En un país donde el coco cae del cielo y el arte brota de macetas, no es de extrañar que una mata de palma —sí, en su glorioso tarro de supermercado reciclado— se alzara con laureles y aplausos en la Bienal 2025, mientras pintores lloran en óleo y escultores se oxidan en silencio.
Pero no desesperéis, almas creativas, que he aquí siete ideas infalibles para ganar la próxima edición de la 32.ª Bienal Nacional de Artes Visuales 2026, ese festín de conceptos elevados y tarros glorificados. Porque sí, señores y señoras, la Bienal se perfila como templo de la innovación, donde la frontera entre el arte y el chiste de mal gusto se difumina como acuarela mojada. Debemos tener en cuenta que no se trata de justificar o describir la propuesta con un lenguaje florido, ya que, con suficiente retórica y una dosis de sofismo, hasta una simple palma en un tarro puede presentarse como algo excepcional.
La convocatoria está abierta, como siempre, a dominicanos de aquí y de allá, y a extranjeros con cinco años de paciencia migratoria y al menos una mata de palma a la mano (que no esté moribunda, por favor —eso sí descalifica). Así que, si tienes un tarro, una mata, y una idea lo suficientemente ambigua como para hacer dudar hasta al curador más snob, ya estás más cerca del Olimpo artístico nacional. Sin más preámbulos aquí mis siete ideas:
Propuesta artística No. 1, para la 32.ª Bienal Nacional de Artes Visuales, 2026. «Barriendo la Existencia, escultura conceptual en un acto de limpieza espiritual»

Presentamos con reverencia y desparpajo una pieza profundamente conceptual, titulada «Barriendo la Existencia», una escultura viva —si no en forma, al menos en intención—, compuesta de materiales nobles, reciclados y existencialmente agotados, una oda a lo cotidiano como símbolo de lo eterno.
La escoba, ese instrumento subestimado, se alza aquí como heroína trágica. No barre suelos, barre debilidades, defectos, inmundicias humanas, esas migajas de ego que el arte a veces finge ignorar. Cada barrido es un exorcismo; cada brizna, un grito.
El tirigüillo de palma, filamento dorado del alma vegetal de la patria, se convierte en la cabellera sagrada del arte nacional. No es simple fibra, es el cabello místico del símbolo cultural, una melena rústica que acaricia los suelos rotos de nuestra historia, arrastrando la gloria olvidada de las bienales pasadas.
El palo de madera no es sólo palo, sino fuerza, árbol, vida comprimida, columna vertebral del esfuerzo, eje que sostiene el universo humilde de quien limpia lo que otros ensucian. Un tronco caído que, en vez de morir, se convierte en arte. (¡Aprendan, esculturas de mármol sin alma!)
El amarre, hecho con un tubo de goma de motor, es la metáfora más sublime del caos caribeño, caucho que une, que resiste, que no deja caer la vida cuando todo tiembla. Y por si fuera poco, dos grampas valientes, un par de cicatrices metálicas que sellan el destino del objeto. Hierro sobre palma, realidad sobre utopía. Juntos, estos elementos no componen una simple escoba. No. Es una declaración. Una rebelión. Un performance estático. Es la denuncia silenciosa de un sistema que premia lo absurdo y olvida lo auténtico… aunque, claro, aquí lo absurdo ya es lo auténtico.
Propuesta artística No. 2, para la 32.ª Bienal Nacional de Artes Visuales, 2026. «Vehículo del porvenir: alegoría móvil del progreso en reversa» Instalación escultórica sobre ruedas, compuesta por elementos orgánicos y resignificados.

Presentamos con orgullo tropical y sarcasmo académico el proyecto, «Vehículo del porvenir», una pieza de ingeniería poética y arqueología visual construida a partir de la memoria rural y la esperanza oxidada.
Un carrito de ruedas de javilla, construido artesanalmente, sin planos ni permisos, con seis ruedas —tres a cada lado— y varias repuestas, que reposan a lo largo de un palo central, columna vertebral de este animal de carga simbólica. No hay acero inoxidable, ni fibra de carbono; solo madera, clavos sudados, y fe en que avance.
Las ruedas de javilla, fruto caído y endurecido del suelo criollo, no giran por eficiencia, sino por resistencia cultural. No ruedan como en Silicon Valley; ruedan como en Loma de Cabrera, en Hondo Valle, en Cotuí, en los patios de mi infancia.
El sistema de dirección es puro genio popular, dos alambres o sogas a los costados, con los cuales el conductor (a menudo un niño soñador o un artista frustrado) guía este artilugio hacia el abismo o la gloria, dependiendo del grado de inclinación del terreno… y del alma. Este objeto no es nostalgia ni juguete, es un manifiesto en movimiento. Un ejemplo nítido de cómo el atraso, sabiamente reinterpretado, puede diseñar el futuro. Donde unos ven precariedad, nosotros vemos innovación ancestral con materiales del entorno. Porque los elementos naturales del medio, madera, semillas, sogas, creatividad heredada, son aquí los verdaderos insumos del arte de vanguardia. ¿Quién necesita sensores cuando se tiene el instinto?
Propuesta artística No. 3, para la 32.ª Bienal Nacional de Artes Visuales, 2026. Obra: «Donde la fe arde más que el keroseno. Altares portátiles para los que no tienen planta»
«Y la noche, en su abismo sin lámpara,
se dejó mecer por una chispa que olía a queroseno y milagro.»
— Fragmento apócrifo del evangelio de la resistencia

Descripción de la obra:
La obra se presenta como una instalación objetual de estética povera, compuesta por una lata vacía de líquido de frenos, reconvertida en lámpara humeadora, con un pabilo de tela de combustión veloz y un corazón empapado en keroseno —alma líquida de los que aún insisten en ver algo, aunque la luz se haya ido hace horas.
Esta llama precaria se enciende en medio de un espacio cuidadosamente oscurecido, invadido por una atmósfera sonora sutil de grillos y viento campesino, evocando la quietud del campo en apagón, esa penumbra que sólo rompe el canto de los insectos, fieles heraldos del silencio eléctrico.
El olor ácido, penetrante, casi místico del keroseno invade el aire. La luz vibra. El artefacto humea como un sahumerio de urgencia. Y el espectador se ve rodeado por un aura de pobreza iluminada, que no es miseria sino ascetismo involuntario.
Justificación sobre los materiales:
La lata de líquido de frenos, despojada de su función original, es aquí el cáliz oxidado de una misa doméstica, el contenedor sagrado de una llama indeseada pero necesaria. Es metáfora del deterioro funcional, donde antes se detenía el vehículo, ahora se enciende la esperanza.
El pabilo, de tela suave y ávida de combustión, es la lengua que canta breve en el fuego. Su fragilidad es símbolo del cuerpo extenuado, del tiempo escaso, del recurso mínimo que igual arde, como arde el pecho del que sobrevive con la nariz llena de humo negro por cada respiración.
El keroseno, omnipresente, es un perfume de guerra, un incienso industrial que se adhiere a los dedos, a la piel, al alma. Tiene el olor de lo imposible, es lágrima fósil y gasolina de los pobres. Su presencia es invasiva, pero nunca gratuita, denuncia, reclama, y consagra.
Sobre el lenguaje simbólico podemos decir que la obra está compuesta por signos materiales que se vuelven metáforas tangibles:
- La oscuridad es matriz.
- El grillo es el poeta.
- El artefacto, una reliquia de lo precario que arde como una vela de altar en la capilla del sobreviviente.
- El olor es una forma de palabra no pronunciada.
- La llama, un verso encendido.
En esta instalación, el lenguaje no es sólo verbal. Es táctil, olfativo, sonoro. La propuesta es como un poema que se manifiesta en la experiencia sensorial total, no se lee, se respira. No se recita, se enciende.
En cuanto a la dimensión estética y conceptual, la obra se inscribe en la tradición del arte povera, el arte político y el arte como acto ritual. Es una forma de liturgia laica, una ceremonia mínima de fe encendida, que transforma la penumbra en acto estético, y el residuo en altar. Lo que se plantea no es una crítica directa, sino una epifanía poética, se muestra lo que es, sin ocultarlo, y se le da un marco de sentido trascendente.
En tiempos donde la electricidad se ha vuelto un mito, y la oscuridad una patria, «Donde la fe arde más que el keroseno. Altares portátiles para los que no tienen planta» nos recuerda que la llama del que espera —aunque huela a muerte y mecánica— sigue siendo un acto de amor encendido
contra la noche del olvido.
Propuesta artística No. 4, para la 32.ª Bienal Nacional de Artes Visuales, 2026. Obra: «Molenillo: artefacto giratorio de la resistencia doméstica» Instalación performativa con componentes mecánicos de baja revolución y alta nostalgia.

Entre el alboroto de licuadoras industriales, batidoras de cuatro velocidades y procesadores de alimentos con inteligencia artificial, resurge del fondo de una gaveta enmohecida el molenillo, licuadora de mano, batidora de la abuela, acelerador de jugos tropicales y sueños sabrosos.
Pero no se engañen, señoras y señores del arte moderno, esto no es un simple utensilio. Es una máquina del tiempo mecánica, propulsada a muñeca y paciencia, construida no con motores, sino con sudor, el mismo con el que se mezclaban los ponches de huevo de pato, esa delicia prohibida entre la salmonela y la gloria.
Descripción técnica de la obra:
- Cuerpo del molenillo hecho de metal cansado pero digno,
con aspas que no cortan, acarician el jugo de chinola
como quien le canta un bolero a una fruta madura. - Mango de madera suavizado por generaciones de manos femeninas que lo empuñaron con amor, con fuerza y con el secreto de la proporción perfecta entre leche evaporada y azúcar prieta.
- Sistema de rotación manual diseñado para que el brazo arda,
pero la bebida espume como si viniera del cielo. Cada vuelta es una revolución lenta contra el olvido.
Significado simbólico:
- El molenillo como símbolo de soberanía culinaria demuestra que nadie necesitó un NutriBullet para ser feliz; sólo un huevo de pato fresco y una buena voluntad intestinal.
- La fuerza de la muñeca como metáfora del trabajo invisible demuestra que cocinar a mano es una performance diaria; el molenillo es el pincel de la cocina popular.
- El jugo de chinola como fluido vital de la infancia tropical rememora el ácido, dulce y lleno de semillas —como la vida misma.
Instalación sugerida:
Se presentará el molenillo montado sobre una repisa de madera reciclada,
rodeado de ingredientes simbólicos, una chinola abierta, un huevo de pato crudo en copa de cristal, y una lata de leche condensada casi vacía,
todo bajo una luz cálida, como la cocina a las 10:00 a. m. en un barrio sin risa.
Durante la inauguración, se realizará un performance en vivo, un artista girará el molenillo sin descanso durante una hora, mientras suena un loop de boleros de Paquita la del Barrio y gallos cantando a lo lejos.
Como bien sabemos, cualquier disparate envuelto en un velo poético puede parecer sublime a simple vista. Pero el arte, el verdadero arte, exige algo más que discurso, demanda riesgo, pensamiento, y una voluntad de desdibujar las formas hasta tocar la médula.
No podemos seguir celebrando el simulacro, ni premiar con trescientos mil pesos la enésima mata en un tarro con pretensiones conceptuales. Si el arte ha de ser revelación, que no sea un disfraz bonito de la nada, sino un temblor que incomode incluso al que lo crea. PD: Para ganar la próxima bienal, cada participante deberá interpretar la tercera sinfonía de Rachmaninoff con un pito de tráfico.
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