En este mes de febrero se dieron a conocer los resultados de la encuesta Gallup Dominicana sobre temas económicos, sociales y políticos, los cuales ameritan que el Gobierno ponga especial atención. Para mí, particularmente, son preocupantes y deben ser colocados sobre la mesa del debate público.

Desde mi óptica, se asemejan un poco a lo que se vivió en Estados Unidos en el Gobierno de Joe Biden o a lo que pasó en Chile en la última década: en ambos países la mayoría de los indicadores económicos y sociales iban mejorando, pero una abrumadora mayoría de la gente pensaba lo contrario. Es lo que el profesor Sebastian Edwards llama el riesgo del pesimismo económico.

Veamos los principales resultados del levantamiento realizado entre el 14 y el 18 de febrero por la firma encuestadora:

  • El 60% de los encuestados califica como mala o muy mala las condiciones actuales de la economía del país.
  • El 45% califica como mala o muy mala su situación económica personal.
  • El 67.8% ve con preocupación el futuro de la República Dominicana.

Un 50.7% de los entrevistados considera que la inflación es el problema al cual se le debe prestar más atención; un 30.4% dice que son los apagones, y un 26.5% dice que es el desempleo.

A nivel personal y familiar estos tres temas, inflación, apagones y desempleo, son los que más afectan a la gente, junto con la delincuencia y la salud, de acuerdo al citado informe.

Hay otros resultados interesantes del estudio de campo, como la buena valoración del Presidente Abinader (46.8%); a la vez que un 59.8% considera que es un buen gobernante. Pero llama la atención que un alto porcentaje (71.4%) considera que la corrupción no ha disminuido en los últimos cuatro años, a pesar de que un 54.6% opina que ha aumentado la transparencia y la lucha contra este flagelo.

Pero dejando de lado el tema del eléctrico, la realidad es que los demás indicadores no pintan un panorama tan desolador como el que refleja la encuesta.

Nadie pone en duda que los precios aumentaron y el país sufrió un choque de inflación importada al igual que el mundo entero. Pero rápidamente la inflación volvió a bajar y tenemos ya 21 meses consecutivos con inflación interanual dentro del rango meta del Banco Central en el entorno del 4%. En materia de control de la inflación, somos la estrella de América Latina.

Consistentemente crecemos al doble de América Latina en la última década y en un año relativamente malo como el 2023, la economía creció exactamente al promedio regional. Ya en 2024 retomamos la tendencia de duplicar el crecimiento. Nuevamente en este punto somos las estrellas regionales.

También, de manera consistente el desempleo se sitúa en torno al 5%, uno de los niveles más bajos de la región. Esto es algo parecido a un desempleo natural que siempre habrá en la economía, pero que indica que casi todo el que busca trabajo lo encuentra. El problema del mercado laboral es otro: la informalidad, la cual no baja del 55%. Es decir, el problema no es el desempleo (porque el que busca trabajo encuentra), sino la informalidad (que implica bajos salarios y desprotección al trabajador).

Así que resulta necesario buscar por otro lado los orígenes del malestar de la población. ¿Tal vez son los flujos de divisas que han caído y la gente está sintiendo eso? Negativo. Es todo lo contrario: el turismo sigue rompiendo récords y en 2024 recibimos casi 10,974 millones de dólares por este concepto, un 12.5% más que el año anterior; de remesas recibimos US$ 10,756 millones (5.9% de crecimiento); y las exportaciones alcanzaron los US$ 13,853 millones, monto superior en 7% al 2023.

La inversión extranjera directa superó los US$ 4,000 millones por tercer año consecutivo, alcanzando un nivel de US$ 4,502 millones, monto que cubrió el déficit de cuenta corriente de la balanza de pagos. Este es un indicador clave porque refleja la confianza de los inversionistas en un horizonte de largo plazo.

¿El problema será entonces el sistema financiero? Tampoco lo es. Los indicadores aquí también son contundentes. A pesar del reto que significó para el sistema manejarse durante todo el año pasado en un entorno de tasas de interés relativamente altas, en general los indicadores mostraron un buen desempeño: la cartera de créditos creció 13.4%, una tasa superior al crecimiento de la economía y similar a la tasa observada en el periodo Pre-Covid.

Los indicadores de riesgo se mantuvieron en rangos manejables y dentro de los parámetros históricos, como el índice de morosidad que cerró el año 1.55%, nivel superior al 1.14% del cierre del año anterior, pero todavía a niveles muy bajos. Así que por aquí tampoco es el problema.

¿Será entonces el tipo de cambio? No hay dudas de que en los últimos meses el Banco Central ha enfrentado presiones en el mercado cambiario. Esto se evidenció en una depreciación anual en el 2024 de 5.9%, superior al promedio histórico Pre-COVID de 3.7% anual. No es una cifra para preocuparse, mucho menos con un Banco Central con tanta credibilidad y con Reservas Internacionales que superan los US$ 12,000 millones, suficientes para hacer frente a cualquier problema coyuntural.

Los indicadores de pobreza monetaria y desigualdad también han mejorado; al igual que algunos indicadores sociales, aunque no a la velocidad deseada.

Tal vez entonces es un problema de narrativa (o de falta de, por parte del Gobierno); o de expectativas insatisfechas en la era de las redes sociales (se prometió resolver todo, la gente lo creyó, pero simplemente se ha continuado a grandes rasgos lo que antes funcionaba, sin mayores cambios; en algunas áreas hemos avanzado; pero en áreas claves hemos retrocedido).

Esto implica que los problemas estructurales se van agravando sin solución a la vista: el problema del sector eléctrico, la informalidad, la evasión, el clientelismo, la baja inversión pública, el aumento de la carga de intereses en el Presupuesto, por citar algunos. Sea lo que sea, se debe prestar atención para que la percepción no se convierta en realidad como ha pasado ya en otros países.

Magín J. Díaz

Ingeniero Industrial

Ingeniero Industrial (INTEC) y Economista especializado en Finanzas Públicas y Macroeconomía egresado de la Universidad de Chicago y de la Pontificia Universidad Católica de Chile. En el ámbito local ha sido Director General de Impuestos Internos, Viceministro de Hacienda y asesor de diversas instituciones estatales como el Ministerio de Economía, la Dirección de Aduanas, la Superintendencia de Bancos y la CDEEE. A nivel internacional ha sido consultor del Banco Interamericano de Desarrollo y del Banco Mundial; y ha trabajado para los Gobiernos de El Salvador, Honduras, Belice y Uruguay en materia de política tributaria, fiscal y macroeconómica. En el ámbito académico ha sido profesor universitario y Director del Departamento de Economía de la PUCMM. Fue Director General de Impuestos Internos (DGII).

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