bachelard— es el lugar donde la conciencia se reconoce. Por eso, cada imagen poética funda un territorio. Cuando Paz escribe “el instante que relumbra”, cuando Vallejo dice “hay golpes en la vida, tan fuertes… yo no sé”, o cuando Bei-Dao declara “para despertarme, la medianoche deja caer sus hojas”, el lector no sólo entiende : habita en esa imagen.
La poesía no comunica ideas : comunica espacios de experiencia. En ellos, el tiempo se vuelve táctil (palpable en el ahora) y el pensamiento, respirable, lo que implica una conexión emocional profunda. La poesía no es una lección o un conjunto de argumentos lógicos. Es una invitación a un estado emocional o sensible. En lugar de decirte "esto es la tristeza", te sumerge en una atmósfera que te hace sentir la tristeza.
En las tradiciones místicas y poéticas, el instante ha sido siempre una forma del conocimiento. No un saber discursivo, sino una epifanía. Desde Heráclito hasta Rimbaud, el poeta percibe el mundo no como sucesión, sino como presencia súbita y descubrimiento.
En ese instante, la realidad deja de ser objeto y se vuelve relación. El yo se disuelve en el tú, el adentro se abre al afuera, el tiempo se convierte en espacio. La intuición poética es, así, un modo de conocimiento sin mediación ,un saber que se sabe en el acto de saberse, esto es : “sin que haya una separación entre el acto de conocer y la conciencia de ese saber” (Paz, 1956).
Por eso el instante poético no es sólo tema de la poesía, sino su condición indisoluble. Sin él, no habría poema posible. Todo poema es, en última instancia, una tentativa de retener el instante que se escapa.
Habitar el instante es aceptar la imposibilidad de retenerlo. La poesía, sin embargo, insiste: busca ese punto donde el tiempo se pliega sobre sí mismo y el espacio se convierte en respiración. En esa búsqueda, la palabra no sólo nombra el mundo, sino que lo crea.
Quizá eso sea, finalmente, la intuición poética: la certeza de que el mundo sólo existe en el momento en que lo decimos.
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