La nueva edición trilingüe de Siete Gotas de Arena, cuentos del escritor José Báez Guerrero, fue presentada en un concurrido acto en Ottawa, capital canadiense, como parte de la celebración del mes de la herencia hispana.
El autor pronunció un discurso improvisado el sábado 4 en la VII Feria Iberoamericana del Libro en Canadá, en la Universidad Saint Paul, en Ottawa.
Damas y caballeros:
Agradezco a esta prestigiosa universidad católica Saint Paul, la más antigua academia de estudios superiores de la capital de Canadá con 176 años de reconocida excelencia intelectual, a los organizadores de este acto en el marco del Mes de la Herencia Hispana y su magnífica feria del libro que arriba a su séptimo año, al embajador José Blanco y sus colaboradores de la embajada de la República Dominicana, por su cálida presentación y amable invitación. Gracias muy especialmente a todos los presentes que me honran con su asistencia.
Distingo también la apreciada compañía del pasado presidente de la Academia Dominicana de la Historia, el colega Juan Daniel Balcácer, con su esposa doña Kenia Kury, que ha viajado desde Santo Domingo por su excelente cátedra magistral sobre Santo Domingo y las independencias iberoamericanas, ofrecida ayer en la Universidad de Ottawa, con magníficas explicaciones que sus oyentes aplaudimos.
Me complace agradecer sus cortesías e interés por mi libro Siete Gotas de Arena a sus excelencias los embajadores, Alfredo Martínez Serrano del Reino de España, Carlos Alberto Franco França de Brasil, Juan Carlos García de Chile, Carlos Morales de Colombia, Germán Serrano de Costa Rica, Ricardo Cisneros de El Salvador y Rodrigo Malmierca de Cuba.
Ha sido un privilegio compartir con cada uno y con los colegas escritores que participan en esta feria del libro iberoamericano.
Relatar historias o contar cuentos es quizás una de las más importantes costumbres humanas desde que comenzamos a organizarnos socialmente.
Mucho antes del desarrollo de la escritura, en prácticamente todas las culturas del mundo, tras las faenas de caza y más adelante las labores de labranza o cría de animales, los cuentos fueron una manera de crear y preservar explicaciones sobre lo desconocido, narrar acontecimientos del pasado y crear mitos o religiones.
La palabra fundamentó la organización social que inicialmente dependió de compartir creencias a partir de las cuales se legitimaban las jerarquías y modos de convivencia.
Sería un atrevimiento venir a repetir lo que tienen ustedes mejor sabido que yo. Pero deseo resaltar cómo lo anterior ocurrió en muy diversas, distantes e inconexas culturas que coincidieron asombrosamente al adivinar la existencia imaginada de sirenas, dragones o hasta explicaciones sobre un supuesto origen extraterrestre de la humanidad.
La tradición oral preservada por la literatura, el arte de la expresión verbal fijada por símbolos y la escritura, es la piedra fundamental del edificio de toda cultura humana.
Entre tantos distintos pueblos hay una misteriosa urdimbre, quizás similar al “entanglement” de la física cuántica, fenómeno mecánico incorpóreo que vincula inextricablemente el destino de dos partículas sin importar la distancia cósmica que las separe, como el esoterismo tántrico enraizado en el antiquísimo sánscrito.
Así pues la literatura, el medio de manifestación del alma y acervo de una lengua, vehicula a veces que la imaginación pueda ser un eco del futuro. Las más fantásticas ficciones, en su tiempo increíbles, han sido precursoras de muchos de los avances científicos, tecnológicos, sociales o prácticos que hoy lucen ordinarios.
Estos avances parecen relegar a un plano inferior a las humanidades, que son precisamente el principal objeto de estudio de esta universidad y de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Ottawa.
Este notorio desdén anti-científico por los aspectos creativos del intelecto humano, como las artes y la literatura, la filosofía, la historia o las lenguas, es paradójico puesto que sin pisar los escalones que representan las humanidades habría sido imposible ascender hacia el desarrollo de los conocimientos resultantes de observar, razonar y estructurar lógica y sistemáticamente los datos o informaciones cuyo conjunto conforma la ciencia y sus aplicaciones.
La memoria comenzó a ejercitarse y organizarse gracias a la literatura, los cuentos de la gente primitiva. Para facilitar su recordación, previo a la escritura nos alumbró la poesía, que emplea figuraciones expresadas verbalmente con armonía y ritmo, primero sobre ideas concretas y luego con abstracciones en verso o prosa, que manifestaba, con belleza y sentido estético placenteros, el cuento o idea que debía recordarse para transmitirlo de una a otra generación.
Aparte de facilitar la memorización, la poesía llevó la mente humana al estadio superior del habla que es aludir sin nombrar. Para representar los poemas ante un público mayor que los reunidos alrededor de algún fuego para cocinar o calentarse, surgió el teatro, con sus simbolismos y diálogos o coros, incorporando música y escenarios.
Uno de los más recientes géneros de la literatura es el periodismo. Este desacreditado oficio que ejerzo desde hace 46 años, mal llamado profesión, es uno de los pilares de las sociedades democráticas con imperio de la ley y debido proceso.
Sabemos que consiste en conseguir, verificar y difundir informaciones que afecten o interesen al público e interpretarlas mediante análisis u opiniones, a través de medios escritos, auditivos, visuales o plataformas digitales.
Ningún ciudadano puede cumplir cabalmente sus obligaciones cívicas ni tomar decisiones informadas cuando la prensa incumple sus deberes o se corrompe. Este reciente género que se nutre de realidades –digo casi nuevo porque el poema sumerio de la épica de Gilgamesh data de unos tres mil años antes de Cristo—ha sido extrañamente una prolija cantera de escritores de ficciones, sean cuentos o novelas o guiones para teatro o cine.
Al periodismo debemos autores tan significativos como Vargas Llosa, García Márquez, Hemingway, Twain, Böll, Grass, Hesse, Balzac, Camus, Zola, Delibes, Javier Marías, Pérez-Reverte y Ruiz Zafón. Pocas mujeres, como Joan Didion o Martha Gellhorn, comenzaron sus carreras como escritoras siendo periodistas.
Esta notable prevalencia masculina seguramente extraña aquí en Canadá, donde su parnaso literario lo encabezan excelentes autoras como Margaret Attwood, Kit Pearson, Alice Munro, Susan Juby, Margaret Laurence y Eden Robinson.
Hablando de periodistas, damas y caballeros, sé que pocas cosas son tan peligrosas como darle un micrófono y una audiencia cautiva a un periodista. Si nos dejan, como dice la canción de José Alfredo Jiménez que canta Luis Miguel, no pararemos de hablar hasta que se acabe la saliva…
Prometo casi terminar, pero confieso que los aplausos me encantan y que a mi juicio el autor que niegue esto miente o ha recibido pocos, pues todos quienes escribimos deseamos ser leídos y apreciados, porque si no, ¿para qué publicar?
Les cuento, para casi concluir, que Siete Gotas de Arena fue publicado originalmente solo en español en 2007 en Santo Domingo. Lo presentó Federico Henríquez Gratereaux. Afortunadamente esa edición se agotó.
Varios amigos me urgían a producir una nueva edición, pero prefería dedicar tiempo a libros nuevos, hasta que decidí reimprimirlo, pero incluyendo traducciones al inglés y el francés, que terminé haciendo yo mismo, inconforme con las que hicieron otros traductores.
En varios ensayos trato el asunto de las traducciones, que siempre me ha fascinado pues tuve un tío-abuelo políglota que dominaba cinco lenguas vivas y también latín y griego clásico. En español y otros idiomas latinos, el habla natural tiende a ciertos patrones que facilitan maneras particulares de versificación.
El griego de un milenio antes de Cristo poseía características que inclinaban a los poetas a formas adecuadas a esa lengua, como una métrica denominada hexámetro dactílico. El lexicógrafo inglés Ben Jonson (1572-1637) argumentó mordazmente que “el griego estuvo libre de la infección de la rima”.
A fines del siglo XVI o principios del XVII, Jonson produjo un poema cuyos versos contienen su docta opinión, del cual cito este fragmento:
“A Fit of Rhyme against Rhyme”
Greek was free from rhyme’s infection,
Happy Greek by this protection
Was not spoiled.
Whilst the Latin, queen of tongues,
Is not yet free from rhyme’s wrongs,
But rests foiled.
Perpetré la osadía de ponerlo en español del siguiente modo:
“Un Canto de Rima contra la Rima”
De la rima, el griego fue librado.
Feliz griego, así desinfectado,
no fue fuñido.
Pero el latín, reina entre las lenguas
no se libró porque la rima mengua,
sigue agredido.
Alfonso Reyes, en su ensayo “Las Jitanjáforas”, incluido en su libro La Experiencia Literaria, publicado por Losada en Buenos Aires en 1952, ilustra cómo la maldición de Babel fue tan efectiva que no sólo embrolló el lenguaje, sino hasta cómo oímos otros sonidos naturales. Así la onomatopeya, imitación o recreación del sonido de algo en el vocablo que se forma para significarlo, resulta intraducible. Veamos el ejemplo del “habla” del gallo que cita Reyes:
En español, quiquiriquí;
en francés, cocoricó;
en alemán, kickeriki;
en inglés, cock-a-doodle-doo.
Estos antecedentes me condujeron hacia estas Seven Drops of Sand y Sept Gouttes de Sable que hoy por cortesía de la embajada dominicana en Ottawa se ofrecen junto con el original en español en la celebración de la literatura hispanoamericana en esta bella capital canadiense.
En vez de abundar yo mismo acerca de qué trata, abusaré nueva vez, inmodestamente leyendo la opinión del laureado cuentista dominicano José Alcántara Almánzar publicada hace unos días en uno de los principales diarios dominicanos: “en nueva edición trilingüe, Báez Guerrero entrega esta colección de historias escritas en una prosa ejemplar que revela su dominio del género, su veteranía en el oficio de narrador culto que maneja con destreza los intrincados misterios de la memoria, la fatalidad del destino, los exorcismos para conjurar el olvido, las delicias del sexo, pero sobre todo, con elegancia insuperable, los escabrosos pasadizos de la historia y la política continentales”.
Perdónenme, pero como no puedo hablar así de mi obra y en Canadá soy un desconocido, he pecado con esta indelicadeza contando con su indulgencia.
Uno de los siete cuentos, titulado Duda, se trata de un texto con poca puntuación, que siempre he creído que es un plagio de un breve, pero intenso poema que leí en los años noventa en The New Yorker o Atlantic Monthly, no recuerdo cuál revista estadounidense. Decía Borges que “la duda es uno de los nombres de la inteligencia. Quien nunca duda, jamás piensa…”.
La incertidumbre sospechosa es sin dudas la madre de la mejor ciencia y espectro persecutor de casi todas las certezas humanas y algunas divinas. Abono del saber, veneno del amor…

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