El primer poeta, sabemos quién es; mas ese poeta, que sabemos quién, no puede modificar su obra: por voluntad y creación misma, esa es tarea de los otros. Crear una nueva realidad mediante la manipulación de la palabra, el instrumento; y esa nueva realidad, el hecho poético, sumarla a la realidad mayor: el mundo. De modo que hubo que esperar por el pensar, ser de carne en descenso desde el nacer mismo, nudo de contradicciones y retorcimientos que procede de la primera arcilla; y esa arcilla primigenia, en las articulaciones de vocales y consonantes, encuentra su concreción como tejido expresivo al sucederse en la línea por la que fluye el armazón de posibilidades significativas: las verosimilitudes, la otra realidad que a la realidad mayor se suma.

Y en tu tiempo, mucho andado, más cercano a nosotros, así, rematando orígenes, desde la primera voz que asume Homero hasta, en tiempo de ahora, Odiseo Elytis —en Dignum est también: “Lengua me dieron en los arenales de Homero”—, la tradición que todo poeta, cuando lo es, modifica agregando el matiz de su voz al poema mayor.

Este breve trabajo sobre Voces de mi voz, poemario de Enegildo Peña, corresponde no literalmente a la palabra que pronunciamos en su puesta en circulación en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. En nuestra lectura advertimos un rasgo estructural-expresivo muy distante de la práctica poética normal que rige, en cierto modo, lo inmediato del quehacer poético. Ese rasgo que atrajo la atención es sobre el que trazamos estas líneas.

Se trata de una estructura de embudo o de pirámide invertida, construida mediante la enumeración de elementos propios del contexto físico en el que se asientan los elementos que conforman el nudo temático del asunto que se poetiza; asunto este que podemos adelantar: el ejercicio del sexo en su grado más extremo.

La construcción espacial y del interior humano se inicia con la palabra cama. De repente, un dato, una palabra que despierta y asombra, y se inicia la estructura que dominará el poemario en su integridad:

En el espejo de mi cama

Así, cama; después de ella, el nombrar el espacio en que se subraya lo que se poetiza: el vivir en uno de sus ejercicios vitales, el hacer el amor hasta agotarlo entero. Así, en sucesión, el dato o gesto —la cama— se transforma en estrategia, en ángulo de la construcción: la enumeración espacial, presenciada en los poemas que va construyendo. Y esa enumeración, que se manifiesta tanto en ascenso como en descenso, se inicia con el primer poema, el umbral, Detrás de mí:

Detrás de mí, todo se pierde
en el espejo de mi cama.
Otros ojos son sus reflejos
en la luz de otros cuerpos perdidos
que todavía recogen
los gemidos que hay en mí.

Mi cuerpo es el espejo
que está detrás de mí y mi cama.

La unificación productora de lo que se poetiza en mayor grado se construye con la variante de la primera persona —— que asume el yo, al personaje y a la persona. Se articula y se funde con el sustantivo nuclear, que es espacio y sustancia a la vez: la cama, escenario y también personaje. Uno y otro son lo mismo; la conjunción, la nueva realidad, se inicia, y de ella comienzan a deslizarse las otras palabras-núcleo que construyen el andamiaje y el acto.

Y en orden descendente se suceden las palabras con su razón de sentido unitario, las que van construyendo los contextos; así, el tejido se forma en la individualidad y en el conjunto. Nos preguntamos, avizorando el derrotero del poemario, de dónde proviene esta realidad ordinaria, tan habitual, tan inmediata, que casi olvidamos que existe, aun existiendo uno inevitablemente en ella. No reparamos en ella, pero ahí está.

Entonces, lo que despierta el asombro, el hallazgo de lo poético, es precisamente rescatar la visión de lo ordinario que en este poemario se visibiliza, anulando ese predominio de ignorancia de su ser y de su estar en la cotidianidad, y sin duda alguna en los esenciales de la vida. Porque ahí está la tierra que nos sirve y nos sostiene; donde desde su primer ser han librado los cuerpos sus más excelsas épicas y grandes batallas eróticas.

Conciencia poética de Enegildo Peña

A esta cama, en orden descendente que al mismo tiempo es ascendente —porque dependerá del ángulo, del espacio donde se escenifique la batalla erótica, por dónde va el poema y también del ángulo del lector—, es precisamente hacia donde poetiza Enegildo Peña en energía y materia.

Esta cama se va expandiendo con las siguientes palabras constructoras: la sábana, el cuarto, las ventanas, las paredes, el exterior cercano —las flores, el agua, la lluvia—. Las manos vuelven al cuerpo:

Mis manos regresan al goce de su infancia
para revivir en su adultez.

La segunda parte es aquella donde se escenifica la batalla en plenitud de cuerpo. Para ello, veamos el poema 3 del apartado titulado Voz de la muerte:

En la soledad de la noche estoy solo
mirando mi cuerpo en el aliento de su sombra.
Aún no sé lo que me espera
en la liquidez de la memoria de mi cama.
Sigo en ella.

Mientras, mi ser estará mañana desolado
en el tedio de mis noches solas.

Este es un poema que posee y proyecta una redondez expositiva, condición propia y necesaria del poema. Sobre esta construcción fónico-sintáctica se derrama la incertidumbre: el hombre y la mujer, en manifestación propia de su ser, asientan esa incomodidad esencial, pues la satisfacción del ser apenas asoma en el transcurrir humano, y aun la plenitud del ejercicio de la carne no da respuesta a esa insatisfacción.

Lo que decimos a nuestro modo es resultado de la globalidad del poemario, condición intrínseca que se rectifica en el poema 2 de la página 40, que transcribimos:

Suelto las manos
en la sombra de tu cuerpo,
ahondando en tus adentros,
donde mis manos llegan
a mojar el silencio de tu ser.

Recoge tus manos entre las mías
en la luz estacionada de tu hueco,
donde renazco en medio de nosotros.

No sueltes tus manos,
déjalas ahí donde vuelvo a nacer
y regreso a la flor de tu cuerpo.

Aquí descansa y se ahonda la tensión que proviene de esa insatisfacción humana nacida de la batalla librada por los cuerpos, alejados de cordura y de sentidos: solo cuerpos, sangre, saliva, quejidos, musgos, líquidos acuosos, entrelazados, yuxtapuestos y encimados, alborotados todos en un sueño que necesariamente tendrá su despertar.

Las pirámides invertidas, el embudo, estructura dominante de la que fluye o se desliza lo que se poetiza: el ejercicio del cuerpo en el acto profundamente amoroso, o mejor dicho, tremendamente erótico; superlativo que muestra y denota el grosor del pensamiento poético que, a fuerza de expresividad, construye el universo de las palabras de Enegildo.

Mas hay un gesto que celebramos quienes lo conocemos y tratamos, y que lo hacemos nuestro, como cada uno de sus breves poemas: el rayo de luz procedente de lo alto, del azul entero, en los poemas de Dionisio López Cabral y en este, de Enegildo Peña, que bien nos lo acerca ahora que pulsó estas líneas en el fluir de buenas vibras.

El rostro de la lluvia

A Dionisio López Cabral, dondequiera que se encuentre

La lluvia
es el rostro
de los ojos del cielo
en las manos de las nubes,
húmeda de la tierra.

Justo y buen homenaje al poeta vivo Dionisio López Cabral, al hombre y a su hacer: poesía única y entera como fue y aún continúa en el espacio donde ahora mora y habita, ejemplo de concreción del poder del Dios azul. Buen recodo este para cerrar Voces de mi voz de Enegildo Peña.

José Enrique García

Poeta y novelista

Nacido en 1948, Licenciado en Educación y Letras de la Universidad Católica Madre y Maestra, Doctor en Filología por la Universidad Complutense de Madrid y Miembro de número de la Academia Dominicana de Lengua. Ganador de premios como Siboney de poesía con su obra El Fabulador, Premio Nacional de Novela con Una vez un Hombre. Escritor del Ritual del tiempo y los espacios, Un pueblo llamado pan y otros cuentos infantiles, ensayos como La palabra en su asiento y El futuro sonriendo nos espera.

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