Caminar por las calles citadinas se ha convertido en una amenaza de muerte para los ciudadanos que, como yo, transitamos por ellas diariamente.

La nostalgia es un sentimiento que acompaña al hombre desde que tenemos conciencia. Siempre recordamos, siempre retornamos a ese pasado de momentos, sobre todo que remiten a los buenos tiempos.

Según la Real Academia de la Lengua Española, La nostalgia es una tristeza melancólica que se siente por la pérdida de algo o por estar lejos de personas o lugares queridos.

Debemos de reconocer y tener muy presente que, en nuestro país, hoy vivimos tiempos oscuros. Hemos cambiado nuestro comportamiento en todos los aspectos y ámbitos donde nos desenvolvemos. Tanto, que es una afrenta salir y cohabitar, vivir juntos en esta ciudad.

Nuestras calles del pasado, lo digo con tristeza por nuestro presente, eran seguras y limpias, y nuestra gente educada y acogedora. Eso data de hace 30 años. Hoy, parecería que vivimos en otro país. ¡Cómo no tener nostalgia de ello…!

Aceptar que hemos cambiado de esta manera es reconocemos y ser conscientes. El estado de violencia generalizado de las personas hoy día es inaudito.

Empecemos por el tránsito… Los vehículos de todo tipo, los pesados, los de alta gama, el transporte público, los estatales, prácticamente todos, son conducidos por choferes portadores de licencia supuestamente, pero lo hacen con tal temeridad que transitar en nuestras avenidas, calles y carreteras, se ha convertido en una amenaza inminente a la integridad física. Volver a casa es casi una suerte.

Hace falta, se impone que nos detengamos un poco.

Convencidos e ingenuos por lo nos venden como verdad, pero que no es sino publicidad, las redes convertidas en dioses que todo lo saben, nos someten a una camisa de fuerza de la que no nos damos cuenta y ante la cual sucumbimos sin remedio.  Nos mandan y nos dictan pautas, se meten en nuestras casas y nuestras mentes, decretan que seremos mejores si servimos hasta que no nos queden fuerzas; que la puntualidad a toda costa es un signo de capacidad y superioridad; que la competitividad desde la niñez es un camino seguro hacia la excelencia humana.

Debemos llegar primero, que la prisa es un valor, que estar delante o en los primeros lugares es ser un campeón, que rebasar me hace dios, y no tener miedo es de valientes. Todos estamos apurados, queremos estar encima del otro, ser primeros porque sí. Es tanto este afán que le hemos perdido respeto a la vida, no importa si puedo colisionar con el próximo conductor, si le tiro el vehículo de frente o espalda, si me caigo de la moto y me mato, o si mato a alguien.

Todos corren y corren con o sin cascos, con o sin cinturón de seguridad, a altas velocidades y, bueno… todos los días los medios publican los accidentes fatales y, lo peor, es que estamos perdiendo la capacidad de asombro. Nos estamos acostumbrando al desorden y caos.

La ineficacia de las instituciones del orden, en general, con su tropel de incumbentes sin pericia está a la orden del día y, por otra parte, la gente que de manera espontánea tampoco toma conciencia de la urgencia de parar esto. Nosotros, los apoderados de nuestro destino, debemos exigir a nuestras autoridades una justa y equitativa gobernabilidad, porque la merecemos y pagamos por ella. Los funcionarios son nuestros empleados para administrar nuestros patrimonios tanto tangibles como intangibles, no más, no son dioses, no son seres del otro mundo, ni privilegiados, son simples trabajadores a nuestro servicio.

La locura es tal y tan abarcadora que también se ha hecho cargo de nuestro comportamiento social cotidiano. Los unos y los otros nos enfrentamos como fieras de las grandes selvas, listos para devorarnos en cualquier momento, hasta por quitarme una paja, como dice el argot.  Lo que una vez solíamos exhibir como características de los dominicanos, el acogimiento y bondad del dominicano, hoy podemos decir que han quedado en el pasado. … y pensar que nuestro país fue visto como ejemplo de hospitalidad y honradez desde tierras extranjeras.

La gente te observa, para ver si puede de alguna manera sacar beneficio de ti, porque cree que eres responsable de su crisis existencial o sencillamente porque hay desigualdad social o económica. El simple hecho, la desventaja la diferencia de clases cada quien busca nivelarla a su modo y a como dé lugar. ¿A quién no le han robado en un supermercado? ¿A quién no le han cobrado de más a través de tarjetas? ¿A quién no le han sacado dinero de sus cuentas de banco? ¿Quién no está expuesto a un atraco en cualquier esquina, estacionamiento, y hasta en la propia casa? ¿Quién viaja sin temor por las carreteras? ¿Quién no ha sido estafado por una aseguradora, por una telefónica o las empresas distribuidoras de energía?

La desconfianza se ha apoderado de nuestras mentes, de nuestros nervios, de nuestros sentimientos, de nuestra naturaleza. Nuestro perfil se refleja en el rostro fruncido, el tedio y la desesperanza. La gente, sobre todo en las grandes cuidades, ya no saluda, tropieza contigo y ni por asomo se excusa. Cualquiera vocifera en tus oídos. Las palabras obscenas campean por doquier en la radio, en la televisión, en las llamadas redes sociales. Entretanto, los más y los menos engañan, excluyen, y todos los etc. posibles.

Invito a la reflexión y a evaluarnos, a ver si cuanto digo no es así.

Desde luego, mi posición, dirán mis lectores, tiene un tono un poco pesimista. No obstante, nuestra realidad, vista con mirada aterrizada y comprometida, no refleja nada menos. Vienen y se van gobiernos, y los planes, presupuestos, promesas son perfectos engaños que solo duran, lo que vida tienen las campañas electorales. Los grandes entramados publicitarios para hacernos creer otras cosas sí son constantes, para que, claro, algunos caigan en ese sueño de tontos. Nada se está haciendo para revertir nuestra, cada vez más exigua, calidad de vida.

La pregunta es siempre ¿qué hacer? Es muy cómodo quedarse tranquilos, sin buscarnos problemas, sin quejarnos, dejar que otros hablen y se arriesguen por nosotros. Sin embargo, no nos damos cuenta de que somos un conjunto de seres que cohabitamos en un solo lugar, y vamos a sufrir las mismas consecuencias del deterioro de nuestro hábitat, sin salvación.

La pobreza es más extrema de año en año, las oportunidades son cada vez más escasas, la educación es un deficiente sin fin, la salud ni pensar, la droga nos arropa, el narcotráfico permea todos los estamentos de nuestra sociedad, daña nuestros hijos… ¿cuánto más podemos agregar a este rosario?

Hacer, sí hacer. Empoderarnos y hablar. Decir, exigir, organizarnos, combatir, y proponer otra forma de administrar la cosa pública. Tal como se presente, es un real fracaso este sistema. De más está decir que no funciona, que se va al Estado a vacacionar, a aprovechar las mieles del poder y del dinero. El sistema se ha gastado.

Sí, pesimista sí. Por el camino que vamos, no quedará país para nuestros hijos. Los responsables de que emigren y no tengan tierra, ni identidad, seremos nosotros. Nuestras vidas sirvieron para ser cómplices de gobiernos que usurpan el poder para su interés particular. Sí, quedaremos como unos irresponsables cuya prole tampoco sabrá defender nuestra soberanía, por tontos y miedosos que fuimos.

Vamos todos a proponer algo creativo, como lo que ha surgido de las candidaturas independientes como propuestas opcionales, ¿por qué no? Interesante propuesta. Pero, además, bien podríamos considerar la posibilidad de que la selección de los ministros y los postulantes a las diferentes carteras se cubran mediante concursos, algo parecido a lo que acontece con la elección del procurador general de la República, como recientemente ha acontecido.

Pudiéramos diseñar un sistema más justo y funcional, sin irnos a idealismos, ni doctrinas, tendente a una verdadera democratización del Estado en la que la selección sea hecha en base a los perfiles necesarios para el buen desenvolvimiento de la administración pública. De ese modo, podríamos contar con verdaderos profesionales y gente comprometida con el servicio público, con revisiones periódicas que podrían ayudarnos a alcanzar cada vez mayor eficacia y la transparencia. Pienso en un mejor país.

La principal herramienta del ser humano es la creatividad.

Ninoska Velasquez Matos

Bailarina

Ninoska Velázquez. Prima bailarina, Coreógrafa y Maestra de Ballet Clásico Directora de Ballet Clásico Nacional (1991), Directora de la Escuela Nacional de Danza (2004-2013), Directora Ballet Metropolitano de Santo Domingo (2013-2016), Directora de la Escuela Superior de Ballet (1992-2003).

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